El día que murió Remei Margarit, el viernes pasado, hacía calor y subí AP-7 arriba hasta Perpinyà escuchando en bucle el nuevo disco de Julieta. Iba para asistir a la presentación del nuevo libro de Simona Gay, a media tarde, un acto que podría haber sido una simple presentación más si no fuera porque la poetisa y folclorista rosellonesa murió hace más de cincuenta años. Tampoco mi madre sabía si Remei Margarit estaba viva o muerta, mirándolo bien, ya que la cofundadora de Los Dieciséis Jueces era una de aquellas personas alejadas de la primera línea de actualidad desde hace años y que el día que se mueren, desgraciadamente, provocan conversaciones de ascensor donde siempre haya alguien que acaba diciendo "vaya, pensaba que ya estaba muerta!".

Quien casi muere de calor en el salón de actos de la Casa Camprodon fue Miquela Valls, profesora de la Universidad de Perpinyà y curadora del libro Folklore íntim de Catalunya Nord. La sede de Òmnium Catalunya Nord, con todos los asistentes sudando la gota gorda, parecía las calderas de Pere Botero. Tanto, que me vino a la cabeza aquel verso de Carles Fages de Climent que dice "Yo no temo la muerte, temo la podredumbre". Por suerte, a media presentación alguien se dio cuenta de que habían encendido la calefacción en vez del aire acondicionado y de repente, afortunadamente, volvimos a la vida.

Escribió Cesare Pavese, que la muerte, como la edad, es solo una cifra: la de la fecha del día que alguien desaparece para siempre y la de la edad que tenía en el momento de desaparecer. "Pero esta cifra", dijo, "es un simple número sin importancia, siempre que alguien tenga presente la obra de quien desaparece". Según esta tesis, cada vez que alguien compra un ejemplar de L'ofici de viure o que una voz recita aquello de "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", Cesare Pavese continúa un poco vivo. Por la misma razón, claro está, es posible que el viernes desapareciera Remei Margarit, como también es probable que lo hiciera el 26 de marzo de 1969 Simona Gay, pero también el otro día las dos demostraron estar más vivas que nunca.

A Simona Gay le oí hasta la voz, de hecho, y no hablo de fantasmas ni de psicofonías de Cuarto Milenio de aquellas que gustan tanto a Iker Jiménez. En el corazón del centro histórico de Perpinyà, pues, el viernes se oyó a Simona Gay recitar poemas, decir plegarias o explicar rondallas tradicionales. Eran grabaciones que la misma Gay había grabado hace más de medio siglo después de recorrer la Cerdanya, el Aspre o el Conflent hablando con campesinos, masoveros o pastores. Es decir, capturando en una grabadora la memoria oral de los habitantes de la Catalunya del Nord en un momento de la historia, en los años cincuenta del siglo XX, en que la fuerza asimilativa de Francia y la lengua francesa creció de una forma todavía hoy destructora.

Toda esta memoria oral del pasado es la que documenta Folklore íntim del Rosselló (Edicions Trabucaire, 2023), un libro de más de cuatrocientas páginas que pesa como un ladrillo, que Gay escribió hace más de medio siglo y que nunca, hasta hoy, nadie había sido capaz de publicar. ¿Qué clase de país es un país que se permite estar cincuenta o sesenta años con una recopilación etnológica como esta, encerrada en un cajón? Pues un país anormal como el nuestro, con un norte débil pero resistente y un sur que, desgraciadamente, demasiado a menudo olvida que la única manera de recobrar el rumbo es no olvidando el norte. "Este es un libro con canciones, plegarias, cuentos y dichos para cuidar," dijo la profesora Valls en una sala llena, "pero sobre todo es un libro sobre nuestra memoria, la de los catalanes de esta parte de la frontera".

