Concierto inaugural de la temporada 2025-2026 de la OBC. Obras de Terradellas, Berlioz y Beethoven. Ludovic Morlot, director. 3-09-2025.
Cualquier melómano del mundo pensaría con acierto que el concierto inaugural de un equipamiento (o aquello que los esnobs filoamericanos llamamos season opening) debería ser un acontecimiento sonoro extraordinario que incorporara las líneas maestras generales -la filosofía, vaya- con las que una determinada institución se dirige a su público natural. En el caso que nos ocupa, el arranque del Auditori y la temporada OBC del viernes pasado, el pistoletazo de salida presentaba el aliciente de ver cómo acabará respirando la institución comandada por el nuevo director de la casa, Víctor Medem, quien deberá enderezar una orquesta que no acaba de superar la segunda división europea y una programación que pide mucha más singularidad. La música se interpreta y se escucha desde el presente y es normal que el equipo artístico del Auditori relacionara la programación de la Novena de Beethoven al grito de paz que se impone en un contexto bélico de Gaza (esto de Ucrania y de otros conflictos igualmente sanguinarios como los de África no importa tanto, porque incluso en las guerras hay rankings de popularidad).
La música catalana, para los programadores de todas partes, es solamente el canapé anterior al festín
Por mucho que el universo de Beethoven y Schiller no tenga nada que ver con la contemporaneidad geopolítica, la música siempre puede regalarnos un compás de espera mental para reflexionar sobre la paz (así lo pedía Pau Casals refiriéndose a la obra, aunque los responsables del Auditori podrían haber buscado un fragmento sonoro donde nuestro genio charlara en su lengua; a saber, el catalán). Para abordar bien la metafísica primero hay que hacer el trabajo y este concierto demostró todo lo contrario, con una preparación escasa e instantes cercanos a la negligencia artística. Siguiendo una tradición ancestral de la casa, consistente en servirnos el patrimonio del país como un mero vermut antes de los autores realmente importantes (sic), Ludovic Morlot y sus músicos despacharon con parsimonia la Sinfonía de la ópera Sesostri, re d’Egitto de nuestro Terradellas (las pausas excesivas entre los movimientos tampoco ayudaron mucho a buscar un contraste entre el clima de los diferentes humores de la pieza). Tanto le da, porque ya sabemos que la música catalana, para los programadores de todas partes, es solamente el canapé anterior al festín...
Aquí todo el mundo venía a ver la Novena
La única obra del programa que pareció ilusionar un poco al titular de la OBC fue la Cléopâtre de Berlioz, bellísima cantata dramática que conocía con profundidad y comandó con suficiente temple. Uno de los alicientes de la tarde era ver cómo la soprano libanesa-canadiense Joyce El-Khoury respondería al reto de cantar este exigente Berlioz (urdido para una voz femenina alla falcon) y también la complicadísima parte con la que Beethoven decidió torturar la voz en el movimiento final de su viaje. El-Khoury quizás no tenía el día o quién sabe si su potentísima voz ha acabado castrada por un exceso de violettes y otros roles más bien propios de una lírica-ligera; sea como sea, la proliferación de agudos estrangulados -cuando no directamente gritados, en la segunda parte- deslució su interpretación. Me huelo que la soprano, a pesar del carácter teatral que Berlioz impone a la solista, debe brillar mucho más en papeles escénicos, con lo cual será mejor escucharla en La Rambla. En cualquier caso, cuando se programa para hacer un simple relleno, los resultados suelen ser preludio de poco interés artístico.
El-Khoury quizás no tenía el día o quién sabe si su potentísima voz ha acabado castrada por un exceso de violettes y otros roles más bien propios de una lírica-ligera; sea como sea, la proliferación de agudos estrangulados -cuando no directamente gritados, en la segunda parte- deslució su interpretación
Pero no nos engañemos, que aquí todo el mundo venía a ver la Novena y a nuestro estimado Orfeó Català (por este motivo, sumado a las numerosísimas invitaciones a semi-estrellas de nuestro mundo cultural, el Auditori había colgado el cartel de entradas agotadas). Pues bien, me es bastante difícil recordar una interpretación tan anodina y mediocre de este tótem de nuestra cultura. Morlot puso la directa en el primer movimiento y no se deshizo de unos tempi continuamente apresurados, conduciendo la orquesta siempre entre el Mezzoforte y el Forte. Incluso en los instantes donde Beethoven pide un fraseo y el compás es a tres, el director lionés no cambió su hieratismo para dirigir a negra, urdiendo puñetazos. La traca se produjo en el movimiento final, con la fanfarria descuadrada, los solistas campando libres sin ningún tipo de concertación (visto el resultado, ¡que el Auditori fiche voces del país!) y un Orfeó Català que se contagió de la histérica parsimonia de la batuta -que solo daba entradas cuando le apetecía- con las sopranos adelantándose a todas horas y las voces gritando gallináceamente sin rumbo.
Escribámoslo claro y sin rodeos; este concierto inaugural amateur no es digno de un equipamiento europeo que se querría de primer mundo
Much me temo que esta Novena se ensayó con mucha prisa y también con una orquesta desposeída de sus habituales fuerzas motrices (¿es normal que en un concierto inaugural el concertino y la asociada sean invitados?). Pues bien, estimados, hay que decir que así no se hacen las cosas. Escribámoslo claro y sin rodeos; este concierto inaugural amateur no es digno de un equipamiento europeo que se querría de primer mundo. Lo podemos endulzar y excusar tanto como se quiera, pero si una velada de aire improvisado -con negligencias interpretativas que no son opinión, sino pura objetividad- acaba con la parroquia aplaudiendo a rabiar es que tenemos un problema y se llama exigencia. Si los programadores no suben un poco el listón, lo tenemos realmente jodido. Se te acumula el trabajo, Víctor.