Nueva York ha hablado con claridad y el mensaje resuena más allá de sus límites: la ciudad más grande de Estados Unidos ha elegido como nuevo alcalde a Zohran Mamdani, un político joven, de orígenes ugandeses y de convicciones socialistas, lo que representa un giro profundo en la manera de entender el poder municipal. A partir del 1 de enero, Mamdani se convertirá en el concejal más joven en un siglo y en el primer alcalde musulmán de una metrópolis marcada todavía por el recuerdo del 11 de septiembre de 2001.

Su victoria no ha sido casual. Mamdani ha derrotado a figuras tan consolidadas como el exgobernador Andrew Cuomo, que competía como independiente con el apoyo explícito de Donald Trump, y el republicano Curtis Sliwa. El éxito de Mamdani, sin embargo, no se explica solo por su habilidad electoral, sino porque ha sabido leer mejor que nadie el estado de ánimo de una ciudadanía fatigada por la crisis del coste de la vida.

Nueva York, la ciudad imposible

Su campaña ha girado en torno a una idea central: hacer que Nueva York vuelva a ser asequible para quienes la hacen funcionar. Con un lenguaje directo y adaptado a las redes sociales, Mamdani ha defendido un programa de inspiración socialista que incluye impuestos más altos para grandes fortunas y corporaciones, la congelación de los alquileres más elevados, el transporte público gratuito y una apuesta decidida por el bienestar infantil universal. Este discurso ha encontrado eco entre jóvenes, trabajadores precarios, comunidades de inmigrantes y pequeños comerciantes, un mosaico humano que se ha convertido en su nueva base de apoyo.

El impulso de Mamdani se ha visto reforzado por el apoyo del ala progresista del Partido Demócrata, encabezada por Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Su victoria supone una consolidación de esta corriente dentro de un partido a menudo dividido entre pragmatismo e idealismo. En paralelo, es una derrota simbólica para las élites financieras de la ciudad: figuras como Bill Ackman o Michael Bloomberg invirtieron decenas de millones de dólares para frenarlo, sin éxito.

Otro factor clave ha sido la participación histórica, la más alta desde 1969 en unas municipales. Más de dos millones de neoyorquinos acudieron a las urnas, con porcentajes cercanos a los de unas presidenciales en distritos como Queens o Brooklyn. Este entusiasmo contrasta con la apatía que marcó las elecciones que llevaron a Eric Adams a la alcaldía hace cuatro años, en pleno debate sobre seguridad y criminalidad.

Con un ejército de 100.000 voluntarios, Mamdani ha conseguido reactivar la esperanza progresista y construir una coalición transversal: jóvenes activistas, trabajadores del sector del taxi, comunidades del sur de Asia y familias de clase media. Su campaña ha recuperado el espíritu de movilización que muchos asociaban a la era Obama.

La reacción de Trump

No todo han sido aplausos. Donald Trump ha reaccionado con amenazas veladas, insinuando posibles recortes de fondos federales para la ciudad. Mamdani, sin embargo, ha respondido con firmeza: “No nos dejaremos intimidar”, declaró antes de saberse vencedor. El triunfo de Mamdani, más allá de la dimensión local, marca un punto de inflexión en la política estadounidense: demuestra que un mensaje radicalmente redistributivo puede conquistar el corazón de una de las capitales del capitalismo global. Nueva York vuelve a ser, una vez más, un laboratorio del futuro político de los Estados Unidos.