Aquel día había hablado demasiado. No quiero decir que me hubiera excedido en aquello que decía, que hubiera sido un poco bocazas. Simplemente, sentía en el cerebro que ya no podía hablar más. A veces, a los periodistas, nos pasa: una entrevista se encabalga con otra y otra, y después quedas o te llamas con una amiga y habláis durante horas. Es en estos momentos cuando más disfruto salir a comer sola. Y así acabé en la Bodega Crudo un viernes de finales de julio, devorando y haciendo el famoso cuestionario de Vogue, que el New York Times recuperó en formato juego.

Bodega Crudo: unos platos muy golosos que cautivan el barrio de Sant Andreu

Precisamente, venía de tomar una copa en Nou Barris, en una terraza sobre una Meridiana donde solo corría el aire caliente de la tarde. La excusa de tener que cruzarla para coger el tren de vuelta en casa me hizo pensar en un bar que hacía tiempo que quería visitar: el Crudo. Lo montaron los propietarios del Bar Torrente, que hacía unas albóndigas aclamadísimas y era un reducto de buena manduca en los confines de Sant Andreu, un barrio maravilloso que por suerte queda lejos del centro y de las tendencias en que desdibujan a la ciudad. Ahora, aquellas delicias esféricas se pueden disfrutar en la carta del Crudo que ha diseñado su cocinero y propietario Roger Sánchez.

Ensaladilla de la Bodega Crudo / Foto: Rosa Molinero Trias

Y todavía hay más. Si quieres, puedes empezar con ostras Amélie o con una gilda de doble anchoa. Yo fui al mollete de cecina de León, queso Morbier y yema de huevo curada, que me pareció una muestra de gran ingenio y un bocadillo muy sabroso. Acto seguido viré hacia la ensaladilla rusa de Eva y Toni, que lleva huevos de pescado y también gambas, piparra y atún. La ración es para compartir, pero estuve tentada de engullirla toda, pensando en la energía que se había marchado charlando por los codos aquel día dominado por la verbosidad.

Las albóndigas más famosas del barrio / Foto: Rosa Molinero Trias

Pero me contuve y salté sobre las albóndigas, que sufrieron mi hambre hasta que las hice desaparecer, una a una, mientras me iba abanicando con un abanico que semanas después perdería entre pasos de baile y copas a la noche madrileña (descansa en paz, abanico de Shanghái, estés donde estés).

Roger Sánchez en la barra de la Bodega Crudo / Foto: Montse Giralt

La carta del Crudo tiene todo un apartado dedicado a 'Bocadillos hechos con amor' y como yo me debo a vosotros, los lectores hambrientos de sitios ideales para cada momento de la vida, encontré conveniente escoger uno. Me tentaba el bocadillo 'que ningún cliente comió en el Torrente', también el de pollo 'al alambre' y el de roast beef con bearnesa, peras al cava y canónigos.

Mollete de cecina y morbier / Foto: Rosa Molinero Trias

¡Van realmente fuertes, esta gente, en materia de bocadillos! Finalmente, me decanto por el roll de gambas con slaw de hinojo, apio y katsuobushi, muy goloso gracias a la textura untuosa de la mezcla y el pan esponjoso como una nube.

Roll de gambas / Foto: Rosa Molinero Trias

No llego a los postres porque estoy llena y porque todavía me queda un poco de juicio, pero prometen. ¿Cómo debe ser su flan con nata? ¿Y la piña caramelizada con espuma de yogur, avellanas garapiñadas y caramelo salado con miso? ¿Qué cara debe hacer Filiberto? Tendré que volver para saberlo, o me lo podéis explicar vosotros.