Es viernes de agosto en Barcelona y hace calor. Muchos restaurantes están cerrados por vacaciones y muchos otros están llenos de turistas. Afortunadamente, para hoy ya tenemos mesa. Nos esperan en un restaurante del Poble-sec donde se come de primera. Un sitio de cocina mediterránea regentado por un tándem de cocineros excelente. Así que a la hora, puntuales y con hambre, llegamos al restaurante Margarit para probar su oferta.

Alma transparente

Margarit no engaña. En nada. De entrada porque se ubica en la calle Margarit, 58. Por lo tanto, ya desde el nombre, queda claro que aquí las cosas son sencillas, claras y directas. El local es pequeño, con un espacio diáfano con varias mesas a la izquierda y la cocina a la derecha. Una cocina que queda a la vista de todo el mundo y que se separa de la sala por dos barras donde también uno se puede sentar y comer. La decoración es sencilla, pero agradable; con las paredes lisas, la luz cálida y unos muebles de madera de estilo clásico, el restaurante transmite coherencia, calma y orden.

Interior restaurante Margarit Foto Jordi Domènech
Interior del restaurante Margarit. / Foto: Jordi Domènech

Lo que más me llama la atención es la proximidad con la cocina. En Margarit no hay puertas ni paredes. Todo pasa delante de ti porque saben que no tienen nada que esconder. Desde la mesa se ven los fogones, la brasa, las cazuelas de los estantes y algunos de los ingredientes que tienen bien guardados en los armarios.

Un griego y un valenciano que exploran las raíces de una cocina con muchos matices y una larga tradición

Cocina auténtica

Stefanos Balis y Jordi Fenol son el dúo responsable de hacer la magia en Margarit. Un griego y un valenciano que exploran las raíces de una cocina con muchos matices y una larga tradición. Ya hace un año que tienen el restaurante abierto y durante este tiempo han elaborado hasta una cincuentena de platos de diferentes regiones del Mediterráneo. Con Grecia, Catalunya y el País Valencià como territorios con más presencia en la carta, en Margarit también tienen platos palestinos, libaneses o turcos.

La comida de hoy empieza con un poco de pan tostado a la brasa acompañado de queso y olivas. Una carta de presentación mediterránea inmejorable. Como entrante, Stefanos nos sirve un plato de taramas con mejillones en escabeche. El taramas es una crema con una textura parecida a la del hummus y un sabor similar al de la brandada de bacalao. Una crema hecha con huevas de pescado que combina de maravilla con el escabeche y los moluscos. Seguimos con una berenjena asada a la brasa —delante de nosotros— y acompañada de tyrokafteri (una salsa de queso con un punto picante), harissa (salsa picante), pistachos y hierbas aromáticas. A pesar de llevar varios ingredientes picantes, es un plato muy fresco y sabroso.

Plato de atún con tomate del restaurante Margarit Foto Jordi Domènech
Plato de atún con tomate del restaurante Margarit. / Foto: Jordi Domènech

El siguiente plato es una ensalada de atún y tomate, un plato fresco y sencillo que contrasta con el petaroudia con yogur y hierbas de después. El petaroudia es como un panadón de los que se hacen en Lleida; una especie de empanada rellena de espinacas y acelgas. Un bocado de verdura que sirve para dar paso a los dos platos más contundentes de la comida. Por un lado, el calamar relleno de butifarra con chanfaina, la expresión máxima del mar y montaña en un plato. Por otro lado, el orzo meloso con gamba a la brasa, una delicia llena de sabor.

Volveremos para descubrir las novedades de una carta en constante evolución en un proyecto consolidado que hace que te sientas como si hubieras comido en casa

Ahora bien, el plato más sorprendente de la comida son los postres. Si hasta ahora todo se podía comparar con platos que conocíamos (panadones, brandada, pasta...) los postres que nos sirve Stefanos son más difíciles de definir. Probamos una tulumba con crema de azafrán y pistacho; un plato con una especie de hojaldre bañado en almíbar en la base, una crema de azafrán naranja por encima y unos pistachos y flores de azafrán para acabar de decorarlo. Un plato que tiene un sabor único. Es como si la primera vez que pruebas una fresa te preguntan a qué sabe; "a fresa" dirías, claro. Pues a este plato le pasa lo mismo.

Tulumba con crema de azafrán y pistacho del restaurante Margarit Foto Aleix Molina
Tulumba con crema de azafrán y pistacho del restaurante Margarit. / Foto: Aleix Molina

Para maridar la comida probamos un par de vinos griegos, un Retsina blanco y un Sclavos Alchymiste negro. Y mientras tomamos el café, a pesar de estar llenos, vemos pasar algunos platos de lo más suculentos que también nos hubiera encantado probar, aunque hoy no era el día. Margarit es un sitio al cual volveremos, sin duda; para probar el cordero palestino que acaban de servir en la mesa del lado, pero también para descubrir las novedades de una carta en constante evolución en un proyecto consolidado que hace que te sientas como si hubieras comido en casa.