En Reus, cuando llegan los primeros días de calor y las calles se llenan de música y tradición, hay un aroma que flota en el ambiente y que anuncia algo más que la llegada del buen tiempo: es el olor de la coca de cerezas, uno de los productos más emblemáticos y esperados del calendario festivo. Aunque hoy en día se ha convertido en un símbolo gastronómico inseparable de la cultura local, pocos conocen su verdadero origen, una historia que mezcla necesidad, ingenio y generosidad, y que arranca en una pequeña calle del Reus del siglo XIX, cuando la ciudad tenía apenas 25.000 habitantes y, sorprendentemente, contaba con más de 100 hornos de pan.

El curioso origen de la coca de cerezas de Reus

Todo comenzó en la calle de les Galanes y la calle Santa Anna, donde se encontraba una antigua harinera que abastecía de harina a buena parte de los panaderos de la ciudad. Cada primavera, justo al comenzar la temporada, se realizaba una limpieza general del local. Como resultado, se acumulaba una gran cantidad de harina de restos, que no se podía vender ni aprovechar para usos convencionales. En lugar de desecharla, uno de los panaderos del barrio tuvo una idea brillante: ¿por qué no utilizar esa harina sobrante para hacer unas cocas? A esa propuesta se sumó otro ingrediente inesperado: el harinero también tenía un exceso de cerezas que, de no usarse pronto, acabarían estropeándose.


Así nació una tradición: con harina que ya no tenía salida y cerezas que iban a perderse, se elaboraban cocas sencillas pero sabrosas, que se repartían gratuitamente entre los vecinos. No se vendían, se regalaban, y quizás por eso el pueblo las acogió con tanta devoción. Coincidía, además, con la época en la que los gigantes salían a las calles de Reus, en celebraciones que llenaban las plazas de fiesta y color. La asociación fue casi automática: coca de cerezas y gigantes pasaron a ser una combinación inseparable, parte de la memoria colectiva de la ciudad.

Puesto que se realizaban con restos de ambos productos, se regalaban entre la población

La tradición fue arraigando con fuerza, y con los años se transformó en una costumbre tan esperada como querida. A día de hoy, cada vez que los gigantes vuelven a recorrer Reus, las cocas de cereza vuelven a ocupar un lugar protagonista en los hornos de la ciudad. Aunque ya no se elaboran con harina sobrante ni cerezas en exceso, el espíritu original permanece: un gesto generoso, un aprovechamiento ingenioso y una receta que, sin grandes pretensiones, se ha ganado un hueco en la historia gastronómica de Catalunya.

coca cerezas 1
En realidad se trataba de una receta de aprovechamiento / Foto: Unsplash

Así, la coca de cerezas no solo es un placer para el paladar, sino también un símbolo vivo de comunidad, tradición y memoria compartida. Cada bocado guarda una historia que se remonta a tiempos en los que aprovechar lo que había era una virtud, y compartirlo con los demás, una celebración. Porque en Reus, la coca de cerezas no solo se come: se vive.