No tenía previsto escribir en agosto, pero me siento personal y moralmente obligado a formular un acto de contrición respecto a la defensa de la causa israelí que he mantenido desde hace años y que ahora me hace sentir culpable. Lo que está perpetrando el gobierno de Benjamin Netanyahu, procurando la muerte por inanición de bebés, es, sin duda, un crimen contra la humanidad ante el cual es inmoral callar y no rebelarse. Netanyahu ha conseguido que el derecho a existir del Estado de Israel deje de ser lo que para algunos era una causa noble, y quienes lo hemos defendido nos preguntamos ahora si no habremos contribuido a alimentar los argumentos de la barbarie. Matar de hambre a niños (y adultos) de forma premeditada nos remite a los peores episodios en los que la naturaleza humana ha mostrado su gen autodestructivo.

Netanyahu ha conseguido que el derecho a existir del Estado de Israel deje de ser lo que para algunos era una causa noble, y quienes lo hemos defendido nos preguntamos ahora si no habremos contribuido a alimentar los argumentos de la barbarie

He viajado varias veces a Israel y he comprobado los anhelos de paz tanto del pueblo israelí como del pueblo palestino. He comprendido los argumentos defensivos de Israel frente a los ataques de Hamás, sobre todo cuando estando en Sderot los terroristas lanzaban cohetes a la hora en la que los niños salían de la escuela y tenían que esconderse en los refugios. Era fácilmente comprensible la determinación israelí de acabar con una organización que les impedía vivir en paz. Menos comprensible resultaba, sin embargo, el expansionismo violento en Cisjordania y en Jerusalén Este, que se ha convertido en una estrategia gubernamental. Es difícil argumentar el derecho a existir de un pueblo a base de destruir a otro.

No hace falta entrar en disquisiciones estúpidas sobre qué es un genocidio o un exterminio; lo que es evidente es que esta guerra, que, por cierto, estalló en circunstancias misteriosas, tenía como objetivo expulsar a todos los palestinos de su tierra, calculando que cuantos menos sean, más fácil será erradicarlos. Algunos defendimos el derecho de Israel a responder al sanguinario ataque de Hamás, y ahora nos sentimos cómplices de la infamia.

Europa, decía Borrell, ha perdido su alma, pero seguramente también ha perdido su razón de ser, después de que sus dirigentes hayan optado por someterse incondicionalmente a los dictados de Washington, ejerciendo de facto, en todos los ámbitos, como delegados al servicio del complejo militar-industrial

En todo caso, si Netanyahu hace lo que hace, no es solo porque tenga la fuerza y porque algunos lo justificáramos, sino porque se lo permiten quienes podrían impedirlo, y aquí entramos en el sistema de complicidades de la geopolítica. Tiene todo que ver con la irrupción de Donald Trump, abanderando el principio según el cual tiene razón quien tiene la fuerza, pero también con la hipocresía de las monarquías árabes y las intervenciones desestabilizadoras del régimen iraní de los ayatolás. Con todo, lo que ahora más nos incomoda es el triste papel de Europa, esa Europa como invento de paz y foco de libertad que debía irradiar al planeta, pero que ahora se muestra impasible ante el dolor ajeno. Decía Josep Borrell, esta vez con razón, que Europa ha perdido su alma. Seguramente ha perdido también su razón de ser, después de que sus dirigentes hayan optado por someterse incondicionalmente a los dictados de Washington, ejerciendo de facto, en todos los ámbitos, como delegados al servicio del complejo militar e industrial del imperio estadounidense.