La entronización de Naruhito como emperador de la nueva era denominada Reiwa (la de la "bella armonía"), que comenzó el 1 de mayo, ha despertado expectativas favorables en un pueblo puesto a prueba a lo largo de cuatro décadas de estancamiento económico. Un largo trance que los expertos han denominado "la trampa japonesa".

La "japonización" es un mal en el que no quiere incurrir Occidente y que se caracteriza por un crecimiento muy flojo, una desinflación que amenaza con caer en una deflación (descenso simultáneo de precios y actividad) pese a tener unos tipos de interés muy bajos que no logran estimular la economía.

El Banco de Japón (BoJ) decidió la semana pasada mantener al menos hasta 2020 una política monetaria de tipos ultrabajos (al -0,1%) y de compra masiva de activos.

Así, el gobernador del BoJ, Harukiro Kuroda, relanzó de nuevo un programa de estímulo radical iniciado en 2013 sin éxito aparente, si bien indicó que su objetivo, al menos, es evitar una grave recesión.

El país aguanta debido a su fuerte cohesión social y nacional, aun cuando la advertencia de que la política monetaria se hace cada vez más inefectiva a medida que los tipos se acercan a cero, se ha mostrado cumplida. El crecimiento del PIB para este año se cifra en el 0,8%. En cuanto a la inflación, el BoJ mantuvo la previsión del 1,1% para el ejercicio en curso.

Aquellos que creen en Japón recuerdan que es la tercera economía mundial y que la tasa de paro es de tan solo del 2,3% y caerá pronto al 2%, según las previsiones. Las diferencias entre ricos y pobres jamás alcanza las de las sociedades desarrolladas y donde los sin techo no llegan a 5.000 en todo Japón. El país ha estado cerrado o prácticamente cerrado a la immigración, si bien ahora tiene previsto acoger a 350.000 extranjeros dado el envejecimiento de una población que puede reducirse a la mitad en 2060, según las previsiones.

A su vez, la mentalidad de trabajo de los japoneses es casi única en el mundo. El exceso de horas trabajadas se denomina karoshi y oficialmente se considera que tal riesgo se da cuando el asalariado realiza más de cien horas suplementarias en un mes. Los tribunales han indicado que cada año hay 300 o 400 casos de karoshi, de los cuales casi la mitad son mortales.

Una vuelta a una era tan creativa como lo pudo ser la Meiji (1868), que modernizó a fondo al país del sol naciente, puede ser compleja, pero no imposible

La industria japonesa llegó a la excelencia tecnológica en los años 1980 y destacó especialmente en la electrónica. Hitachi sería el mejor símbolo de aquel esplendor. El primer ministro, Shinzo Abe, que tiene asegurado su cargo hasta 2021, quiere que Japón entre en la carrera de la transformación numérica, en la que el país va muy rezagado. 

No obstante, Masayoshi Son, emblemático fundador de Softbank, ha reunido 100.000 millones de dólares para invertir en todas las grandes empresas tecnológicas del mundo de las que sus compatriotas podrán tomar nota.

Estas iniciativas, junto con la adhesión profunda de los japoneses hacia la institución imperial a la que otorgan el papel de "eje" y de pivote estabilizador de un mundo que habrá perdido sus referencias, les ofrecen un sugerente camino autónomo a seguir frente a una China cuya ambición inquieta, hasta el punto de llevarle a sopesar su remilitarización. Una vuelta a una era tan creativa como lo pudo ser la Meiji (1868), que modernizó a fondo al país del sol naciente, puede ser compleja, pero no imposible. 

De hecho, en la hoy añorada era Meiji, Japón se orientó hacia Inglaterra, donde tuvo lugar la la Revolución Industrial del siglo XIX. Antes de su boda, Hiro Hito, el abuelo de Naruhito, se hizo una foto con Eduardo, príncipe de Gales en 1921 vestidos iguales con trajes hechos en la sastrería londinense Savile Row. Japón hace los grandes cambios coincidiendo con los saltos tecnológicos. Y ahora estamos en vísperas del despliegue de la revolución de la inteligencia artificial. Ahora toca.