Un compañero de trabajo me dijo: “Mira el 30 Minuts de Paraula d’adolescent de TV3. Te sorprenderá.” El documental quiere retratar cómo habla la juventud de hoy: bro, funar, gymrat, en plan, tipo... Un sinfín de palabras más propias de una mezcla de lenguas y estilos que suenan y recuerdan a todo menos a catalán. Un profesor defiende que estas palabras “son mucho más que simples expresiones” y que, cuando los jóvenes dicen bro, no solo se expresan, sino que más bien lo hacen para afirmar (y reafirmar) quiénes son, a qué grupo pertenecen y cómo quieren ser percibidos. Que así es como quieren hacerse valer y cómo encuentran complicidades en su universo digital. Y esta visión, la entiendo y la comparto. Nosotros también decíamos tio, no fotis, gilipolles, borde… La lengua siempre se ha utilizado para construir identidad y, sí, también para provocar. La lengua está viva, ya lo sabemos, lo repetimos como un mantra, pero hay un punto donde esto de la lengua viva se convierte en la lengua medio moribunda, y quizás aquí es cuando a mí se me activa la alarma de la confusión (o quizás simplemente es que ya soy demasiado mayor para entender según qué cosas).
La lengua siempre se ha usado para construir identidad y, sí, también para provocar
Porque una cosa es decir bro, y otra cosa es que algunos de los jóvenes del documental ni siquiera hablen catalán, sino una especie de mezcla de catalán y castellano que acaba no siendo ni una lengua ni otra. ¡Y no les culpo absolutamente de nada, que conste! Y me parece muy necesario que se refleje esta realidad lingüística, ya que es también la que nos encontramos en las aulas. Si el catalán se convierte en un filtro de Instagram que solo se ponen cuando conviene, ¿cómo lo mantendremos vivo? El problema no es que digan beef o random. El problema es que a menudo ni siquiera saben cómo sería en catalán —y lo que es peor: ni les importa.
También quiero comentar alguna de las frases que sueltan con toda la tranquilidad del mundo, como por ejemplo “cómo vistes ya dice cómo eres”... Y tres o cuatro dicen “sí, sí” y nadie les cuestiona esta afirmación. ¿De verdad queremos una generación que cree que la identidad se construye más en Zara que en las palabras? ¿Que piense que llevar unos zapatos de 300 euros te explica más y te representa más que lucir unas bambas de 45 euros? En fin. ¡Quizás la lengua es el menor de los problemas que tenemos! Y que conste que yo también me creo eso de que “¡la lengua evoluciona!”. ¿Pero quizás nos tenemos que preguntar hacia dónde evoluciona? ¿Hacia un híbrido irreconocible entre catalán, castellano e inglés después de pasar por un TikTok con música de Bad Bunny? Una evolución sin dirección también es una desaparición disfrazada. Adaptación, sí. ¿Pero adaptación a qué precio?
Amar una lengua no es solo celebrar que se transforma; es también defenderla cuando se deshilacha. Porque si todo se reduce a bro, literal y random… quizás sí que el futuro del catalán dará cringe
Por decir algo positivo de este 30 minuts: me ha hecho pensar en la relación entre generaciones. Ellos hablan para marcar identidad y nosotros los escuchamos desde la experiencia… y también desde el control, la norma, y pensamos: “esto no se dice”. Aquí hay un choque, pero también hay una oportunidad. Preguntar qué quiere decir funar puede unir más que reñirlos o exigirles que digan carai, pero preguntar no quiere decir aplaudirlo todo acríticamente. Compartir la lengua quiere decir entenderla, sí, pero también quiere decir cuidarla. Amar una lengua no es solo celebrar que se transforma; es también defenderla cuando se deshilacha. Porque si todo se reduce a bro, literal y random… quizás sí que el futuro del catalán dará cringe.