En las entrañas de La Marfà de Girona nos encontramos con los cinco integrantes de Minibús Intergalàctic. Aquí es donde suelen ensayar.
Nietos putativos de aquellos Els 3 Tambors (versionan su Romanço del fill de vídua), que electrificaron una primera escena musical catalana pop que o bien tendía hacia las formas de la canción de autor o cantaba en castellano (quizás las cosas no han cambiado tanto desde entonces), y con Els Surfing Sirles y Power Burkas como maestros espirituales, Edu Lazo (batería), Santi Fonfria (guitarra y voz), Ícar Iranzo (órgano, sintetizadores y voz), Ivette Roig (bajo) y Aram Figueras (guitarra) son el paradigma de cómo una banda nacida del colegueo y el caos puede acabar liderando una nueva hornada de grupos que no solo suenan con nervio, sino que tienen algo que decir. Junto con bandas como Remei de Ca la Fresca y Dan Perelbo i el Comboi, son la vanguardia eléctrica del cosmos sonoro catalán. Porque Catalunya será un país de guitarras o no será.
El plan es no tener plan
“No empezamos con una estrategia”, dice Ícar. “Empezamos con ganas de hacer ruido con los amigos. Eso de quedar para tocar, fumarnos unos porros y hacer canciones”. Una actitud punk, pero con una conciencia muy clara de lo que hacen y cómo quieren hacerlo. “Sí, somos colegas, pero también nos lo tomamos muy en serio a la hora de hacer lo que hacemos”, apunta Aram. “Cuando decidimos grabar el disco, sabíamos que queríamos hacerlo bien, en vinilo, que sonara guay. Y nos dejamos una pasta”. Dinero bien invertido. Del estudio salieron con un disco tan excitante como Meditacions des dels Miratges Mercúrics (2024). “Queríamos hacer un disco de culto, no un disco de éxito”, apunta Ícar. “Cuando empezamos a visitar estudios, pensé: ‘Esto es serio’”, continúa. “Ya no era solo quedar para grabar una maqueta entre colegas, era otra cosa. La grabación fue una experiencia que no olvidaremos nunca”. De hecho, conservan un vídeo con su primera reacción al escuchar las mezclas del álbum. “Fue como sentir caballos pasando por dentro”, dice Santi, con una sonrisa sincera. Los efectos de ese artefacto de corrosiva seducción masiva no tardaron en llegar, convirtiendo a los gerundenses en una banda de referencia de nuestros márgenes musicales. Un momento que describen como “inesperado”. “Nos estamos encontrando con que hay bolos, que la gente nos escucha, que nos ubican... y eso no entraba en el plan inicial”, explica Santi. “Porque no había plan”, añade Aram, entre risas. “Ahora pasan cosas que hace un año y medio me habrían parecido imposibles”.
