En las horas que vienen o días se sustanciará, si todo sale como se prevé, la marcha, por cese o dimisión forzados, de Carlos Mazón. Será tarde y al límite de lo política y éticamente aceptable. Un año y 229 muertos después en el País Valencià, el cliente más famoso de El Ventorro cerrará un capítulo de la historia mundial de la infamia. Es imposible que brote la empatía donde probablemente solo hay un cerebro destruido por la ambición y el cinismo en grado estratosférico, pero la última neurona viva, una última lucecita parpadeante en la oscuridad más oscura, habría aconsejado al president, o a quien lo ha mantenido en el cargo durante todo este tiempo, aceptar el veredicto de los familiares de las víctimas de la DANA. Lo denotaba el rostro hinchado de Mazón en el esfuerzo de contener lágrimas pesadas como rocas, que no acaban de salir de las órbitas de los ojos, desencajadas, mientras oía los insultos: “asesino, rata cobarde, cabrón, malparido”. Sentado, en la segunda fila del funeral de Estado, en el Museu de les Ciències. Pero no todavía esposado. Porque es posible que eso sea lo que, al final, realmente le importa a él y a los que lo sostienen: que no tenga que ir donde una justicia y una democracia sólidas, y no un tosco remedo con pies de barro, lo habrían encerrado ya hace mucho tiempo. Porque, durante 12 meses, el gobierno del País Valencià, y, por lo tanto, las vidas de la ciudadanía valenciana, han continuado en manos de alguien manifiestamente incapacitado de protegerlas. Algo que, además de resultar una inmoralidad extrema, conlleva un grado de inseguridad insoportable. Que se lo pregunten, si no, a los miles de valencianos que todavía hoy confiesan su miedo profundo cuando oyen rumor de lluvia.

El caso Mazón deja en el aire polvoriento de la política española una pregunta inquietante: ¿cuántos Mazones más están al mando? ¿Cuántos Mazones más nos gobiernan? Sin salir de la esfera del PP, los fuegos del verano pasado en Extremadura, Castilla y León y Galicia han evidenciado graves carencias en la gestión de las emergencias por parte de los barones populares. Deficiencias que se han querido saldar con el habitual "y tú más", dirigido al gobierno de Pedro Sánchez. Ante el avance de las llamas, que calcinaron bosques y ganado y amenazaron vidas humanas, los presidentes autonómicos del PP aplicaron el mismo argumentario discursivo, que, enseguida, puso en marcha Mazón para tratar de tapar la evidencia, y, de rechazo, descargar toda la responsabilidad por la crisis de la DANA en el gobierno del PSOE y los servicios meteorológicos estatales. El mismo patrón lo ha aplicado más recientemente el gobierno de Juanma Moreno, hasta ahora considerado uno de los dirigentes modélicos del PP por su talante moderado y afable, en el escándalo por los retrasos en los cribados del cáncer de mama que mantiene con el alma en vilo a tantas mujeres andaluzas. Sin dejar de recordar la mortífera gestión de la pandemia realizada por el gobierno de la Comunidad de Madrid presidido por Isabel Díaz Ayuso, con 7.291 muertos en las residencias geriátricas, una muy buena parte de las cuales evitables, que, según frase atribuida a la ínclita lideresa madrileña, "igualmente" habrían fallecido. 

El caso Mazón deja en el aire polvoriento de la política española una pregunta inquietante: ¿cuántos Mazones más están al mando? ¿Cuántos Mazones más nos gobiernan?

Mientras sus conciudadanos se ahogaban, el presidente del País Valencià se regalaba el buche con un copioso ágape durante largas horas y en buena compañía. Pero ni Alberto Núñez Feijóo, ni el conjunto del PP, deberían salir indemnes, por más que, finalmente, Mazón lo deje. La mala digestión y la pésima gestión que el PP ha hecho del caso Mazón, lo confirma como la derecha más paquidérmica, por lenta, insensible y letal, de la Europa democrática. Una derecha dubitativa hasta la extenuación cuando toca tomar decisiones ante crisis gravísimas, y, como se ha visto, en la asunción de responsabilidades que claman al cielo. Incluso cuando los cadáveres se amontonan encima de la mesa. Que cuatro gotas no te espanten a los turistas o te obliguen a cerrar antes de tiempo, aunque se trate de la peor riada del siglo. Lo mismo da que veas en vivo y en directo cómo la furia del agua se lo lleva todo, como se ha demostrado con el vídeo que Mazón vio en el móvil de la periodista Maribel Vilaplana en plena comida en El Ventorro. ¡Es igual que seas el president! Una derecha calculadora hasta la náusea, que se ve venir de lejos y que acaba siendo superada por una izquierda que tampoco es para tirar cohetes, por eso el zombi Sánchez no cae, y ahora también, por su propia derecha, con un Abascal que aspira a adelantar al PP. Porque son los largos silencios de Feijóo, tanto como los aplausos de los corifeos del todavía presidente valenciano mientras, por primera vez en un año, reconocía que “hay cosas que deberían haber funcionado mejor” el día de la trágica barrancà, los que han permitido a Mazón continuar aferrado a la silla sin mostrar un ápice de vergüenza. El caso Mazón es un paradigma de la peor política, pero también de una derecha que muchas veces se ha mostrado insensible al dolor ajeno, que, en su supremacismo de casta, prefiere que todo se enfangue y el agua llegue al techo antes de calzarse las botas y coger el mocho.