botella

Dennis O'Clair / Fuente: Getty Images

1. En 1997, Arcadi Espada publicó Contra Catalunya (Flor del Viento). Era un libro dedicado a ajustar cuentas con los socialistas con el recurso de criticar el pujolismo, gran bestia negra del españolismo de los años 80 y 90. Espada ya entonces afirmaba que Cataluña era una región decadente y no se fiaba, seguramente porque ideológicamente era —y es— un reaccionario, de Pasqual Maragall, que aquel año había abandonado la alcaldía y se preparaba para el asalto a la Generalitat que el PSC no había ganado en 1980 por la incidencia del voto diferencial. O esa era la manera para justificarlo. Además, Joan Reventós rehusó la propuesta de gobierno de coalición que le hizo Pujol y el PSC perdió la oportunidad de cogobernar Cataluña. Prefirió atrincherarse en el municipalismo para dejar en manos de CiU la defensa de los intereses generales. Una decisión que se puede decir que cambió el futuro del país. Pero los dirigentes socialistas catalanes no han sido jamás tan perspicaces como los socialdemócratas alemanes, que supieron cuando debían aliarse con Angela Merkel.

2. Arcadi Espada repitió diagnóstico en 2006. Entre el 1 de octubre y el 10 de noviembre de 2005 publicó una serie de entradas en su blog, bajo el título genérico Esfuerzos y melancolía, para comentar la tramitación del nuevo Estatuto, la gran iniciativa del primer tripartito y, muy en especial de Pasqual Maragall. Mientras todavía se estaba debatiendo el Estatuto en las Cortes, Espada reunió esos comentarios y el texto íntegro de la propuesta estatutaria aprobada en Barcelona y, con pequeñas correcciones, los publicó en formato libro y con un título soviético: Informe sobre la decadencia de Cataluña (Espasa). Aquí la crítica a los socialistas era ya total, directa, sin usar el recurso literario de hablar supuestamente de una cosa y, en realidad, estar hablando de otra. Una técnica imitada últimamente por quien ya ha asumido que no será nunca un historiador. El ensayo invita al subjetivismo, la historia reclama pruebas. Es por eso por lo que el diagnóstico sobre la persistente y antigua decadencia de Cataluña que imaginaba Espada se fundamentaba en la tristeza vaga, sombría y duradera que provoca la melancolía y que él mismo reconocía sentir cuando eligió la palabra para titular sus posts.

3. La real decadencia de Cataluña llegó con la españolización franquista de Cataluña. El franquismo fue el gran muñidor de la economía catalana. Los primeros años porque la autarquía respondía a un proyecto político totalitario consciente, el cual buscaba la independencia económica, sublimaba el aislamiento y rechazaba el liberalismo. Los franquistas catalanes, como los franceses colaboracionistas de Vichy, siguieron a Franco con gusto sin importarles las consecuencias de la invasión. Cuando quedó claro que este modelo era impracticable, los planes de desarrollo —diseñados, además, por economistas catalanes— no alteraron el intervencionismo del estado y, por lo tanto, el dirigismo estatista, que en realidad era una gran rectificación de la historia económica e industrial de Cataluña. El emprendimiento del siglo XIX y principios del XX decayó ante las autoridades franquistas. La burguesía catalana dejó de ser emprendedora como lo había sido cuando Cataluña era la fábrica de España para convertirse en extractiva y poco más. Para entendernos, no es lo mismo la historia de la fábrica de automóviles Hispano-Suiza, fundada en 1904 por Damià Mateu, Francesc Seix y Marc Birkigt, que la historia de esta misma empresa a partir de 1946, cuando fue adquirida por ENASA, empresa creada por el Instituto Nacional de Industria (INI), y la factoría de la Sagrera fue destinada a la fabricación de los camiones Pegaso. La SEAT, creada en 1950, también respondía al modelo económico franquista. El régimen del 78 no cambió el modelo, y el hábito pedigüeño de los empresarios quedó muy reflejado cuando perdieron la propiedad del Liceo, que fue reconstruido con dinero público, aparentando que todavía eran los propietarios.

4. Si Arcadi Espada tuviera que volver a hablar de decadencia, podría escribir un libro sobre el auge y caída de Ciudadanos, el partido nacionalista español que aspiraba reemplazar a los nacionalistas vascos y catalanes como partido bisagra en las Cortes españolas. O quizás podría sustituir la literatura de folletín, el insulto y su reaccionarismo por un elogio ditirámbico del PSC de Salvador Illa, Eva Granados y el nuevo núcleo directivo que ha decidido abrazar el anticatalanismo que antes era patrimonio de Ciudadanos para recuperar el electorado perdido. Da grima hasta dónde han llevado al PSC de Pep Jai, Maria Aurèlia Capmany, Alexandre Cirici Pellicer y Marta Mata, entre otros socialistas catalanistas, esta generación de dirigentes españolistas que, prescindiendo de su la retórica izquierdista, son los guardianes del régimen del 78. Quien lo dude que piense en las cenas de José Montilla, cuando ya solo era senador, en La Angorrilla, en la zona de El Pardo, la casa que el rey emérito compartía con Corinna Larsen, su cómplice en todo tipo de negocios privados. Los socialistas siempre han andado por el filo de una navaja. Como cuando Reventós y el alcalde Siurana compartían mantel con el general Armada poco antes del 23-F. En La armadura del rey (Roca Editorial), un libro reciente de Albert Calatrava, Eider Hurtado y Ana Pardo de Vera, encontrarán estos pequeños detalles y otras informaciones que los llevarán a la conclusión de que, si alguien está en decadencia, es España y el régimen del 78.

5. Pero se ha puesto de moda culpar a la década soberanista de la supuesta decadencia de Cataluña. Incluso lo defienden algunos empresarios que flirtearon con el soberanismo y que ahora, bajo el yugo de la represión, no resisten la presión de ser señalados desde Madrid como cómplices del independentismo. La “pela es la pela”, ahora y siempre. También lo ha proclamado Salvador Illa en el fallido debate de investidura de Pere Aragonès. No cabe duda de que la autonomía está hecha unos zorros. Pero habrá que estudiar a fondo de quién es la culpa. Serán necesarios historiadores en vez de publicistas para averiguarlo. Todo empezó, precisamente, en 2006, cuando la oposición frontal del españolismo a la reforma del Estatuto, incluso ridiculizando su redacción —un “esperpento legislativo”, escribía Espada—, tuvo unas “consecuencias políticas para el futuro de España [que] son difíciles de imaginar. En todo caso, no podrán ser buenas”. Arcadi sufría por España, la gran nación, y no por Cataluña, territorio rebelde en manos de los catalanistas. El recorte del Estatuto y la consiguiente centralización, sumadas a la represión posterior al 1-O, no son una alternativa al independentismo. Lo contaba muy bien Jordi Barbeta en su columna de ayer. Los sumisos y los españolistas quieren volver a la época del pujolismo, cuando la autonomía era un subsistema de poder del régimen del 78 pero en ningún caso una manifestación real de autogobierno, porque unos vivían de fábula en él y los otros se sentían cómodos despotricando de TV3, del Museo de Historia de Cataluña o de la inmersión lingüística desde la prensa madrileña. En el fondo, las dos actitudes dependían la una de la otra, como los hermanos gemelos, y hoy las dos son los náufragos verdaderos de aquel Titanic imaginario que se inventó Félix de Azúa en 1982.