Dicen en El Rectangle que cocinan ‘a nuestra manera’ y su manera es también la nuestra, porque desde que abrieron en mayo hacen una cocina nostrada, catalana pero revisitada, y la sirven en platos que son rectángulos metálicos, de donde supongo que sale el nombre del restaurante.
¿O es quizás porque la sala tiene una especie de rectángulo? La observo desde la barra larga un viernes seco cenando con una amiga, y está bien llena de grupos que parece que han hecho de El Rectangle un anexo de su casa: se les ve cómodos y en la mesa se ha generado una sensación de familiaridad que se refleja en unas caras satisfechas mientras disfrutan de una comida que maximiza el placer de lo que representa esta pequeña antesala del fin de semana.
Son humildes y no dicen que las hacen muy bien, pero ya lo digo yo: las hacen muy bien
Desde este extremo de la barra, con la chardonnay de Auvernia Nuit Blanches, de François Dhumes, también se ve el trajín de una cocina abierta de donde salen, ahora unas banderillas a su manera, de boquerón, pepinillo y aceituna, ahora unas croquetas y ahora unas bravas. Dicen también en El Rectangle que hacen tapas y, como vemos en esta trilogía clásica, no es ninguna mentira. Por suerte, son humildes y no dicen que las hacen muy bien, pero ya lo digo yo: las hacen muy bien. Debería ser fácil hacer bien los clásicos, pero, a menudo, parece que hay fuerzas gastronómicas superiores al sentido común que complican la tarea. No es el caso, aquí, donde impera la sensatez en la factura de estos tres pilares del tapeo.

La berenjena con miso y tomate seco tiene un sabor potente y complejo, carnoso sin llevar una gota de proteína animal, y la seta ostra hecha a la brasa, con hummus y almendra, lleva al plato el aroma del sotobosque ahora que el mercurio recula y las lluvias de otoño empiezan a repicar la tierra como un timbre que pide que, por favor, los micelios hagan su magia y aparezcan ya estos tesoros subterráneos que son las setas
El calamar relleno, con suquet y lima, es el plato que me hará volver
Los frutos secos son una constante en la cocina de El Rectangle. No dejo de pensar en nuestras picadas, abundantes en el recetario catalán, que aportan identidad, textura y profundidad gustativa a un buen número de platos. En este punto, hacen de cojín y de sábana sobre una brocheta de caballa y espárrago verde, que flota sobre un buen romesco y queda tapada aquí y allá por unas avellanas troceadas.
El calamar relleno, con suquet y lima, es el plato que me hará volver, y las albóndigas, pinchadas en una brocheta finísima, tal como hacen los chinos de las provincias del norte y noreste, tiene un toque de la salsa hoisin, popular en el país que inventó la salsa de soja, el sashimi y los fideos. Pero la catalanidad vuelve a la mesa con unos callos con capipota, la fusión de dos maneras de entender el guiso de menudillos, con un poco de todo y con mucha intensidad.
De postre, unas moras preciosas, lactofermentadas, reposan oscuras y brillantes sobre una crema de yogur y otra de calabaza, sobre una masa fina y hojaldrada que da juego al romperla y mezclar todos los contenidos del plato como haría una ninja, resultando en un Pollock comestible.