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Capítulo 1: Decálogo de la farsa del sector musical
 

Capítulo 2: Cuando se te pasa el arroz, ¡a la mierda los principios!


Capítulo 3: Voy a reventar Twitter (o como quiera que se llame ahora)


“¿Probamos una?”. Me fui a nadar al gimnasio del barrio. Me encantaba la franja de 14 h a 15 h. Empezaban las clases de aquagym y, como el resto del mundo curraba… Bueno, yo también curraba, pero tenía MIS horarios. Se entiende. Como el resto del mundo –me encantaba la terminología laboral específica, me hacía sentir un líder sindical– asalariado tenía un horario, no había más que viejos con unos pellejos adorables. Me encantaba el señor Emilio, que siempre se los guardaba en el bañador. Pero en cuanto se tiraba al agua, las pieles de la barriga le flotaban, como si estuviesen hechas de porexpan.

—Buenos días, Dani, ¿cómo va? —comentaba Emilio, mientras se entremetía los pliegues en el bañador, como si estos fuesen una camisa, acomodándose dentro de un pantalón ceñido.

—Nada, todo bien, señor Emilio, todo bien…

—Pareces preocupado, cowboy. —le encantaba llamar cowboy a la gente, cada tarde revisaba todas las películas western del Hollywood clásico— ¿Es el trabajo? 

Asentí con la cabeza mientras me descalzaba las chanclas para entrar al agua. 

—Bueno, sea como sea, ve con todo, Dani. Que se te pasa el arroz —esgrimió, risueño, Emilio, que parecía que en vez de la voz había utilizado un puñal para cantarme el consejo.

“Ve con todo Dani, que se te pasa el arroz”. “¿Probamos una?”. “Ve con todo Dani, que se te pasa el arroz”. “¿Probamos una?”. Con cada aleteo en el agua se me venía a la cabeza una de las dos frases. Era torturador. Me salí a los diez minutos. “Ya te vas, ¿cowboy?”. Le dije adiós al Clint Eastwood de Sant Martí con la mano. Él respondió igual, zarandeando la chicha de los brazos como aletas de buzo. 

En el metro, camino a casa, repasé Twitter. Como siempre. Hablaban sobre las últimas polémicas de Gerard Piqué. Menudo cantamañanas

En el metro, camino a casa, repasé Twitter. Como siempre. Hablaban sobre las últimas polémicas de Gerard Piqué. Menudo cantamañanas. A veces pensaba que yo también podía tener el gracejo de algunos tuiteros. Estos que se esconden tras un alias pero que han acabado poniendo su nombre de pila en todas sus redes sociales porque ahora ya los contratan los medios convencionales. Más que a mí. Pero yo no me atrevía. 

Esa era la clave de las redes, polemizar

Odiaba las notificaciones. Me ponía nerviosísimo cada vez que lanzaban alguno de mis temas desde los medios donde colaboraba. Como nadie comprobaba una mierda, y yo siempre me sentía un periodistucho, se me comía el síndrome del impostor: fijo que esta vez se dan cuenta que no me he escuchado el disco con el que comparo el último de Lildami. Soy un bocazas. ¿Por qué coño sigo haciendo esto, si llevo colaborando en medios musicales desde los veinte? Llevaba escribiendo en las principales cabeceras del país diez años ya. Tenía 439 seguidores. Y bajando. Los bots siempre mueren. Mi padre, que era un aficionado voraz del Barça, tenía más. Él se metía en todas las polémicas. En todos los fichajes. Esa era la clave de las redes, polemizar.