Ahora pasan cosas que hace un año y medio me hubieran parecido imposibles
Minibús Intergalàctic tiene claro, sin embargo, que el éxito —sea lo que sea eso— no debe hacerles perder lo que les hace únicos: el vínculo que han creado entre ellos y con la música, entendiendo el grupo como refugio vital. “Para mí, la banda ha tenido una función mucho más allá de hacer música”, dice Ícar. “En momentos personales de mierda, ha sido el lugar donde refugiarme, emocionarme tocando, estar con gente que me entiende”. El valor emocional del proyecto también se ha hecho evidente sobre el escenario. Todos coinciden en que uno de los momentos más especiales fue un concierto en la Sala Vol de Barcelona. “Estaba lleno, la peña se sabía las canciones… yo no me lo esperaba”, recuerda Santi. “Ver que aquello que empezamos como un juego tiene este retorno… es brutal”. ¿Otros momentos… intergalácticos? Ícar y Aram mencionan la grabación de maquetas a finales de septiembre, encerrados en un local, escuchando lo que salía. Ivette, por su parte, rememora con cariño el concierto compartido con Remei de Ca la Fresca y Dan Perelbo i el Comboi en La Mirona de Girona. “Fue muy bonito compartir escenario, hacer una canción juntos. Hay una escena aquí en Girona, y sentir que formas parte de ella es muy guay”. Y es que Minibús Intergalàctic no ha surgido de la nada. Han nacido en una de las ciudades históricamente más activas musicalmente del país. Han crecido dentro de un tejido vivo, lleno de ateneos, centros sociales, festivales populares y espacios como La Marfà, que les han acogido y empujado. “Hemos sentido que mucha gente nos ha apoyado”, reconoce Aram. “Sí, hemos cobrado con butifarras, pero también hemos tenido espacios donde crecer”. Ícar apunta que gran parte de la fuerza del grupo nace del arraigo territorial de sus miembros: “Poder empezar a tocar en ateneos o centros sociales, sin pasar directamente por salas comerciales, ha sido fundamental. Ha sido más natural”. En contraposición, la centralidad cultural de Barcelona. “Allí todo va más por capillitas”, dice Aram. “Aquí en Girona haces un festival de rock y vienen los metaleros, los hippies, todo el mundo. Está todo más mezclado”. Ícar lo remata diciendo que “en Barcelona, durante los años que viví allí, no sentía la necesidad de hacer música. Lo tenía todo hecho. En cambio, aquí, si quería escuchar rock psicodélico, tenía que montar una banda. Si no, no existía”. Hay una crítica implícita (y no tan implícita) al hecho de que a menudo las modas y la atención mediática se cocinan en Barcelona, mientras el resto del territorio resiste creando por necesidad, no por tendencia. “Las cosas que molan suelen pasar fuera de Barcelona, pero en la capital se preocupan más por parecer que molan”, les suelto. Comparten la teoría entre risas, asentimientos y una sensación de entendimiento compartido.
Minibús Intergalàctic, música humana en estado de conciencia expandido / Foto: Miquel Muñoz
Hay cosas que pensamos mucho y otras que no. Y eso también está bien. Hay bandas que controlan todo lo que hacen al milímetro. Lo admiramos mucho, pero no es para nosotros
El EP Música Humana: Thalassa es la última referencia que Minibús Intergalàctic ha sumado a su historial fonográfico. Recuerdan su gestación entre risas. Todo empieza, explican, en una casa en la montaña, en un estado de conciencia “expandidísimo”. Más y más risas. En medio del delirio sonoro, alguien dice: “Esto es música humana”. Y de esa idea, medio broma, medio revelación, nace todo. “La música humana es música hecha por y para humanos. La abstracción total de la música”, dice Edu. “A veces hacemos sonidos que no tienen ninguna conexión lógica, pero que tienen verdad”. La pieza que da nombre al EP es, según ellos, “la más humana de todas”. Un tema ambiental, visceral y emotivo que sintetiza ese momento mágico y desbordado. Un EP que no nace como una estrategia ante la buena acogida del LP. “Era material grabado hacía meses. Lo recuperamos para no desaprovecharlo”, explica Ícar. No hay una mente pensante, una planificación estratégica. “Hay cosas que pensamos mucho y otras que no. Y eso también está bien”, resume Aram. “Los proyectos tienen vida propia, y no hace falta controlarlo todo”. Esta actitud de dejarse llevar, de no planificar obsesivamente, es parte del ADN de Minibús Intergalàctic. “Hay bandas que controlan todo lo que hacen al milímetro. Yo lo admiro mucho. Pero no es para mí”, dice Santi. El grupo prefiere dejar espacio a la intuición, al juego, al placer. No, Minibús Intergalàctic no tiene un plan maestro, pero sí un directo brutal que podréis disfrutar hoy en el festival Cruïlla. Un hito que confirma que ya no son solo una banda emergente. Son una realidad. Y, pese a la magnitud de la escena y del escenario, dicen que se subirán como siempre, con su mezcla de energía cruda, letras ácidas y un estilo visual y musical que bebe tanto de la tradición punk como de un imaginario psicodélico. Todo, para flipar.