Cada vez que el juez Manuel Marchena levanta la vista y mira al fondo de la sala donde se juzga a los responsables del procés contempla la sombra oscura de una cruz enorme. No es ningún tipo de fenómeno inexplicable. Es sencillamente que a mediados de diciembre se retiró el gran crucifijo de madera que preside el fondo de la sala para restaurarlo. La sombra de la cruz y los tres grandes clavos que la sustentaban han quedado como testimonio, esperando a su prometido retorno.

Este miércoles, sin embargo, el presidente del tribunal no ha necesitado levantar la mirada para sentir su propia cruz. Ha adoptado la forma de desfile de testigos en un proceso tremendamente complicado, que sabe que acabará yendo a parar al Tribunal de Estrasburgo y para el cual intenta en todo momento la imagen de una tramitación inmaculada.

El día ha empezado con el republicano Joan Tardà revolucionando la Sala con su exigencia de hablar catalán y la negativa a replicado a Vox. Ha seguido con Artur Mas y con un intensivo de dos horas de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría que ha entrado luciendo su sonrisa socarrona y ha salido trastornada intentando no tropezar con ninguno de los acusados. El momento clave del interrogatorio a Santamaría se ha concentrado en las preguntas del abogado de Quim Forn, Xavier Melero, el cual ha dejado en evidencia las falsedades de su declaración.

Al juez Marchena, considerado de confianza del PP, se le atribuye la comparación del Supremo con un volcán que a veces entra e erupción. Con el receso para comer, después de la declaración de Santamaría, algunos rugidos del volcán ya resonaban por los pasillos de mármol del supremo.

La sesión de la tarde se ha abierto con Mariano Rajoy. Se suponía que era el plato fuerte de la jornada, pero el expresidente se mantiene escurridizo como una anguila. No sabía nada y no ha asumido la paternidad de las decisiones que se adoptaron el 1-O, que ha atribuido, entre otros, a su vicepresidenta. "No estaba en los detalles", ha argumentado asegurando que ni siquiera cuando fue ministro de Interior conocía los dispositivos policiales.

Pero lo que sí sabía hoy Rajoy era lo que había dicho la vicepresidenta por la mañana, según él mismo ha confesado, lo cual ha provocado las protestas y la perplejidad del abogado de la defensa, Jordi Pina. 

Rajoy ha explicado que lo había visto a través de los digitales, es decir, de la misma manera que la información sobre qué pasó el 1-O, que lo vio por la televisión como "todo el mundo quién lo quiso ver", según sus palabras. Al presidente de la Sala le ha tocado, explicar que este gesto a efectos jurídicos representa una ruptura de la "falta de comunicación" entre los testigos. Pero la cosa no ha ido más allá.

Marchena había expuesto las instrucciones sobre el funcionamiento a cada uno de los testigos. No sólo eso, a todos les ha reclamado que abandonaran el edificio del Supremo una vez concluía su declaración. También les ha advertido de las consecuencias de mentir al tribunal.

Pero la guinda todavía tenía que llegar. Ha sido con la entrada en la sala de Antonio Baños a las siete y cuarto de la noche. El exdiputado de la CUP se ha negado a responder las preguntas de la acusación popular, que es precisamente quien lo ha convocado. Ha asegurado que no respondería "por dignidad democrática y antifascista". El intento surrealista que fuera el presidente del tribunal quien le dirigiera las preguntas que previamente planteaba el número dos de Vox, Javier Ortega, tampoco ha funcionado. Y Baños ha sido expulsado de la sala.

La cosa no ha mejorado con el siguiente testigo, la cupaire, Eulàlia Reguant. "Me gustaría declarar en catalán y expresar, asumiendo las consecuencias que ante la extrema derecha y un partido machista y xenófobo no acepto responder las preguntas de la acusación popular y asumo las consecuencias", ha soltado ante la impotencia de Marchena, que esta vez no ha ofrecido alternativa a la declaración.

Eran sobre las siete y media cuando echaban a Reguant de la sala y todavía faltaba la expresidenta del Parlament Núria de Gispert que iba contemplando perpleja la velocidad a que salían de la sala sus predecesores. Cuando finalmente Marchena ha conseguido levantar la que seguramente será una de las sesiones memorables de este juicio todavía ha tenido un rato por reunir al tribunal e imponer 2.500 euros de multa a Baños y Reguant.

Mañana, tendrá que llamar a declarar al lehendakari Iñigo Urkullu, el diputado Gabriel Rufián, y el ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, entre otros. La sombra de la cruz seguirá allí como testimonio. Por cierto, es una talla de los años 40, hecha por un preso republicano.