El otro día iba hacia Sabadell con la intención de desayunar en un conocido bar donde ofrecen uno de los mejores desayunos de tenedor de la ciudad. Me lo recomendó un vecino mío de la Vansa, que de joven desayunaba ahí todos los sábados con el grupo de ciclistas de Santa Perpètua. Pero mira por dónde —ya es mala suerte—, se me rompió el maldito cable del móvil a medio trayecto y me quedé sin navegador en el coche y sin batería en el teléfono, por lo que tuve que dar media vuelta y dejar el plan previsto para otro día. Parece mentira lo vulnerables que somos con las nuevas tecnologías cuando estas dejan de funcionar. En fin, ojalá todos los problemas fueran estos. Al día siguiente, con un cable nuevo, tomo la carretera otra vez hacia Sabadell.

Vayamos al tema, el bar Vilarrubias se inauguró a principios del siglo pasado, hace casi 125 años. Tras cambiar de propietarios en varias ocasiones, es en 1957 cuando el bar pasa a manos de los suegros de M. Rosa, Josep Flaqué Pujades y Mercè Solanot Talabera. Hacían un buen tándem: Mercè estaba en la cocina y Josep en la barra, atendiendo a la clientela que llenaba el local de sol a sol. Tenían el cuartel de la Guardia Civil al lado y un montón de fábricas alrededor y, evidentemente, todos se acercaban al bar.

Originarios de L'Ametlla del Vallès, trabajaban en el campo —como muchos otros en esa época—, pero a raíz de una mala cosecha decidieron cambiar de vida y trasladarse a la cocapital vallesana. En Sabadell se hicieron cargo del local de la calle de Vilarrúbias, que, por cierto, entonces ofrecía otro tipo de placer, según parece, y lo convirtieron desde el primer momento en una casa de comidas muy popular en el barrio. La pareja tenía tres hijos, Fernando, Rosa y Mercè, que ayudaban en el bar, pero fue Fernando Flaqué Solanot quien acabó dirigiendo el negocio, junto con su mujer, M. Rosa Espinasa Puig.
Eran otros tiempos, me cuenta M. Rosa, que ha pasado media vida con su marido al frente del negocio. Ya entonces ofrecían desayunos y comidas espléndidas a un precio razonable y, claro, el bar se llenaba hasta los topes. Luego incorporaron los menús de mediodía con mucho éxito, añadiendo platos nuevos de cuchara y brasa, pero también platos de caza, ya que Fernando era muy aficionado. El bar Vilarrubias abría a todas horas para poder dar servicio al alud de clientes.

Actualmente, sin embargo, es el hijo de M. Rosa —Josep, la tercera generación— quien mantiene el negocio a toda máquina, junto con su pareja, Maria Antònia Téllez. Juntos forman, al igual que sus abuelos y sus padres, un tándem perfecto, que ofrece la mejor cocina tradicional catalana.

Sentado en el comedor de arriba, me estoy zampando un plato de pulpitos con cebolla que son boccato di cardinale. Como pienso que no tendré suficiente, le pido a Josep medio plato de tripa para redondear el desayuno. No me quiero ir sin probarla. En las mesas de al lado, veo que están comiendo judías con butifarra, costillas de cabrito rebozadas e incluso algún fricandó, preparados todos por si llega el fin del mundo no nos pille sin desayunar. Olvidaba comentar que hoy es un miércoles cualquiera y el local está a rebosar, a pesar de que son las once de la mañana. No quiero ni imaginarme, los sábados, cómo debe llenarse el bar.

Mojando pan, dejo el plato bien reluciente y le echo un vistazo al menú. Pero no os preocupéis, que no me quedaré a comer. Hoy tienen fideuá, embutido, crema y croquetas y, de segundo, albóndigas, manitas de cerdo y calamares frescos a la romana, entre otros platos atractivos. Un buen menú, sin lugar a dudas. No me sorprende nada que sea imprescindible reservar para conseguir mesa.
Actualmente, es el hijo de M. Rosa —Josep, la tercera generación— quien mantiene el negocio a toda máquina, junto con su pareja, Maria Antònia Téllez. Juntos forman, al igual que sus abuelos y sus padres, un tándem imbatible que ofrece la mejor cocina tradicional catalana
Antes de marcharme, Josep me cuenta que su hijo está estudiando cocina. Todo apunta, pues, a que la cuarta generación se hará cargo del negocio cuando llegue el momento, y mantendrá este centro de peregrinación obligatoria —y sus maravillosos desayunos— durante mucho tiempo. Definitivamente, una buena noticia que habrá que celebrar con un buen desayuno, pero esto ya para otro día.