Pedro Sánchez está amortizado y en algunos despachos tienen prisa para volver a poner a un presidente del PP que pacte con Cataluña y cierre la herida abierta por las porras y la persecución del 1 de octubre. Europa está virando hacia la derecha y un presidente español que reclama el Estado palestino y que pacta con las izquierdas independentistas para reformar los equilibrios de poder peninsulares, es una molestia. Sánchez se quiso apoyar en la geopolítica franquista para protegerse de la España que odia a Junqueras y a Puigdemont, pero le salió mal la jugada.

Europa está a favor de Israel, ni que sea por obligación, porque lo dice el amo americano. El PP de Aznar se ha hecho projudío, pero todo el mundo sabe que, después del 1 de octubre, Israel reconoció la unidad de España a regañadientes y en el último minuto, esperando un gesto de Cataluña. Marruecos es un aliado preferente de los Estados Unidos y el arquitecto de su geopolítica fue un consejero judío del rey, de educación francesa, que se llamaba André Azulay. La derecha española está atrapada entre Casablanca y Bruselas, que es como decir entre la Realpolitik del imperio americano y la retórica democrática de Bruselas.

Sánchez está amortizado, pero Europa no tiene, de momento, un sustituto mejor. Para poder coser la herida catalana, Sánchez ha dividido la derecha española sobre la herencia del franquismo y esta herida difícilmente se cerrará. No solo eso, cuando Sánchez se vaya, lo hará dejando un PSOE escorado hacia los planteamientos guerracivilistas de Podemos. A diferencia de los políticos catalanes, Sánchez no tiene detrás ningún país que lo pueda proteger porque España como conjunto no existe. Sánchez solo tiene detrás a su partido, un partido que solo puede sobrevivir controlando el Estado a través del antifascismo.

Europa puede virar hacia la derecha sin que pase nada porque tiene un pasado democrático que la legitima. Los nazis perdieron la guerra en el continente. En cambio, en España, la historia es otra. El presidente del PP que quiera pactar con los partidos catalanes tendrá que ser muy fuerte para no desangrarse en el juego de guerras madrileñas entre franquistas y antifranquistas. Cuando Sánchez se vaya se volverá a ver, que Cataluña y España no tienen la misma relación con la historia autoritaria del Estado. En Cataluña, Franco y Primo de Rivera no dividen a los catalanes, como mucho ayudan a distinguir los catalanes de los españoles.

El discurso de Orriols contra la inmigración es el único que ahora mismo puede hacer entrar en contradicción a los votantes españolistas del país

En este contexto, el discurso de Sílvia Orriols irá cogiendo un relevo que cuesta mucho de creer que nadie haya previsto. Agotada la posibilidad de reformar el Estado que anhelaba la rendición de ERC, y el exilio de Puigdemont, la fuerza natural del país irá cada vez más hacia Aliança Catalana. El discurso de Orriols contra la inmigración es el único que ahora mismo puede hacer entrar en contradicción a los votantes españolistas del país. Con el PSOE o con el PP, España no controla la frontera de Marruecos y usa los sudamericanos con objetivos lingüísticos coloniales, que no aportan ningún valor geopolítico ni económico.

Más interesante que saber si Salvador Illa será presidente, pues, sería saber si Aliança Catalana acabará igual que la CUP, y si Sílvia Orriols hará como Anna Gabriel o está hecha de otro fuste. En el fondo del discurso de Orriols resuena el mensaje pujolista que dio la hegemonía a CiU, cuando la mitad de los habitantes de Cataluña habían nacido fuera del país: “En esta tierra derrotada os defenderá la nación catalana o no os defenderá nadie.” Mientras España se adentra en una disputa guerracivilista por el poder, la política catalana está cambiando los temas de conversación como no lo hacía desde la Transición.

El discurso de Orriols hace presión sobre un problema existencial de alcance europeo y una debilidad española que tiene poca solución. Si Aliença Catalana no acaba como la CUP, cuando algunos partidos se den cuenta, el antifascismo será una etiqueta que solo usarán los castellanos y sus amigos para insultarse a través de un pasado que les cuece y les divide. Si esto nos favorece o no, dependerá de cómo usemos el cerebro. De momento, no nos podemos hacer muchas ilusiones.