Una amnistía a medio aplicar, una gestión de la inmigración que en realidad no comporta ninguna competencia normativa, que se pueda hablar en catalán en el Congreso —quien lo quiera, claro está—, una recaudación del IRPF y una soberanía fiscales que no llegaran hasta 2028. Si llegan. Da mucha pereza hablar de política el primer sábado de vacaciones, yo ya lo entiendo. Pero es precisamente en verano, cuando el humo amaina, que se puede leer la realidad política de forma más nítida. Es ahora, cuando las tertulias deben sacarse temas de la manga y parece que no hay actualidad, cuando todo se detiene, que es mejor mirar según qué cosas. Ocurre con la política y ocurre con la vida. Es en ese impasse que es bueno pensar. Y pienso que las promesas vacías no son gratuitas, que detrás de cada incumplimiento del PSOE —en Catalunya o en Madrid— está la incapacidad de los partidos de matriz catalana de sobreponerse al peso de sus errores y cobardías. De esto, el país se resiente. Y pienso, de hecho, que no es casual que la prolongación —que tenderá a la infinitud— de la implementación de la recaudación de impuestos se debata estos días. Finales de julio, principios de agosto.
ERC está en un momento tierno. En los últimos años, de hecho, se ha encontrado en un momento tierno. Convocatoria de elecciones tras convocatoria de elecciones se ha ido constatando cómo su estrategia de partido catch-all –en el eje social y nacional– solo ha servido para deshacerle la identidad, quitarle atractivo electoral y cuestionarle la credibilidad. Su adhesión acrítica al PSC y al PSOE solo ha legitimado sus gobiernos. Una mala lectura del momento político y un interés desmedido por mantener cuotas de poder los abocó a un enflaquecimiento que ahora no tienen las herramientas para revertir. Aunque estos días parezca que Oriol Junqueras se esté despertando del sueño febril que ha durado siete años, en realidad son los últimos intentos de marcar perfil y ganar espacio mediático sin tener que realizar ningún cambio de fondo. ERC se ha convertido en un partido previsible por tozudo, indigno de un legado histórico que ya nadie cree que tenga una traducción ideológica en la cúpula republicana actual.
"¿Estás de acuerdo en que Esquerra Republicana vote a favor de la investidura del candidato socialista a cambio de la soberanía fiscal, la promoción y protección de la lengua catalana, la convención nacional para la resolución del conflicto político y el resto de medidas acordadas?" Esta es la pregunta que ERC hizo a su militancia y es una pregunta que solo quien sobredimensiona su fuerza negociadora es capaz de idear. Es humo, porque ya entonces el PSC no tenía ningún incentivo para cumplir con las obsesiones de los republicanos. Tanto la legislatura en Madrid como la legislatura en Catalunya y las medallas autoimpuestas de grandes negociadores han servido para carcomer aún más la confianza que el grueso electoral catalán tiene en los partidos de matriz catalana, y esta desconfianza siempre desemboca en una frustración que alimenta los marcos políticos más oscuros.
¿Qué beneficios ha traído el pactismo del postprocés y qué beneficios traerá si la clase política catalana ha renunciado a todo lo que verdaderamente podía convertirla en una amenaza?
Ahora que es verano, y que parece que la vida política se detiene —aunque no lo haga del todo— es un buen momento para preguntarse: ¿qué hemos sacado de ello? Y sobre todo, ¿qué podemos sacar de ello? ¿Qué beneficios ha traído el pactismo del postprocés y qué beneficios traerá si la clase política catalana ha renunciado a todo lo que verdaderamente podía convertirla en una amenaza? ¿Existe algún votante potencial de estos partidos que realmente esté más seducido por la idea de lograr pactos cosméticos con los gobiernos socialistas que por la idea de no depender más de ellos? Si cuesta reivindicar los frutos escasos de los pactos como victorias políticas, si además electoralmente no ofrece ningún beneficio, ¿por qué ninguno de los partidos de obediencia estrictamente catalana da la vía pactista por muerta? ¿Hay alguien en ERC que piense que la perspectiva de recaudar el IRPF en 2028 se revelará como un incremento notable de votantes? La falta de credibilidad —hacia el PSOE, pero también hacia la masa electoral catalana— les pasa factura a un frente y otro.
Hace año y medio de la investidura de Pedro Sánchez y hace un año de la investidura de Salvador Illa, y la sensación es que el votante independentista —que todavía lo es— no ha tenido poder para decidir nada de lo que ha sucedido desde entonces. Que no hay ningún partido que ponga sus prioridades en la agenda política, y que las que sí están en la agenda, a la hora de la verdad, solo están al servicio de los intereses electorales de los partidos que deberían velar por los intereses del país. Sin la confianza de la gente y sin fiabilidad, los partidos catalanes están destinados a que todo lo que ponen sobre la mesa parezca poco importante. Y yo diría que la forma de revertirlo es cumplir con la gente, a pesar de los incumplimientos del PSOE. A largo plazo, también electoralmente, les será mucho más agradecido. ¿Qué hemos sacado, pues, de falcar a gobiernos españoles? Una desconfianza todavía mayor con los partidos catalanes, una frustración política con la que la extrema derecha catalana se lame los dedos, un independentismo huérfano, unos pactos no cumplidos que ponen en duda el funcionamiento del sistema democrático y el arrinconamiento de todo discurso netamente nacionalista. Parecían solo unos votos de investidura, pero PSC y PSOE, de los votos de los partidos independentistas, sacaron mucho más que los votos. Ahora que parece que la actualidad está de vacaciones y que todo se ve con más nitidez, hablando de la perspectiva de una recaudación del IRPF catalana para 2028 me ha venido todo esto a la cabeza.