No es el tema más alegre, pero sí el que nos afecta a todos. En un contexto de desigualdades, ella es la que nos iguala, sin excepción. Es un misterio, la muerte, y acercarse a ella desde diferentes tradiciones religiosas quizás aporta un poco de luz en un tema aparentemente tan lúgubre. Estoy de acuerdo con Lola López, comisionada de Inmigración, Interculturalidad y Diversidad en el Ayuntamiento de Barcelona, cuando lamenta que vivamos en una sociedad que "da la espalda a la espiritualidad" y esquiva la muerte, no hablando de ella serenamente e incluso escondiéndola deliberadamente.

Alicia Guidonet, antropóloga y miembro de la Fundación Migra Studium, ha editado un libro que se titula Morir en manos de Dios. La muerte en las diferentes creencias y tradiciones religiosas, publicado por Cristianisme i Justícia. Hace bien en mirar a la cara a la parca y exponer tradiciones y prácticas que no conocemos. En la reflexión sobre "Vivir y morir en manos de Alá", el jesuita y doctor en Estudios Islámicos por la Sorbona de París Jaume Flaquer hace saber que para los musulmanes morir es "volver a Dios", en un proceso parecido al que el poeta Calderón de la Barca evoca con la vida como un sueño, donde morir es despertar. Da a conocer prácticas en torno a la muerte que difieren mucho de la muerte más europea y cristiana a la que estamos acostumbrados. El papel del imán ante el moribundo "no se parece al de un sacerdote católico", puntualiza. Una vez muerto, el cadáver no puede ser tocado por personas del sexo contrario. Lo lavan ritualmente, lo envuelven con un sudario, lo llevan a la mezquita de cara a la Meca y después de recitar la oración fúnebre lo entierran, en contacto con la tierra, sin ataúd (si se permite, como en Andalucía). El gobierno de Marruecos entierra de manera gratuita y muchos musulmanes vinculados a Marruecos quieren ser repatriados.

La muerte, en cambio, "no existe para el hinduismo", dice de manera provocadora Dvarka Dasa, el presidente de la Asociación para la Conciencia de Krixna. Su cultura, mucho más ligada a la naturaleza, no percibe el tiempo linealmente, con un comienzo y un final: todo es cíclico, las cosas nacen, crecen, mueren y vuelven a crecer. Naturalmente la muerte existe, el cuerpo muere, pero para los hinduistas la cuestión es hasta qué punto las personas nos identificamos con el cuerpo. Para el hinduismo la identidad corporal no es la real, sino algo "pasajero, momentáneo e ilusorio", ilustra Dasa. Después de que la persona haya dejado el cuerpo, el hinduismo prevé rituales, relacionados sobre todo con la cremación. Se incinera a alguien para evitar que la persona quede aferrada al cuerpo. En el ritual se pide a la persona que se marche, "que se vaya ya" hacia el nuevo destino. Sólo entierran a personas muy especiales, no aferradas, como santos. Son casos excepcionales. El que en una tradición cristiana sería el luto, para ellos es el periodo de purificación. Dasa insiste: más allá del folclore y los rituales, lo importante es acompañar y preparar la muerte con plegarias y meditaciones.

Morir en una tradición religiosa ofrece a los creyentes el confort de que alguien, en la comunidad, se preocupará de ellos al final de su vida

El budista y acompañante en el ámbito hospitalario Andreu Estany se refiere a morir en la tradición budista afirmando que "el budismo aborda la muerte sin tabúes" dado que es una realidad y que mientras estamos vivos podemos prepararnos para la muerte y vivirla "creativamente". Con eso añade que "el budismo nos dice e informa de que nuestra vida actual es solamente una vida en una sucesión de vidas hasta que alcanzamos la liberación". Cuando un budista muere, su mente se separa del cuerpo y la mente viaja hasta conectarse en un nuevo cuerpo y empieza una nueva vida. Dar órganos se considera un acto de una gran generosidad.

Una perspectiva diferente es la judía. La psicoanalista Malka González nos hace saber que los judíos citan la muerte cuando se despiertan y también antes de ir a dormir: el hecho de tomar conciencia cada día de la realidad de la muerte y nombrarla "hace que nos paremos ante nuestras faltas y nos de un sentimiento de respeto y agradecimiento profundos para la vida". Esta experta en cultura y tradiciones judías explica que cuando una persona judía muere, se tiene que respetar el honor hacia el difunto (por eso no se lo expone nunca en público, para preservar la intimidad y el respeto), y se tiene que dar apoyo a los familiares que están de duelo. El cuerpo del difunto, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es sagrado, ha sido la casa del alma (Nefesh) y del espíritu (Rúaj), y se tiene que volver a la tierra y al polvo, desnudo y de manera sencilla. Con la muerte, sin embargo, los judíos no cortan la relación. El valor de la memoria es muy importante: "Ellos continúan en nuestra vida a lo largo del tiempo, los recordamos en cada aniversario de su muerte haciendo una comida con kidush (bendición del vino) en su memoria en la sinagoga y se estudia la Torá para la elevación de sus almas, como si ellos la estudiaran también con nosotros".

Morir en manos de Dios también recoge la muerte en el cristianismo, más conocida en nuestro contexto. Los cristianos creen en la resurrección y saben que su fundador murió para dar vida. Morir en una tradición religiosa ofrece a los creyentes el confort de que alguien, en la comunidad, se preocupará de ellos al final de su vida. Las religiones están, al final. No ellas como instituciones, sino que es en el final de la vida cuando coge sentido el relato que han ido configurando, las prácticas que han aconsejado, los rituales que han propiciado, los valores que han difundido. El final de la vida, de hecho, es su auténtico punto de partida.