Unos cuantos catalanes de la otra parte de la frontera, más o menos por la misma época que Simona Gay anotaba y grababa todo lo que oía, miraban también hacia el norte para recuperar su memoria, que es la manera más eficaz de recuperar la identidad y edificar el futuro. A finales de los años cincuenta, un grupo de jóvenes catalanistas nacidos poco antes de la Guerra Civil escuchaban canciones francesas en casa de Miquel Porter. Comparaban los éxitos de la chanson con las canciones de un José Guardiola de turno que sonaban en la radio, evidentemente en castellano, y soñaban hacer en catalán aquello que Georges Brassens o Jacques Brel hacían en francés. Una de aquellas jóvenes era Remei Margarit, que era la pareja de Lluís Serrahima, autor del famoso artículo considerado como el germen de la Nova Cançó: "Nos hacen falta canciones de ahora". Junto con Porter y una tercera pieza clave en esta historia como es Josep Maria Espinàs, fundaron Els Setze Jutges con un primer recital histórico el año 1961 en el cual, por desgracia, Margarit no pudo cantar por un resfriado de caballo idéntico al que yo acabé pillando el viernes por culpa de los cambios de temperatura y un aire acondicionado demasiado eficaz.

Saliendo de la presentación del libro, ya por la noche, todavía hacía calor en Perpinyà. Cené en Cal Tap con la nueva hornada de jóvenes que han cogido el relevo de aquellos roselloneses que desde hace décadas velan por que la cultura catalana no muera en manos de Francia. Entre copa y copa de vino, el cantautor Julio Leone me preguntó si me gustaban las canciones de The Tyets o la Mushkaa y acabamos hablando de Remei Margarit. "Ella, como Espinàs o Porter, al principio de todo fue de pueblo en pueblo con una guitarra y haciendo real aquella ilusión llegada de Francia: hacer música moderna y en catalán", le dije. Guillem Nivet, recientemente nombrado nuevo presidente de la Bressola, añadió que Simona Gay había hecho lo mismo, también de pueblo en pueblo, porque tan importante es cantar canciones nuevas como impedir que el olvido entierre las canciones de siempre.

Las dos artistas, pensé, tenían una cosa más en común. Remei Margarit fue la primera mujer cantautora en publicar en catalán, antes que con la profesionalización de la Nova Cançó, igual que Porter o Espinàs, diera un paso al lado y se dedicara a escribir libros como la premiada novela Estimat John (Columna, 1992). Curiosamente, el año 1992 la misma editorial Columna publicaría la Obra Completa de Simona Gay, ya que igual que Remei Margarit, Gay —nacida como Simona Pons y hermana del poeta Joan Sebastià Pons— había sido también una precursora: el año 1932 se había convertido en la primera mujer en publicar un libro en catalán en la Catalunya del Nord. Fue el poemario Aigües vives, que tenía un prólogo ni más y menos que de Tomàs Garcés y que hoy, con un poco de suerte, solo debe poder encontrarse en alguna librería anticuaria.

Cuando acabamos de cenar, Guillem Dalmau abrió el libro del Folklore íntim y leyó unos cuantos dichos populares mientras hacíamos un gin-tonic, preguntando al resto si los habían oído alguna vez. Los conocían casi todos, dijeron, pero yo confesé no haberlos oído nunca. También ellos me confesaron no haber oído nunca hablar de Remei Margarit, como la mayoría de jóvenes del Sur, pero aquella noche nos dimos cuenta de que si el año 2023 los jóvenes catalanes del Norte conocen refranes o canciones populares de su tierra, en parte, es gracias a Simona Gay, igual que si yo volví al día siguiente con el coche AP-7 abajo escuchando las canciones de Julieta es, también, gracias a Remei Margarit. En definitiva, que si hoy somos lo que somos es porque alguien un día decidió vencer la muerte, alejarnos de la podredumbre y salvaguardarnos la memoria. La del pasado, que nos explica de dónde venimos, pero también la del futuro, que nos explica dónde queremos ir.