¿No estáis un poco hartos de concursos como la mejor tortilla de patatas del mundo, la mejor ensaladilla rusa, el mejor croissant, el mejor panettone, el mejor desayuno de tenedor, la mejor escudella, el mejor pintxo, la caña mejor tirada…? Yo sí, y mucho. Incluso existe el premio a la cuchara doblada, creado por un grupo de australianos escépticos que cuestionan científicamente la pseudociencia y el mundo paranormal —como debéis suponer, el premio fue creado en honor del mentalista Uri Geller, aquel personaje que doblaba cucharas delante del televisor y que catapultó a la fama en los años setenta al desaparecido presentador de televisión José María Iñigo, pero eso es otra cuestión—.

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L'Artesana Santa Eulàlia / Foto: Víctor Antich

Como digo, un poco harto de estos rollos, me acerco a L'Hospitalet, junto a la Ciutat de la Justícia, a probar los mejores callos del mundo según San Sebastian Gastronomika, la cita anual que acoge lo mejor de la cocina vasca y de todas partes. Pues bien, en adelante, las personas que se acerquen a las dependencias judiciales en el barrio de Santa Eulàlia, más allá de sus asuntos con la justicia y si no quedan detenidos, estarán de enhorabuena, ya que hace justo un año que han abierto L’Artesana Santa Eulàlia, una casa de comidas con desayunos y menú de mediodía económico que ofrece los galardonados callos en cuestión, justo al lado.

Me acerco a L'Hospitalet, a L'Artesana Santa Eulàlia, a probar los mejores callos del mundo, según San Sebastian Gastronomika y, sí, ciertamente, puedo confirmar que están muy buenos

De hecho, hay que decir que siempre que me acerco a esta zona  aprovecho para visitar la Granja Elena, el templo por excelencia de la Zona Franca que nunca podrá tener competencia, y eso no cambiará ni por todos los concursos ni por todos los premios del mundo. Pero, como tengo curiosidad por saber si realmente estos callos que decía anteriormente valen la pena, decido acercarme y probarlos, que no sea dicho.

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L'Artesana Santa Eulàlia / Foto: Víctor Antich

Así, bordeo la Ciutat de la Justícia, porque el bar en cuestión queda justamente detrás de los juzgados, y aparco la moto en la calle de la Aprestadora. Ya desde fuera veo el local lleno hasta los topes, me siento en la barra y detrás de mí entra otro joven que saluda con un "buenos días" muy efusivo, debe de ser conocido de la casa. Justo después de cruzar la puerta, Melanie Ovalles, socia de L'Artesana, lo saluda y le suelta: ¡hoy no tengo callos! Horror, le pregunto a la dueña si está de broma, porque uno ha venido a lo que ha venido, pero me confirma desgraciadamente que se han terminado aunque sean las ocho y media de la mañana. Parece que el premio recibido hace unas semanas les ha colapsado la cocina, y aunque cada día preparan más kilos, cada día los acaban. Así pues, tendré que venir otro día a probarlos.

Vuelvo a ponerme el casco y, en un abrir y cerrar de ojos, me encuentro sentado con una gran sonrisa en la Granja Elena, como si estuviera en mi casa, con un buen plato de callos humeante, un vaso de vino del Montsant y un trozo de pan crujiente. No conozco una manera mejor de empezar el día, qué más se puede pedir para ser feliz. Mientras me ventilo la tripa de ternera, pienso que quizás la próxima semana me acercaré a L’Artesana Santa Eulàlia para probar sus callos premiados, o quizás al Andreuenc, un bar de Sant Andreu que ha ganado el primer premio al mejor desayuno de tenedor de Catalunya, organizado por la Lliga del Porc i la Forquilla y concedido en Lleida, o quizás no, quién sabe, demasiados premios.

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Callos de L'Artesana Santa Eulàlia / Foto: Víctor Antich

Vuelve a ser martes y parece el día de la marmota. Cojo la moto y enfilo la Gran Vía otra vez en dirección a L'Hospitalet, a ver si hoy tengo suerte y consigo probar los malditos callos. Tal como hice el otro día, me siento en la barra y espero mi turno mientras observo detenidamente cómo Pau Ponts, cocinero y socio de L'Artesana, reparte sartén en mano en cuatro platitos en fila los pocos callos que le quedan. Saltándome todos los protocolos, porque no los conozco de nada, le pregunto si no quedan más. Y confirma mis sospechas. Un poco nervioso y con mucha educación, le pregunto si sería posible hacer una pequeña degustación, dado que es la segunda vez que visito el local y me quedo con las ganas.

Dicho y hecho, Pau finalmente accede y yo, feliz como unas castañuelas y agradecido por el detalle, puedo probar esta tripa tan preciada acompañada de garbanzos y, sí, ciertamente, puedo confirmar que están muy buenos. Otro día, con más calma, vendré más temprano a desayunar para probar otros platos como el fricandó o las manitas de cerdo, que veo cómo salen de la cocina y tienen muy buena pinta, incluso me acercaré a probar su menú de mediodía, pero reservando antes por si acaso.