John Maynard Keynes calificaba al oro de "reliquia bárbara" y ahora que los tiempos parecen demandar más presencia del Estado en la economía como él promulgaba resulta que la vieja antigualla se alza como el valor financiero más apreciado. Los tipos de interés negativos y la multiplicación de los riesgos geoestratégicos han dado una vuelta inesperada a la historia económica.

La onza del metal amarillo alcanzó estos días los 1.600 dólares y recuperó su récord de abril de 2013. Las tensiones entre EE. UU. y China, los últimos acontecimientos en Irán que han despertado el temor a una crisis en Oriente Medio, el alza de la deuda internacional, que será de 257 billones de dólares (más de tres veces el PIB mundial) han mostrado que los riesgos siguen muy presentes en el comienzo de la nueva década.

En momentos de dudas en los mercados sobre la evolución del panorama general, los inversores tienden habitualmente a precipitarse en la deuda pública, que es un activo de referencia sin riesgo. Pero su nulo rendimiento en estos momentos da más motivos de alejarse que protegerse con su adquisición.

Si la inversión alternativa no ofrece nada, otros mercados, como las bolsas, permitían a su vez hacerse una idea de por dónde soplan los vientos. Pero eso ya no es así. "Desde el referéndum sobre el brexit en 2016 se ha constatado que los acontecimientos geoestratégicos tienen cada vez menos impacto sobre los mercados", señala Stéphane Boujnah, presidente y director general de Euronext, que reúne al conjunto de las bolsas europeas, y negocia agregar los parquets del Ibex al conjunto. "La gestión de los fondos de inversión por robots y los algoritmos atenúan el impacto de los acontecimientos geopolíticos cuando no están directamente relacionados con los resultados de las empresas. Los robots miran menos la CNN que los operadores. Los robots son menos emotivos que los traders, agrega.

En las cotizaciones alcistas del oro influye también la falta de descubrimientos nuevos de yacimientos desde hace una decena de años, con lo que se calcula que su producción a escala mundial podría reducirse del 20% al 25% de aquí a 2027. 

Aún más llamativas resultan las adquisiciones de los bancos centrales. Polonia y Hungría han sorprendido por sus compras masivas, algo en general contrario a lo ocurrido en los últimos años, cuando todos los banqueros centrales querían monetizar su valor. Pero en un mundo en el cual el dinero es gratuito, todo se vuelve del revés.