Se acabó la emergencia sanitaria a nivel mundial por covid-19. Lo anunció el viernes la Organización Mundial de la Salud. Debería ser una fecha histórica, de esas que tanto nos gustan. Pero, aunque el organismo internacional sigue viendo al coronavirus como una pandemia, no ha habido ninguna fiesta en la calle. No ha habido fuegos artificiales en las principales capitales del mundo como en Fin de Año. Esa imagen de Sidney, Australia. Esa bola de Manhattan. Más bien, ha habido indiferencia. Hemos vivido más de tres años en emergencia sanitaria, en este drama, pero el mundo no lo ha celebrado.

La OMS declaró que la covid era una emergencia de salud pública de preocupación internacional el 30 de enero de 2020 y en marzo de ese año la designó como pandemia. El 14 de marzo del 2020 en España se decretaba un estado de alarma que confinaba en casa a 47 millones de españoles. Desde entonces se han contado oficialmente más de 765 millones de casos de coronavirus y casi 7 millones de muertes en el mundo, cifra que, según Tedros Adhanom Ghebreyesus, el señor director de la OMS, es mayor: de al menos 20 millones de muertes. Esto sin contar con los problemas de salud mental u otros los problemas de salud derivados del aislamiento.

No deja de ser sorprendente que el mundo celebre la coronación de un rey con mal carácter, pero no el fin de una epidemia, por ejemplo, con grandes fiestas simultáneas en todo el planeta

Es verdad que en términos prácticos, la decisión de acabar con la emergencia cambia poco el mundo. Después de todo, la mayoría de las restricciones han desaparecido en gran parte del planeta. Pero no deja de ser sorprendente que el mundo celebre la coronación de un rey con mal carácter, pero no el fin de una epidemia, por ejemplo, con grandes fiestas simultáneas en todo el planeta. No nos ponemos de acuerdo ni en esto. Después de todo, la humanidad ha logrado la coexistencia entre el coronavirus y su huésped humano gracias a la inmunidad de la infección, de acuerdo, pero sobre todo a las vacunas. Un momento estelar de la humanidad para celebrar la ciencia. Pero nada hemos celebrado.

Para no citar a Oriol Mitjà, diremos que K. Srinath Reddy, que lideró la Fundación de Salud Pública de la India en la pandemia, ha destacado que “es importante reconocer que lo que ha hecho que el virus cambie su carácter no es sólo la biología evolutiva, sino también que le hemos inducido a ser realmente menos virulento mediante la vacunación, los cubrebocas y una serie de medidas de salud pública”. Un éxito de la humanidad. Pero no lo celebramos. Bien, cada uno lo celebra a su manera desde hace tiempo, pero no hay una conciencia mundial.

Es verdad que los expertos y las autoridades alertan de que el virus sigue existiendo, de que las personas todavía lo contraen, de que se ponen enfermos y muchos todavía mueren, y de que es fundamental, dicen, continuar con los esfuerzos de inmunización. Tampoco hay que olvidar que el acceso a vacunas y tratamientos que pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte todavía no están disponibles de forma generalizada, sobre todo entre las poblaciones más pobres. Y, por tanto, aquí no habría nada que celebrar. Pero todo el mundo sabe que es la cooperación como especie la que nos ha traído hasta aquí.

Pero no celebramos nada, quizás porque, sin decírnoslo, entre todos hemos decidido que no queremos saber nada más y hemos aplicado una especie de amnesia colectiva. Será esto. Y mira que hubiera sido bonita una verbena mundial.