#Cuéntalo. Ha servido para visibilizar millones de casos de violencia sexual sufridos por mujeres catalanas, españolas y de América Latina. Para todo el mundo, ha supuesto hacerse una idea de la magnitud de la violencia. Para muchas mujeres, ha acabado siendo un acto de liberación personal y de catarsis colectiva. Para los feminismos, se trata de una forma digital de crear memoria histórica. Por todo eso, haría falta conservarla más allá de la fugacidad de los tuits de Twitter, y seguir luchando para que las historias se puedan explicar en analógico. Todas tenemos que poder explicarnos, si queremos. Hay factores, como la edad, tener una discapacidad o pertenecer a un colectivo racializado, que lo dificultan todavía más, por la vulnerabilidad social a la cual están expuestas estas mujeres.

Es necesario que el dolor sirva para crear acciones políticas concretas. Es importante seguir con las movilizaciones, y en eso la conciencia y actividad generada a raíz de la vaga feminista del 8 de marzo es un punto a favor. También es destacable una acción que ejemplariza la relevancia del apoyo a (y sobre todo entre) las mujeres: la superviviente de la agresión de La Manada en Pozoblanco ha asegurado que les quería denunciar por, entre otras razones, ayudar a la superviviente de los Sanfermines.

"No es no". Un lema que hay que desterrar. Las supervivientes de La Manada, y tantas otras, no pudieron decir que no. El lema tampoco ayuda a desmontar la concepción popular de las relaciones heterosexuales. Amparada en creencias rancias —actualizadas con pseudociencias de la seducción disfrazadas de biología y psicología—, otorga la iniciativa al hombre, reduciendo la buena mujer a un sujeto a que se tiene que proteger de la voracidad sexual masculina, con una agencia basada en poner límites a los avances del otro. La mala, evidentemente, se dedicará a modelar la energía emanada de estas acometidas para sacar alguno de los premios de consolación que la sociedad hasta ahora había reservado a las mujeres. La alternativa son unas relaciones sexoafectivas basadas en la libertad, el disfrute y las necesidades de todas las personas que participan.

Rafael Català. Sin pensar mucho, se me ocurre que, para mejorar la situación de mujeres como la superviviente de La Manada, en lugar de hacer ver que el caso del juez es excepcional, el gobierno del Partido Popular podría hacer que el pacto de estado contra la violencia machista deje de ser una coña marinera, que la ley reconozca como violencias machistas todas las formas recogidas en el Convenio de Estambul o aumentar la financiación a los servicios y programas de atención y prevención de la violencia machista.

Urge establecer un debate público sobre la violencia machista que deje de partir de la base que los hombres son menores de edad que se tienen que resguardar de según qué conversaciones para proteger su autoestima

Las juristas feministas. Han lanzado a la opinión pública dos reflexiones clave. La primera, hasta qué punto el derecho recoge las experiencias de violencia e intimidación que sufren muchas mujeres, marcadas por las relaciones de género. La segunda, que es fundamental que los jueces se formen en perspectiva de género para evitar tomar decisiones marcadas por el sexismo. En contra de lo que han pregonado muchos señores, como mi querido Enric Vila, la reacción a la sentencia de La Manada no ha sido la de una turba influenciable que quiere la cabeza de los cinco violadores y del juez cómplice, y que vive en un estado de dolor paranoico que hará que, dentro de unos años, la humanidad se extinga porque no se podrá reproducir por falta de rituales de apareamiento. Todo lo contrario: la reacción a la sentencia ha sido la de una multitud de mujeres muy enfadadas (¡sólo faltaría!) que han visto que la mejor manera que ellas, y las que vendrán, puedan vivir con dignidad y libertad —también sexual— es examinando con lupa los mecanismos jurídicos, las creencias sociales y los imaginarios culturales que exoneran a aquellos que atentan contra sus derechos fundamentales. Y eso ha sido gracias a la divulgación de expertas en derecho, psicología y otras disciplinas, así como de activistas. Créeme, Enric, cuando te digo que si lo que quisiéramos fuera venganza, ahora mismo ya habríamos matado a más de seis.

Los hombres. En el bienintencionado intento de explicar los factores sociales y culturales que animan a muchos hombres a agredir sexualmente, Víctor Lapuente escribió en El País una columna de opinión que acababa presentándolos como pobrecitas víctimas del sistema. Ante el tsunami de #Cuéntalo, muchos hombres han abierto los ojos ante la magnitud de la tragedia. Otros, ya hace tiempo que lo habían hecho. Pero todavía hay demasiados que han reaccionando recordándonos, por vez mil, que no todos los hombres agreden. Es más, que las mujeres les tendríamos que estar agradecidas y tejer complicidades, y que explicando las agresiones que hemos sufrido la única cosa que hemos hecho es ofenderlos. Para demostrar la absurdidad del razonamiento, lo compararé con un ejemplo del procés, que siempre vende: "No todos los españoles son catalanófobos, ya os vale denunciar las agresiones fascistas en vez de abrazar a Iñigo Errejón". Lo que alimenta la catalanofobia es, también, el silencio de muchos españoles que no lo son (no va por Errejón).

Así pues, urge establecer un debate público sobre la violencia machista que deje de partir de la base que los hombres son menores de edad que se tienen que resguardar de según qué conversaciones para proteger su autoestima. O bien porque no las pueden aguantar o bien porque, en caso de haber cometido un delito, no han podido reprimir los instintos básicos. Existe un sólido corpus de teoría feminista en el ámbito de masculinidades que nos da herramientas para tratarlo. A nivel general, que en un caso de tanta repercusión social como el que nos ocupa, las opiniones de expertas y académicas hayan convivido estos días en igualdad de condiciones con las de señores que saben tanto del tema como yo sé de teoría de cuerdas, demuestra hasta qué punto la sociedad todavía desprecia el conocimiento generado por mujeres y fomenta la confianza ciega en las habilidades de los hombres.

Lo que vendrá. El caso de La Manada no deja de ser un caso que, como el de Diana Quer, excede los límites de la tolerancia social hacia la violencia machista, que es altísimo. Justo el día en que la librería Calders celebraba un acto en que se leía la sentencia en La Manada, se sabía que una mujer había sido asesinada en Burgos y un hombre había quemado el piso de su exmujer y su hija, en la localidad valenciana de Albal. Aunque la policía los investiga como posibles casos de violencia machista, no sólo no ha habido un debate ciudadano sobre estos casos, sino que el telediario noche de TV3 los explicó en noticias breves separadas por muchos minutos de diferencia de la noticia que abría el informativo, sobre la sentencia a los cinco violadores. Parece, pues, que todavía existen dificultades para percibir que se trata de violencias que beben del mismo sistema de relaciones de poder. Este es, en última instancia, el gran reto: exponer el iceberg entero.