1. El sector de la música es una farsa. Lo son las canciones, los grupos, los activistas, los festivales, los fans, las redes, los periodistas musicales y la prensa. El sector. Todo mentira.

2. Ya nadie arriesga. Todo el mundo se llena la boca con lo urbano. Con las mezclas. Con la vanguardia. Con la innovación, con no sé cuántas patrañas más. La realidad es que todas las canciones suenan a lo mismo. Seas un reggaetonero de Puerto Rico o un tipo que hace bedroom pop en Madrid. Todo es inofensivo. Y sigue la clásica regla de lo snob: “¿De verdad no conoces esto? ¡Te encantará!”. Sí, hasta que lo descubra tu vecino el electricista.  

La realidad es que todas las canciones suenan a lo mismo

3. Los grupos son los más bobos de la pirámide: cotizan menos que un gorrilla, pero sienten que son EL TINGLADO. No importa que las bandas no suenen. Qué importa si suenan o no: la música popular nunca trató de eso. ¿Pero que no tengan nada que contar? Cogen el bombo, las guitarras, el fraseo o los arreglos electrónicos de los más petones en charts, en redes, y ale, con eso ya tienen la propuesta que debe llevarlos a embarcarse –en el mejor de los casos– en titánicas giras, dormir poquísimo, machirulear al máximo (si son tíos), beber, drogarse y andar de resaca el noventa por ciento del tiempo para luego volver a casa a los veintipocos y darse cuenta que no ganaron un chavo y que tienen que trabajar en la tienda de bicis de la familia. Hasta que el próximo disco –nunca– lo pete. 

4. Los activistas culturales son más hipócritas que un ecologista en Vespino. Te venden que la Cultura va con “C” mayúscula, que hay que luchar por lo popular y, en cuanto pueden, a mamar de las instituciones, que los vuelven dóciles. Los domestican por catorce pagas. 

Te venden que la Cultura va con “C” mayúscula, que hay que luchar por lo popular y, en cuanto pueden, a mamar de las instituciones, que los vuelven dóciles

5. Los festivales. El turbocapitalismo hecho evento Cultural. Con “C” mayúscula. Con “C” de Criptomonedas. El último patrocinio vergonzoso de escenarios en los eventos más grandes

6. Tratar como hordas a los fans es un poco orwelliano. Pero la verdad es que, viendo sus reacciones con los móviles, ante cualquier canción de Nicki Nicole, hasta es generoso llamarles solo hordas. ¿Para qué coño quieren todo ese metraje?  

7. Las redes sociales. El metraje lo quieren para molar. Para estar sin estar. La gente está todo el rato sin estar. Te hablan pero en realidad se están monitorizando los pasos, mirando las calorías perdidas, bicheando los últimos Whatsapps. 

La gente está todo el rato sin estar. Te hablan pero en realidad se están monitorizando los pasos, mirando las calorías perdidas, bicheando los últimos Whatsapps

8. Los periodistas musicales son la punta de la picota. Hay dos grandes grupos de profesionales de la prensa: los que saben mucho y no lo quieren compartir. Se amarran a sus categorías inventadas, a sus referencias absurdas. A su temible ombligo. Y después están los que no tienen ni puta idea, los que solo quieren estar. Les pirra que les paguen con entradas de concierto, con zonas VIP donde el más VIP es el cantante de un grupo de Madrid que en dos años nadie recordará

9. La prensa es la que permite que, de esto, no se denuncie ni la mitad: no editan, no comprueban, no hacen periodismo. Sólo le siguen la cuerda a los artistas y sus managers, que hacen declaraciones cuando quieren. No hay gira, no hay info.

No editan, no comprueban, no hacen periodismo. Sólo le siguen la cuerda a los artistas y sus managers 

10. Y el sector. El más fácil: el sector no existe en este país. Sólo son ricos, promotores y empresarios, que de vez en cuando se juntan en una asociación y editan un anuario con los números despampanantes de la industria. Una industria en la que el mantra de la venta de discos ha sido substituida por el del directo, por el de los festivales y ahora por el de las carreras 360 grados: máxima difusión en redes, arriba el stream y los músicos ganando menos que cuando se llevaban los walkman.