La decisión de los líderes de Alemania, Francia y Reino Unido reclamando un alto el fuego inmediato, el fin de las restricciones a la llegada de ayuda humanitaria a Gaza y la entrega de los rehenes, alejando las diferencias que tienen sobre el terreno, es el enésimo ejercicio de detener la matanza que se está produciendo. Nada apunta que vaya a haber un cambio radical en la zona, ya que para ello sería imprescindible que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, modificara su apoyo inquebrantable a Netanyahu. Mientras el primer ministro israelí cuente con un cheque en blanco de la Casa Blanca, nada importante acabará cambiando y la ola de indignación por el hambre en Gaza será, en la práctica, fuegos de artificio con un resultado escaso.
Se tiene que seguir, sin embargo, en esta dirección, que es la única posible: presión en la opinión pública, denuncia a los organismos internacionales y amenaza de sanciones. Son ya más de un centenar de organizaciones internacionales humanitarias las que han alertado, sin ambages, de la dramática situación en Gaza, donde los alimentos más importantes escasean o simplemente no existen. El bloqueo israelí, que ya se arrastra desde el pasado 2 marzo, está provocando que más de un millón de menores sufran las consecuencias de la hambruna. Los análisis realizados reflejan una desnutrición aguda y hacen evidente algo que no debería suceder: la utilización del hambre como arma de guerra. El jefe de la oficina de las Naciones Unidas para la coordinación de asuntos humanitarios en los territorios palestinos, Jonathan Whittall, ha sentenciado que lo que Gaza está presenciado no solo es hambre, sino una política calculada de inacción.
Mientras el primer ministro israelí cuente con un cheque en blanco de la Casa Blanca, nada importante acabará cambiando
En medio de todo este contexto y de la presión internacional a Netanyahu ante estos hechos, que son unas violaciones que constituyen crímenes de guerra, según los convenios de Ginebra y el estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, el movimiento unilateral del presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, anunciando que en septiembre reconocerá el estado palestino en la reunión anual de la asamblea general de Naciones Unidas es, cuando menos, discutible. Por dos motivos, en primer lugar, la inestabilidad política francesa, donde el gobierno pende de un hilo y la opinión pública está mayoritariamente en contra del paso dado por Macron. El segundo, porque no es una buena estrategia el actuar de liebre en un tema tan delicado. Es cierto que, a diferencia del movimiento de Pedro Sánchez, el del presidente francés arrastra consigo el ser el primer país del G-7 que realiza un gesto de esta naturaleza, pero la experiencia demuestra que es mucho mejor una posición conjunta, y que las actuaciones individuales acaban siendo eso, individuales.
La postura de países como Reino Unido y sobre todo Alemania no está precisamente aquí. Veremos, sin embargo, como actúan las costuras en el país germánico, donde el canciller alemán, el democristiano Friedrich Merz, mantiene una posición radicalmente contraria a un gesto como el de Francia y considera que debe ser, en todo caso, al final del proceso, nunca antes, como ha hecho Macron. La posición del gobierno italiano de Giorgia Meloni tampoco es favorable, y su canciller, Antonio Tajani, exigió antes que los palestinos reconozcan el estado de Israel. Macron ha abierto un melón en una jugada que unos consideran audaz y otros, temeraria, entre otras razones porque Francia tiene la mayor población judía de Europa, pero también la mayor población musulmana de Europa occidental. El Eliseo presionará a sus socios europeos, veremos si consigue resultados, fácil no parece.