Un frío de bofetada es el que tenemos en Michigan en invierno. Frío que facilita conversaciones imposibles, llena minutos prime time y nos lleva cada año a hacer un ejercicio de resiliencia al más puro estilo yanqui del #yeswecan. Acogemos así un invierno largo y crudo que llega descaradamente en octubre para quedarse hasta mayo. Los supuestos beneficios del frío y del hecho de estar rodeados de los Grandes Lagos no se acaban aquí. El famoso 'efecto lago', combinado con el agua de las nevadas, transforma la tierra en un suelo ideal rico en nutrientes, que hace que los frutos que se obtienen sean, organolépticamente hablando, excelentes y muy abundantes. De este regalo de la naturaleza nace el famoso 'cinturón de la fruta' acompañado de un crecimiento económico y cultural que caracteriza las zonas costeras de los Grandes Lagos.

El famoso 'efecto lago' no es nada más que la creación de una bolsa de aire proveniente de las corrientes que vienen del oeste que, junto con la línea costera, hace de muro e impide que las primeras heladas de otoño y las últimas de primavera entren en la península afectando a los cultivos. Para que nos entendamos, un termostato natural. Un ejemplo fruto de la magia de este efecto es el vino. Vino que se elabora dejando madurar la uva en la viña más tiempo de lo normal, hasta bien entrado el otoño, cuando empiezan las heladas. El agua que contienen los granos de uva se congela parcialmente, pero no tanto como para afectar a los azúcares de este. Las bajas temperaturas, sin embargo, añaden al vino un alto nivel de acidez que los vinicultores compensan añadiendo más azúcar, para conseguir así el equilibrio de los buenos vinos, entre el ácido, el azúcar y el alcohol. Reto que afortunadamente no tienen las tierras Californianas ni catalanas a la hora de hacer vinos, ya que, climatológicamente hablando, son privilegiadas. A pesar de las cabriolas para hacer vinos, el estado cuenta con Rieslings que han sido premiados entre los mejores del mundo.

Manzanas de Michigan / Foto: Javi Paricio
Manzanas de Michigan / Foto: Javi Paricio

Las manzanas también se benefician de este efecto climático: noches frías, mucha humedad y días de sol al mediodía hacen de Michigan uno de los tres primeros estados proveedores de manzanas del resto del país. Gran proveedor también de pescado de lago, de maíz y de cerezas. Millas y millas de cerezos en flor que durante el mes de mayo atraen miles de turistas que vienen de todas partes. Más de quince millones de manzanos (la mayoría de las variedades Gala y Honeycrisp) hacen de esta tierra un paraíso para los amantes de las manzanas. Desde tiempos ancestrales, la época de recolección de cualquier producto engendra tradiciones y fiestas, hecho que pasa a todo el mundo desde la Fiesta de la Siega del Arroz del Delta a las Fiestas tradicionales de la Manzana de Michigan. Celebraciones que ponen de relieve las tradiciones y el cultivo.

A raíz de la cosecha de las manzanas, también nacen festivales, fiestas y tradiciones. Una costumbre otoñal que no me pierdo ningún año son las idas y venidas al molino de manzanas de mi pueblo. Mañanas frías nebulosas, caminos cubiertos de alfombras de hojas de colores y el olor de canela al llegar es una experiencia que espero con deleite cada año. Los molinos de manzanas existen desde 1700 en nuestro estado, entonces ya había uno en cada pueblo, molinos que, movidos por la fuerza del agua, prensan las manzanas para obtener el jugo que viene en botellas de medio galón, genialmente casados con los donuts caseros típicos hechos por la dueña del molino. El tándem del zumo de manzana recién prensado con la masa del donut salida de la freidora y empolvada con azúcar y canela hace que largas colas de gente, hipnotizadas por el olor que sale del molino, esperen pacientemente su turno. Parte del jugo de las manzanas lo dejan fermentar y lo venden en forma de Hard Cider para todos aquellos que quieren pasar el frío más "alegremente". Hoy, todavía se conservan muchos de aquellos molinos, escenarios obligados del turismo y, aunque algunos se han convertido en decorados de feria, todavía nos quedan en los pueblos pequeños los molinos de siempre, regentados por familias que hacen honor a sus ancestros. Invito a los catalanes no a hacer donuts de canela, pero sí a visitar nuestro estado en otoño. Venid abrigados, eso sí.