¿Basta con la buena intención para que una acción sea buena? Depende de si se mira desde el punto de vista de quien hace la acción o de quien la recibe. Tenemos, pues, dos posibles enfoques.

Demos por hecho, para empezar, que quien haga la acción tenga buena intención. Entonces, quien la recibe tanto puede cogerla del mismo modo, con gusto, y todos contentos, como puede parecerle todo lo contrario y no saber ver la bondad real del origen. Quien hace la acción puede tener buena intención, pero quien la recibe puede ser que no la vea. El conflicto aquí surge en el segundo caso. Llega el momento de las explicaciones y de hacerse entender. Las interpretaciones son siempre susceptibles de ser malinterpretadas, como cuando un chiste lo tienes que explicar porque no se ha entendido a la primera. Pierde gracia.

Vamos a suponer que, por el contrario, el propósito del acto tenga una cierta malicia. Si el destinatario lo sabe detectar a tiempo, puede decidir cómo capearlo; si no lo ve venir y lo engañan, nos encontramos ante otra situación y se puede acabar sufriendo bastante (o mucho). Sea como sea, en este segundo caso (lo de actuar con una cierta finalidad perniciosa) es lo que da dos posibles salidas igual de complicadas porque no hay opción buena posible. El conflicto está asegurado, en mayor o menor medida.

Normalmente, un idioma tiene unas normas básicas, una gramática que una vez estudiada ya no varía; con el lenguaje de las acciones y de los sentimientos no pasa lo mismo

¿Se puede medir con la misma vara cuando de afecto es de lo que hablamos? A menudo hemos escuchado aquello que lo que no quieras para ti no lo quieras para nadie y que tenemos que tratar a los otros como nos gustaría que nos tratara a nosotros. Pero, ¿y si con eso no sólo no es suficiente sino que hay demasiado o poco? O si, directamente, ¿no es el planteamiento válido? ¿Cómo se puede ayudar a una persona que no quiere ser ayudada o que no ve la necesidad de la ayuda porque en aquel momento las perspectivas del hecho en sí son diferentes? ¿Acercarse al otro hasta dónde? ¿Ser satélite que orbita siempre a una misma distancia prudencial y suficiente o atravesar la línea y exponernos a la acción del campo magnético que nos atrapa? ¿Intentar hacer una buena acción con una persona querida para prevenir males mayores posteriores o sencillamente no actuar por temor a que la acción, por buena que sea, sea mal recibida? ¿Y si no se actúa y después ya es demasiado tarde?

Dice Rilke: "No se impaciente ante todo lo que todavía no está resuelto en su corazón. Mire de estimar las preguntas como si fueran cámaras cerradas o libros escritos en un idioma extraño". Es una bonita manera de enfocar un problema, como una cámara cerrada (siempre puedes encontrar una puerta o una ventana) o como un idioma desconocido (porque así siempre tienes la opción de aprenderlo). La cuestión es que, normalmente, un idioma tiene unas normas básicas, una gramática que una vez estudiada ―exceptuando algunas pequeñas posibles modificaciones posteriores― ya no varía. Con el lenguaje de las acciones y de los sentimientos no pasa lo mismo. Ni siquiera la experiencia, que siempre es un grado, nos da la certeza de acertarla. Nos vamos elaborando el manual de instrucciones sobre la marcha. Cuando me preguntan cuántos idiomas hablo, además del catalán, el castellano, el inglés, un poco de francés y el musical (no todo el mundo sabe leer partituras) digo también el idioma inalcanzable, aquel que habla de los sentimientos y las personas, aquel que nunca acabamos de aprender del todo porque ni que viviéramos siete vidas lo conoceríamos lo suficiente ni todo. Mientras tanto, diccionario en mano y a seguir andando por la vida sabiendo siempre que hay un lenguaje que no será nunca revelado del todo. Paciencia. Al menos, ahora lo sé.