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Capítulo 1: Decálogo de la farsa del sector musica

Capítulo 2: Cuando se té pasa el arroz, ¡en la mierda los principios!

Capítulo 3: El 'statu quo' se el enemigo de las redes sociales: voy a reventar Twitter

Capítulo 4: La polémica vende, el periodismo aburre y la piel se cae con los años

Capítulo 5: ¡Cómo mola ser viral!

Capítulo 6: Funado en redes, puto amo en las zonas VI

Capítulo 7: Molar nubla la vista
 

Un episodio de Fariña

Catalina era, sé que esto es muy barcelonacéntrico, la chica más de pueblo del mundo. Cuando un tipo de barrio como yo llega a la universidad, en seguida se da cuenta de que realmente, aunque viva en la periferia, siempre ha sido de ciudad grande. Porque Catalina tenía carnet de conducir desde los dieciocho años, cómo iba a moverse sino. Porque vestía como sacada de un Viñarock, siempre con camisetas de fiestas populares, y porque conocía absolutamente a todo el mundo de su comarca en la facultad. 

Catalina era más de pueblo que una espardeña y ahora estaba en esa fiesta, tantos años después, haciéndose llamar Cata y habiendo perdido todo el acento de interior. “He vivido unos años en Berlín. Pero ahora he vuelto, por curro. Me fui allí cuando acabé la uni. Estuve unos años haciendo comunicación como junior –sin cobrar, vamos– y allí, viví con una chica, bueno, viví con mucha gente, era carísimo el alquiler, y esa chica me dijo que en el VS, en el Verano Sound, buscaban a gente. Fui al festival, me colaron en la zona de profesionales, conocí a la jefa de comunicación, empecé a colaborar con ellos, primero como refuerzo en el festival y, mira, ahora ya estoy casi todo el año trabajando”, aclaró. "No me quejo, ¿y tú?”.

Catalina tenía mi edad y todavía no trabajaba todo el año. Es cierto que sus padres le compraron un piso en Barcelona al poco de volver de Berlín, según me dijo un compañero de facultad, uno que se había tirado al periodismo deportivo, pero no trabajaba todo el año. Con treinta. ¡Joder! No sabía qué responder a su pregunta. E hice lo que hacemos todos cuando encontramos a gente que hace mucho que no vemos: adornar. 

—Eh… Yo… Soy articulista. Soy articulista estrella. He escrito para algunos medios. Pero ahora ya solo escribo un artículo a la semana.

—¡Claro! Te he leído. Un montón de veces —Qué bonito es mentir juntos. 

—¿Fumas? —me invitó. 

—Cl… Cla… Claro. 

Por qué no. No daba un calo desde los dieciséis. Pero a la vista que allí no había amigas. Y que debería tener un poco de soltura para seguir adornando mi vida, me aventuré. Nos pasamos la noche recordando anécdotas de la universidad. Entre jijis, empecé a sentir que nos estábamos acercando más y más. Hasta que nos dimos un beso. 

El porro y la culpabilidad de aquel beso me mataron. Así embarré un precioso videoclip de Alizzz

Como en una mala escena de Paul Weitz, me levanté rápido y me fui al lavabo casi sin despedirme. “P… Perdón”, acerté a balbucear. Me choqué con todas las camisetas fosforitas del mundo, las lentejuelas me cegaban, y llegué a los WC, todos ocupados, abrí una puerta sin pestillo, separé a dos Fariña y vomité hasta la primera papilla: el porro y la culpabilidad de aquel beso me mataron. Así embarré un precioso videoclip de Alizzz.