Anteriormente...

Capítulo 1: Decálogo de la farsa del sector musical

Capítulo 2: Cuando se té pasa el arroz, ¡en la mierda los principios!

Capítulo 3: El 'statu quo' se el enemigo de las redes sociales: voy a reventar Twitter

Capítulo 4: La polémica vende, el periodismo aburre y la piel se cae con los años

Capítulo 5: ¡Cómo mola ser viral!


Lo malo siempre pesa más que lo bueno

¿Un artículo de mierda? Tal vez Claudia tenía razón. Pero ese no era motivo para que 1.131 desconocidos me pusieran a parir en redes. Los conté. No podía dormir y no tenía nada mejor que hacer: en cuanto empecé a dar vueltas en la cama y a quejarme, Claudia me echó de la habitación. Me fui al sofá, me tumbé hacia arriba, con el móvil iluminando la cara, como el que cuenta un relato de miedo con una linterna, y dando una patada al reposabrazos cada vez que leía “mal periodista”, “fracasado”, “frustrado”, “muérete”. Julio me empezó a chupar el codo. Dicen que los perros tienen una sensibilidad especial. Incluso una paloma hubiese sabido ver que estaba pasando un mal rato. En ese momento entendí a El Xokas, el streamer gallego de moda. Yo pensaba que era una gilipollas, un engreído y un sabiondo. Y que por eso se había creado todos esos perfiles falsos en redes para insultar a los que a él lo criticaban desde el anonimato. Pero no, no, realmente daban ganas de ponerse a discutir con cada uno de esos bobos sin foto, con fotos creadas por una IA o con copys tan elocuentes como “culé y de Valls”. ¡Rabia!

Seguía haciendo scroll por los comentarios y las menciones. Realmente, el artículo estaba gustando. Pero un comentario malo, lo hundía todo. Era como un suspenso entre excelentes. Lo malo siempre pesa más que lo bueno. Yo era especialista en quedarme con lo malo: la primera cita que tuvimos con Claudia fue fantástica, comimos, reímos, bebimos, pero no hubo final. ¡El beso! Un abrazo y para casa. Me fui directo a ver a un amigo y a llorar sobre su abrazo. “No la veré más”, exageré. 

Llevaba cerca de dos horas clasificando comentarios en mi cerebro. Eran más de la una de la mañana y entró un mensaje directo en Instagram: “Daaani, lástima que no te hayas podido pasar por Colddplay. Stamos pasando ggenial en el Vela”. Era un tal Eduardo, el tipo de una promotora que me había escrito hacía unas horas para invitarme al concierto y al VIP de los Fix you. Después de maldecirme por haber olvidado la invitación, realmente me hacía gracia hacerme una foto con Chris Martin, me incorporé de un culazo y tecleé: 

-“Eduardo, ¿todavía puedo venir?”.  

Después de un buen rato typing, pensé que estaría liado atendiendo a gente, cuando llegué al lugar me di cuenta que lo que andaba era perjudicado, más que atareado. Acertó a juntar –y separar– mal un par de letras: “O kk”. En cuanto lo vi, me puse las sandalias de dedo, una camisa de manga larga por si refrescaba, y me bajé pedaleando de más –no quedaban eléctricas– con un Bicing que chirriaba como los grillos a pleno sol. Llegué sudadísimo. Nada más entrar vi que no sería un problema: todo el mundo allí andaba sudado, pese a estar el aire acondicionado a una temperatura mata-pingüinos del Ártico. “Daaaaaaani”, escuché. El hall era enorme. Pero Eduardo me reconoció como lo hacía mi madre en los centros comerciales, como si me tuviese geolocalizado. “Eres igualiiito que en tu foto de perfil, más alto. Ven, que te presento”.