En las épocas de transición la historia siempre se vuelve un tema delicado e importante. Ante el desconcierto, los hombres buscan respuestas en el pasado y los debates sobre los grandes episodios se acentúan y definen más que nunca las posiciones políticas y los puntos de vista de la gente. Como dice Margaret MacMillan, que visitó Barcelona hace poco sin saber nada de Catalunya, incluso cuando los políticos y los iluminados dicen que están explorando caminos nuevos, sus modelos vienen directamente del pasado.

La política y la historia tienen una relación de tensión creativa. La diferencia entre los países se puede ver por el nivel de conciencia histórica de sus líderes, y por los relatos sobre el pasado que sustentan los debates políticos. A veces los partidos hacen un uso folclórico de la historia, que confunde más que clarifica; otras veces los países tienen la suerte de encontrar líderes que saben interpretar el pasado con una inteligencia imaginativa. En un momento de incertidumbre, la posibilidad de presentar un relato histórico ordenado contra la tendencia destructiva del azar puede ser una ventaja decisiva, para un país.

En los EE.UU., el Sur está perdiendo la batalla sobre la interpretación de la Guerra Civil

En los periodos de transición los debates sobre el pasado delatan las debilidades y fantasmas de la gente. En los Estados Unidos, el Sur está perdiendo la última batalla sobre la interpretación de la guerra civil. La estigmatización de la bandera confederada, por ejemplo, es la culminación de un proceso que se irá acelerando a medida que el estancamiento de la economia aumente las tendencias centralistas de Washington. Otro episodio de moda es la década de los treinta. Y no sólo porque la megalomanía de Trump ofrezca comparaciones con el estilo cruel y estrafario de Mussolini. Los treinta marcaron el inicio del ciclo norteamericano que ahora parece estar a punto de cerrarse.

Hace unas semanas entrevisté a Frédéric Beigbeder para este diario. Recordarán que me contó que había escrito su último libro, Oona y Salinger, para romper el silencio que pesa sobre la Francia de la Segunda Guerra Mundial. Le pregunté por sus orígenes occitanos y me pareció que todavía no estaba piscológicamente preparado para profundizar tanto en la historia. Pensé que el éxito del Frente Nacional tiene más que ver con la nostalgia de la vida local y el sentido de pertenencia que se cargó París, que con los nazis y el fascismo. 

Igual que Francia, España tiene una relación complicada con el pasado. La alianza entre el PSOE y Ciudadanos es la expresión más viva de la incomodidad que genera el debate histórico. En España la historia da miedo y su conocimiento se considera un capricho sentimental de académicos y chalados. Me parece que el ideal de muchos españoles sería vivir en un presente continuo, versallesco y faraónico. Estamos lejos de la mentalidad de un Kissinger, que es capaz de dedicar todo un libro al contexto histórico de la China para finalmente explicar en un solo capítulo las relaciones que los Estados Unidos debería mantener con ella.

Franco ganó la guerra porque tenía una visión de la historia más sólida que la República 

Aunque hablamos mucho de transición, pocos políticos parecen darse cuenta de que la comprensión de la historia es una fuente muy poderosa y eficaz de liderazgo. Tiene gracia ver que cuanto menos imaginativo y culto es un político, más tiende a citar frases de Churchill. Hay que tener en cuenta que Franco ganó la guerra porque tenía una visión de la historia más sólida que la República. Franco era un loco que quería corregir la historia de España desde el siglo XVII, pero más locos estaban los líderes republicanos que preferían una España franquista que una Catalunya independiente. 

A la vista de cómo ha evolucionado el PSOE, los 40 años de dictadura no dieron a las izquierdas bastante tiempo para reflexionar. Pedro Sánchez está cerca de aquel Indalecio Prieto que boicoteó la expedición de la Generalitat a las Baleares “porque se creen estos catalanas que van a restablecer la Corona de Aragón”. Con respecto al PP, si Rajoy se retirara hoy, su partido no sería muy diferente de Ciudadanos. El presidente y su vieja guardia tienen la experiencia histórica que les da la edad y el hecho de haber crecido en una España todavía pintoresca. De momento, sus discípulos no tienen ni eso.

Pablo Iglesias es el único político español que tiene una relación creativa con el pasado

Pocos políticos saben leer los cambios que se producen a su alrededor, y muchos menos son capaces de manipular de manera eficiente los puntos sensibles de la memoria. En el panorama español, sólo Pablo Iglesias tiene una relación creativa con el pasado. Iglesias es un líder atractivo porque tiene una idea fuerte e imaginativa de su país, como en su momento la tuvo Jordi Pujol. Tanto en Madrid como en Barcelona hay mucha gente interesada en mantener los viejos estereotipos que han marcado la relación entre España y Catalunya. La operación del Gran Centro es un intento de banalizar la democracia a partir de fantasmas del guerracivilismo -seguramente porque una democracia débil es más fácil de manejar y explotar desde el punto de vista económico. 

Walter Lippmann ya explicó cómo los franceses y los alemanes que provocaron la Primera Guerra Mundial se veían a través de los estereotipos de 1870. Después de cuarenta años intentando que Catalunya abrazara un cosmopolitismo de Novohotel, para poder doblegarla, la historia ha atrapado al Estado español y ha tambaleado al sistema político. Yo me lo tomaría con más cuidado.