Realmente no tenía nada de ganas de hablar hoy, aquí, de Gabriel Rufián. Ni tampoco de ERC o de Carles Puigdemont y Junts per Catalunya. De ningún modo. ¡Mira que pasan cosas interesantes en el mundo! ¡Y también en España! ¡E incluso en Catalunya! No obstante, tras contemplar el miércoles a Rufián en la tribuna del Congreso de Diputados, no he podido ahogar la tentación de escribir cuatro líneas sobre este hombre, un personaje magnético situado en estos momentos entre el lerrouxismo 3.0 y la caricatura grotesca.

Al oírlo día tras día, incansable, con una tozudez geológica, reprochar, denunciar, reprobar, criticar, menospreciar, insultar, etcétera, a Míriam Nogueras, Carles Puigdemont y todo lo que sea Junts o huela a Junts, uno no puede evitar concluir que, aparte de cualquier otro posible diagnóstico, el de Santa Coloma está obsesionado, sufre alguna determinada forma de obsesión que, con el tiempo, en vez de corregirse o apaciguarse, se ha ido haciendo cada vez mayor, hasta devenir enorme, colosal. No existen suficientes pantallas para transcribir aquí para ustedes la lista de todos los alaridos que Rufián ha llegado a proferir a Junts. De hecho, resultaría realmente complicado saber cuándo se refirió a ellos de forma amable por última vez —si es que este prodigio ha llegado alguna vez a producirse—. En cambio, echando la vista atrás, lo que me viene enseguida a la cabeza es ese tuit datado a las 12 horas y 11 minutos del 26 de octubre de 2017, víspera de la frustrada declaración de independencia de Puigdemont: "155 monedas de plata". Una manera como otra de tachar al entonces president de traidor a Catalunya.

La segunda manía rufianesca que, igual que la otra, se ha ido engrosando hasta los márgenes de la patología, es la defensa a pie y a caballo de la coalición gubernamental española, formada, como se sabe, por PSOE y Sumar (a estas alturas deberíamos decir Restar). Rufián ha ido más allá de lo que ha ido nunca su maestro y mentor, el Yoda Joan Tardà. El fervor con que el republicano Rufián persigue a los enemigos de Sánchez —que son multitud— resulta tan extremado y, desde cierta perspectiva, tan rancio, que recuerda a los cómics de El Guerrero del Antifaz —los más mayores los recordarán—, que solía ir acompañado del joven y ciegamente leal Fernando, su escudero. O, yendo un poco más para acá, Rufián hace muy bien el papel de Crispín, siempre al servicio del Capitán Trueno (ya me disculparán, pero Sánchez presenta un innegable parecido al personaje del genial Víctor Mora). Rufián, al que Oriol Junqueras fichó hace una eternidad para encarnar el icono del independentismo en castellano y "de barrio" y para pilotar esa bonita nave espacial que bautizaron como "Eixamplar la base", se ha ido alejando cada vez más de su misión para sucumbir con ímpetu a sus desvaríos. Resumiendo: la adoración a Sánchez desde un izquierdismo de catequista y la inquina contra Puigdemont y Junts, es decir, contra lo que él, con indisimulado desprecio, llama "la derecha catalana". Si en ese vibrante octubre de 2017 Rufián acusaba a Puigdemont de traidor —el republicano pensaba entonces que el president convocaría elecciones y no declararía nada—, el miércoles en el Congreso, como si no hubieran transcurrido más de ocho años, insistía: "Dejen de mentir y vender mercancía tóxica y miserable". Y, como entonces, los acusaba —a los juntaires— de traidores, porque, peroraba, valiéndose del tópico: Catalunya "no es su patria, sino su negocio".

La deriva rufianesca, ¿creéis que le hace algún favor a ERC? Pienso, francamente, que no. ¿Le conviene al independentismo en su conjunto? Rotundamente, tampoco. Exactamente al contrario.

Si Rufián podría encarnar a Fernando, el escudero del Guerrero del Antifaz, Míriam Nogueras podría ser Zoraida, la favorita de su enemigo Ali Kan (Puigdemont). Nogueras, adivino que, en el fondo, disfruta azotando con inclemencia y fruición al de Santa Coloma y a los republicanos. Sin ir más lejos, el miércoles se refirió irónicamente a Rufián, que acababa de hablar, como "portavoz del PSOE". Fue así: "Creía que el turno del portavoz del PSOE que no habla de Catalunya era el último, no recordaba que era justo antes que el nuestro". A ella —cuyo talante se sitúa en las antípodas de Heidi, para entendernos—, uno se la imagina, en un arrebato onírico, cantándole, como Guillermina Motta, eso de: "Fes-me mal, Johnny, Johnny, Johnny (Gabi, Gabi, Gabi), / engega'm al cel, / fes-me mal, Johnny, Johnny, Johnny, jo vull l'amor que fa bum!"

Vale la pena preguntarse, a la vista de todo lo anterior, y ahora en serio, si toda esta empanada de Gabriel Rufián tiene hoy algún tipo de sentido político. Quiero decir, y para preguntármelo como los romanos: "¿Qui prodest?" [¿A quién beneficia? / ¿A quién le va bien?]. La deriva rufianesca —que no hace mucho lo empujó a reclamar la inmediata formación de una especie de Frente Popular español—, ¿creéis que beneficia a ERC? ¿Que le hace algún favor? Pienso, francamente, que no. ¿Le conviene al independentismo en su conjunto? Rotundamente, tampoco. Exactamente al contrario. Ni tampoco hace ningún favor a la percepción que los ciudadanos tenemos de la política. Los únicos que se relamen definitivamente los bigotes son los enemigos declarados de Catalunya, algunos periodistas desocupados y determinados programas basura de esta gran olla de caldo grasiento que es el mundo político y mediático de Madrid. Y, en general, todos aquellos, que no son pocos, que disfrutan viendo en qué se ha convertido el independentismo catalán —que un día llegó a asustarles— y disfrutan lo que no está escrito con el funesto espectáculo de Rufián y Nogueras tirándose misericordiosamente de los pelos.