Cuando Sumar perdió la iniciativa de reducir la jornada laboral a treinta y siete horas y media por el voto en contra de Junts, activó todo lo que tenía a mano —empezando por Gabriel Rufián y algunos sindicalistas catalanes— para atacar a Junts con dureza. A pesar de no conseguir que la propuesta prosperara, Sumar sí logró parte de su objetivo: posicionar una propuesta clara ante sus posibles electores y un rival político con quien confrontar. Buen movimiento por si vienen elecciones.

En paralelo a esta polémica, que también permitió a Míriam Nogueras —portavoz de Junts en Madrid— fijar un posicionamiento claro ante sus posibles electores y un rival político con quien confrontar —bueno si vienen elecciones—, Colau zarpó. Quien fue alcaldesa de Barcelona, y que suena de nuevo como alcaldable de los Comuns, se hizo a la mar con la Flotilla Global Sumud. Sumüd en árabe significa 'constancia, firmeza, resistencia'; es una palabra muy utilizada en Palestina. Algunos acusan a Colau de buscar protagonismo con esta acción. El tiempo lo dirá. Veremos si una vez más ha aprovechado una causa con muchos seguidores para hacerse promoción de precampaña, como hizo con la PAH, o si se ha movido solo por fines humanitarios. En todo caso, desde Podemos veían cómo el referente de Sumar en Catalunya cogía la gran bandera de la izquierda española: la causa palestina. Y veían, sin tiempo de reacción, como en España quien doblaba la apuesta era el propio Pedro Sánchez. Duras intervenciones públicas, acción política desde el Gobierno, llamamientos internacionales al boicot a Israel y, cuando la Flotilla no las tiene todas, les envía un buque de la Armada —equipado, según algunas informaciones, con material de guerra israelí.

A los catalanes no se nos puede llamar racistas porque no lo somos

Sin ninguna bandera que agitar, a Pablo Iglesias le ha tocado justificarse por llevar a sus hijos a una escuela privada. Tantos años con el discurso de escuela pública, tantos años de crítica a la escuela concertada y para los suyos ha escogido la privada. Por lo tanto, no debe extrañarnos que, cuando vieron que se acercaba el momento de debatir en el Congreso de los Diputados la propuesta de Junts para traspasar las competencias en inmigración a la Generalitat de Catalunya, creyeran que era su momento. Intentaron ocupar el centro del escenario. Captaron la atención de los focos. Atrajeron la atención de las cámaras y los micrófonos. Y, de repente, Podemos interpretó una de las odas a la catalanofobia más repugnantes que se han interpretado jamás. Tildar la propuesta de traspaso de competencias de racismo es una manipulación españolista que está a la altura de quienes en su momento empezaron a hablar de “tumulto” o de quienes acusan a los catalanes de insolidarios desde hace décadas. No era un debate sobre legislación de inmigración, era un debate sobre quién ejerce las competencias en inmigración. Es decir, no era un debate sobre partidos, sino sobre el país. Y a los catalanes no se nos puede llamar racistas porque no lo somos.

Perdidos los argumentos, ya que Podemos no ha podido demostrar ni un solo motivo que le permita sostener que la demanda del traspaso de competencias contiene contenidos racistas, y acorralados por su incoherencia, les ha salido lo que llevan dentro: catalanofobia. Propia de quienes erróneamente han hecho, a partir del odio de clase, una caricatura de todo un país. Una época fue contra la burguesía, más adelante fue contra los empresarios, ahora todavía viven de odiar al president Pujol y a Convergència. Acorralados por su contradicción —toda la izquierda ha votado a favor—, Podemos ha subido el tono del insulto y bajado el tono intelectual. Ya lo hicieron Iglesias y Colau contra Xavier Trias acusándole falsamente. Esta vez no les ha salido bien. Catalanófobos.