Desde que tengo uso de razón, nunca había tenido la sensación de que viviéramos en un mundo tan polarizado como ahora. Me da la impresión de que la opinión pública actual se divide en dos grandes bloques ideológicos extremos que son completamente opuestos el uno del otro: los wokes y los no-wokes (o incluso me atrevería a decir los antiwokes). Las familias se están dividiendo —igual que ocurrió durante el procés, pero de verdad. Las comidas familiares ya no son momentos de gozo y felicidad, sino intercambios de insultos, reproches y malas caras. El bando de la familia que tiene hijos adoptados de China, que bebe kombucha para desayunar y que lleva jerséis de lana sostenible con la bandera de Palestina bordada en el pecho (a pesar de no saber dónde está Palestina) no puede ver ni en pintura el bando de la familia trumpista, projudía y antiinmigración. Los primeros son grandes defensores de las justicias sociales y se pasan el día luchando por alguna causa; los segundos, en cambio, son grandes defensores de la libertad de expresión, de la verdad sin filtros y están muy cansados del victimismo y la infantilización de la sociedad.
Os pondré un ejemplo de uno de los muchos casos que conozco de familias que se han roto por culpa de las diferencias ideológicas actuales; un ejemplo de relaciones familiares irrecuperables que ni un milagro podría restituir. Todo lo que ahora os contaré ocurrió hace unos días durante una comida familiar. Una de las nietas, Marta —que se fue al registro civil a cambiarse el nombre porque es de género no-binario y no quería que su nombre la encasillara en un género y ahora se llama Tofu, porque también es vegetariana—, empezó a discutir con su prima Ermessenda (que significa 'la que es fuerte en la batalla') porque se estaba zampando sin ningún tipo de culpa ni de empatía hacia los animales unas carrilleras de cerdo asadas y un par de butifarras de payés. Le (artículo sin género) Tofu, con los ojos llenos de lágrimas y roja como un tomate ecológico de proximidad, dijo a Ermessenda que comer carrilleras de cerdo era violencia sistémica contra los cerdos y que se le cerrarían todos los chakras si continuaba por ese camino. Ermessenda, como era de esperar, no pudo mantener la boca cerrada y le soltó un: “a ti lo que deberían hacerte es exportarte a Guantánamo y se te pasarían todas esas tonterías de niña hippy mimada”.
La abuela, Dolors, viendo que la familia se iba al garete, decidió meter su cuchara, literalmente, y les sirvió a ambas un poco de escudella. De repente, le Tofu se sentó en postura de meditación y empezó a susurrar “Om mani padme hum, siento como una luz verde llena de paz recorre mi cuerpo enojado y todo se transforma en amor…, ¡¡yaya, la escudella está hecha con animales muertos!!, ¡no soy una asesina, yo!”. La pobre abuela quedó desorientada y lo único que pudo responderle es que el próximo día haría verdura y que se calmara, que le prometía que nunca más compraría un animal muerto. Cuando parecía que todo se había calmado, entonces vino el turno de la madre de le Tofu y el padre de Ermessenda, que empezaron a hablar de inmigración. La abuela, sin que nadie se diera cuenta, se fue de puntillas hacia la habitación y se encerró en ella. La madre de le Tofu, Fátima (que se llamaba así desde hacía diez años porque se quiso hacer musulmana; antes se llamaba Josefina), se remangó las mangas del burka y dijo a Joan, que es campesino: “si no fuera por los inmigrantes, se te pudriría toda la fruta en los campos; nadie de aquí quiere trabajar en el campo, tenemos suerte de la inmigración, son los que levantan este país, habibi”. Joan, lo único que le pudo responder fue un “¿con quién hablo?, no te veo”, y se sirvió un poco más de carrillera asada. Y así continuó todo hasta que llegaron a las manos y la abuela tuvo que llamar a la policía y a un par de ambulancias.
¿Esta es la Catalunya que queremos, una Catalunya llena de discordia y de caos?
¿A dónde quiero ir a parar con toda esta historia que me acabo de inventar pero que ejemplifica muy bien lo que está ocurriendo en nuestros hogares (la podríamos llamar una conversación arquetípica del momento que vivimos)? La verdad es que no lo sé, solo veo que estamos perdiendo el norte y que todo esto terminará como el rosario de la aurora; que cada bando habla por un canal distinto y que no son comunicantes; que hace falta gente cuerda que ponga fin a este despropósito. ¿Esta es la Catalunya que queremos, una Catalunya llena de discordia y de caos? Siempre he pensado que hablando la gente se entiende, pero primero es necesario querer escuchar y entenderse. No todo es blanco o negro; también están aquellos grises que tanto nos benefician a todos y que hacen que en el mundo se viva un poco mejor. Busquémoslos entre todos y seremos mucho más productivos y eficientes que hasta ahora. Seguro que todos tenemos razón en alguna cuestión, solo hace falta ponerlo todo sobre la mesa y separar el grano de la paja.