Del año 2025, que hoy se acaba, el único buen recuerdo que le puede quedar a Pedro Sánchez es que ha resistido en la Moncloa. Más bien, se ha atrincherado entre las cuatro paredes de palacio en un difícil y poco comprensible aislamiento de la realidad exterior. A Pedro Sánchez le ha fallado todo, hasta quedar al descubierto lo peor de un presidente en ejercicio y aferrado al cargo: su esposa y su hermano están imputados, su fiscal general fue condenado por el Supremo el pasado mes de noviembre, sus dos secretarios de organización —Ábalos y Santos Cerdán— han sido imputados y encarcelados, colaboradores suyos y dirigentes del PSOE han tenido que dimitir por acoso sexual y emerge una caja B socialista en la que se ingresaba y se pagaba dinero.

De los siete presidentes que ha tenido España desde las primeras elecciones de 1977, cuatro se fueron del cargo sin casos de corrupción durante su mandato —Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero—; dos vivieron en sus carnes cómo la corrupción los acechaba mientras estaban en la Moncloa —Felipe González y Mariano Rajoy—, siendo desposeído este último del cargo en una moción de censura. Y queda Pedro Sánchez, cuya situación no es comparable a ninguno de sus antepasados por su gravedad y por su amenaza a incumplir sus obligaciones parlamentarias —presentación de presupuestos, por ejemplo—, y por reorientar políticas históricas como la del Sáhara, entregado sin explicación alguna a Marruecos en 2022. Justo esta semana hemos sabido que Francia sospecha que Marruecos está detrás del espionaje a Sánchez con Pegasus. ¿Casualidad? Seguro que no.

A este enjambre judicial en el que se encuentra, y que inexorablemente irá avanzando en los próximos meses, a peor, claro está, se suma la pérdida de la mayoría parlamentaria de investidura con la que pudo ir tirando al inicio de la legislatura. La ruptura más evidente ha sido con Junts per Catalunya, que, formalmente, no mantiene diálogo alguno con el PSOE, aunque sus errores en la gestión del diálogo con los socialistas —ahora sí, ahora no, ahora quizás— les ha dejado en un terreno yermo e improductivo que ha mermado su caladero de votos y la inquietud en muchos cuadros del partido. La irrupción de Aliança Catalana y las pesimistas encuestas han hecho el resto.

A la vuelta de vacaciones, conociendo a Pedro Sánchez, intentará abrir de nuevo el tablero político español

El último ejemplo, el barómetro municipal de Barcelona, ha situado a Junts cuarto en intención de voto directo, muy lejos del PSC, Esquerra y Comuns, y por detrás de Aliança Catalana. Más allá de las desviaciones que pueda tener, lo cierto es que sería pasar de ganador a cuarto clasificado. El hecho de que un año antes de las elecciones de 2023 los pronósticos fueran igual de pesimistas, no sirve como ejemplo porque estaba Xavier Trias en la recámara, que se echó la campaña a la espalda y dio la vuelta a los pronósticos. Ahora Trias, con 79 años, no está. No hay una figura equiparable en el imaginario municipal barcelonés. Han salido nombres como el expresident Artur Mas o el exconseller Jaume Giró, pero no parecen ser estos los planes de la cúpula de Junts. La cuestión, en mi opinión, es muy sencilla: ¿Junts quiere salir a disputar la victoria en Barcelona por muy, muy, difícil que sea o simplemente aspira a participar? 

A la vuelta de vacaciones, conociendo a Pedro Sánchez, intentará abrir de nuevo el tablero político español. De hecho, ya tiene concretada una reunión a mediados de mes con Oriol Junqueras para abordar el tema de la financiación. Aunque cuesta de ver un acuerdo, lo habrá. Veremos hasta donde aguanta el Excel sin que salten las costuras y PSOE y ERC puedan vender a sus respectivas parroquias un buen acuerdo. Quedarán Podemos y Junts. Estoy seguro de que en estos días de descanso en la parroquia de Encamp, Andorra, Sánchez, además de esquiar, le ha dado vueltas a las necesidades de ERC y de Junts.

Lo iremos viendo y se lo explicaremos en El Nacional, desde donde le deseamos un muy feliz 2026.