Como sabrán la mayoría de los lectores, el Parlament de Catalunya es un lugar donde no pasa casi nunca nada trascendente y donde los diputados trabajan de una forma más bien relativa. Incluso cuando se supone que se produce una jornada histórica, como aquella declaración de independencia de unos pocos segundos, el paso del tiempo matiza la revolución y la convierte en un simple experimento para engañar a los votantes ingenuos. Acostumbrados a ver el habitual griterío guerracivilista del Congreso madrileño, con aquella gestualidad tan castellana de desprecio, a nuestra tribu ya le agrada disponer de una cámara legislativa de pacífica arquitectura modernista con un interior lo suficientemente tranquilo como para asegurar la siesta a nuestros políticos, metáfora perfecta de aquello que los cursis llaman el oasis (convivencial) catalán. Hay mucha pose en definitiva, pero poca cabeza; un poco como pasa con Josep Rull.

Esto cambió justo la semana pasada, cuando la aburrida sesión de control al Govern de turno experimentó una pequeña convulsión casi imperceptible. Todo comenzó con una conversación más bien rutinaria, en la que Antoni Castellà (antiguamente diputado de Unió Democràtica, de apariencia independentista) interpelaba a la consejera de Economía, Alícia Romero, diciéndole que se sumaría al ruego de la singularidad económica del país con la condición de que Salvador Illa abrazara el concierto económico, recriminando también el retraso de un Govern que había asegurado la aprobación del nuevo modelo de financiación antes de acabar el año. Como buena funcionaria de España, la consejera le recordó que —en política— los retrasos son inevitables y que, en cualquier caso, en aquella cámara había líderes políticos que habían prometido la independencia en dieciocho meses, con el resultado sabido por todos.

Castellà se ejercitó a poner cara de enfado y, en la réplica, pidió a Romero “no comparar la independencia con una mejora del modelo de financiación”, remachando orgulloso que “nosotros prometimos un referéndum, hicimos un referéndum, y ganamos un referéndum”. Los aplausos sonoros de los grupos independentistas debieron ser producto de la amnesia, pues, a la retahíla verbal que acabo de escribir, este estimable surfista de la partitocracia catalana obligó a sumarle el sintagma “y también habíamos prometido aplicarlo, lo que nos pasamos por el forro con gran entusiasmo”. Como la división indepe tiene que expresarse de una forma más contundente, un hombre moderado y tranquilo como el portavoz de ERC, Josep Maria Jové, esprintó desde su escaño hasta el de Romero para señalarla con el dedo y reprocharle que frivolizara con el referéndum para rivalizar con los juntaires.

Porque en la vida y en la política, cuando hasta una socialistota se ríe de ti, lo que deberías hacer es bajar la mirada e intentar que el rubor de las mejillas no se te note

Pues bien, aparte de los problemas de amnesia ya referidos (por los que Junts y Esquerra han perdido un millón de votos independentistas como el de servidora), diría que nuestros diputados también tienen una escasa relación con el sentido del humor y la pudicia. Porque en la vida y en la política, cuando hasta una socialistota se ríe de ti —con toda la puñetera razón del mundo— lo que deberías hacer es bajar la mirada e intentar que el rubor de las mejillas no se te note. La señora Romero representa todo aquello que no querría para mi país, pero tiene toda la santa legitimidad de reírse de unos diputados que han vivido (y se han enriquecido) los últimos lustros a base de hojas de ruta que eran humo y de promesas por las que no estaban dispuestos a pagar ningún precio. En el fondo, lo que dijo Romero es lo que deberíamos responder a cualquier líder de los nuestros cuando vuelva a hacernos una promesa; bastará con decir "dieciocho meses".

Toni, Josep Maria: a partir de ahora, cuando una administrativa socialista os escarnezca, no hace falta que hagáis más performances ni respuestas de aparente sagacidad. Limitaos a sonreír, respirad hondo, y recordad que todo esto de la financiación singular y de su tía en patinete lo estamos discutiendo por vuestra culpa. Y dad las gracias de que, después de la Moleskine y de tantísimos cambios de carnet, el país todavía os permita continuar cobrando. Respetad el oasis catalán, que el Parlament —también gracias a gente como vosotros— tiene que continuar siendo tan poco útil como aburrido. Dieciocho meses, sí, dieciocho meses.