Cuando los niños pequeños se caen y se hacen un chichón, les damos un beso en el lugar del golpe, cantando alguna canción para distraerlos. Cuando nos damos un golpe, o nos duele la pierna, sin darnos cuenta de ello, la mano toca la zona dolorida, presionando y haciendo movimientos circulares de forma persistente, muchas veces, inconscientemente. Cuando tenemos dolor de muelas o un golpe en la cara, nos vamos tocando de vez en cuando. Si nos quemamos, sacamos rápidamente la mano y la sacudimos, como si nos pudiéramos borrar el recuerdo de la quemadura de la memoria, y todos sabemos reconocer que alguien tiene dolor de cabeza cuando hace movimientos circulares en las sienes... Estos gestos que tenemos tan integrados en nuestra respuesta al dolor, los hacemos porque realmente son efectivos y disminuyen nuestra sensación del dolor. Todos lo hemos aprendido desde muy pequeños, pero ¿por qué el tacto actúa como un analgésico sobre la zona dolorida?

Durante mucho tiempo se ha pensado que esta respuesta al tacto, cuando hay dolor, estaba intercedida por un movimiento reflejo, es decir, la respuesta ocurriría en la médula espinal, como sucede con la retirada inmediata de la mano cuando nos pinchamos o nos quemamos. En el caso de una quemadura, por ejemplo, no necesitamos procesar la decisión en el cerebro, sino que nuestro cuerpo responde con la retirada de la mano, evitando una exposición mayor a la fuente del daño. Con respecto a la sensación de analgesia asociada al tacto, se sabe que en la médula hay neuronas que procesan el dolor y el tacto, organizadas de forma concéntrica. Las neuronas centrales se pueden activar tanto por el dolor como por el tacto, mientras que las neuronas situadas hacia el exterior solo se activan por el dolor, pero los estímulos vibrotáctiles inhiben su activación. Además de esta respuesta espinal, hace tiempo que los neurocientíficos piensan que también tiene que haber una respuesta cortical, es decir, a nivel del cerebro, pero hasta ahora no tenían manera de separar la reacción motora (el movimiento) de la sensación de analgesia (disminución de la sensación de dolor).

Los gestos que tenemos tan integrados en nuestra respuesta al dolor, los hacemos porque realmente son efectivos y disminuyen nuestra sensación del dolor

Pues bien, el grupo de la investigadora Fan Wang, en Harvard, ha trabajado intensamente sobre esta cuestión tan relacionada con nuestra vida diaria: ¿por qué el tacto sobre una región dolorida tiene un efecto analgésico? Para responder a esta pregunta, este grupo de neurocientíficos ha trabajado con un modelo de ratón. La respuesta del ratón a una presión dolorosa en el rostro es la de frotarse la cara con las patitas de delante. Ahora bien, los investigadores también observaron que si los ratones estaban explorando su territorio —y lo hacen moviendo sus bigotes de forma rítmica (en inglés, se dice whisking)— parecía que no sentían la agresión. Hay que decir aquí que en los ratones el movimiento de los bigotes está ligado al sentido del tacto (también en otros animales, como los gatos); hay numerosas terminaciones nerviosas en la base de los bigotes que transmiten mucha información en el cerebro, como la distancia y posición de objetos de los alrededores. Para separar la reacción motora de la táctil, los investigadores analizaron la respuesta del ratón a una presión facial, con la cabeza fijada y sin posibilidad de utilizar las patas para tocarse la cara. En este caso, los ratones solo pueden mover los bigotes. ¿Sería suficiente este movimiento tan sutil para tener un efecto analgésico en una situación de dolor?

La primera respuesta es que sí, ya que los investigadores demostraron que, en los ratones estudiados, realmente el movimiento de los bigotes causaban una respuesta a la corteza del cerebro que recibe y procesa la información táctil, con un efecto bien analgésico o bien de ignorancia del estímulo doloroso. El circuito neuronal que permite en el cerebro de los ratones procesar el dolor y el tacto conecta el córtex neurosensorial con una región interior denominada tálamo. A continuación, los investigadores quisieron inhibir estas conexiones neuronales para ver si realmente eran las responsables de este efecto analgésico del tacto sobre una quemadura o un golpe. Para estudiar realmente el efecto, inyectaron virus recombinantes en el cerebro que, por una parte, llevaban genes inhibidores específicos de las conexiones sinápticas de estas neuronas, y también el gen de la proteína verde fluorescente, con el fin de observar las neuronas y sus conexiones. Como resultado, si se inhibía la funcionalidad de esta conexión, se perdía el efecto analgésico del tacto (en este caso, a causa del movimiento de los bigotes) al estímulo del dolor. Estas conexiones son las mismas, que, en nuestro cerebro, hacen que la presión que hacemos sobre el golpe nos apacigüe el dolor, aunque sea momentáneamente.

Aquí os adjunto una de la figura del artículo, en la que se ve la zona del tálamo con todas las neuronas verdes, pero fijaos sobre todo en las proyecciones neuronales y las conexiones en otras zonas somatosensoriales del córtex cerebral.

Imagen extraída del artículo de Lu et al. Sci. Adv
Imagen extraída del artículo de Lu et al. Sci. Adv. 8: eabn6530 (2022). En verde se pueden distinguir las células del tálamo (VPM) que han sido infectadas por el virus recombinante con la proteína verde fluorescente (GFP) y las conexiones de estas neuronas sobre el córtex somatosensorial del cerebro (S1B).

Estos resultados son interesantes tanto con respecto al uso del tacto como analgésico, como para las enfermedades en que justamente se da el proceso inverso, con una hipersensibilización dolorosa al tacto. Se cree que esta zona del tálamo es la que está principalmente afectada en la gente que tiene dolor talámico crónico (causado por un ictus que afectaría a esta zona del cerebro) y que hace que cualquier contacto, aunque sea una estimulación táctil muy suave, provoque una sensación de dolor muy intensa.

Finalmente, los investigadores proponen que quizás el efecto calmante que ejercen los movimientos repetitivos o estereotipados que hacen muchos pacientes afectados por síndromes del trastorno autista u otras enfermedades del neurodesarrollo, tienen una explicación gracias a estas conexiones entre las neuronas que procesan el dolor y los estímulos táctiles y motores (de movimiento del cuerpo o de objetos). Dado que hay modelos en ratón de este tipo de enfermedades, se podría estudiar esta relación en estas enfermedades, y diseñar mejores maneras de calmar a estos pacientes.

En todo caso, ahora ya tenéis la respuesta a por qué, cuando sentimos una zona dañada, nos hacemos friegas en un intento de aliviar la sensación de dolor.