Hacer juicios de intenciones siempre es una marranada. Pero escuchar a Míriam Nogueras sacar pecho en el debate electoral de TV3 del pasado martes ("el año que llegó más dinero a Catalunya fue en 2017 porque las instituciones estaban fuertes, el pueblo estaba desacomplejado y los partidos íbamos juntos") me hace pensar que la cosa ya no va de intenciones. Cuando algunos dudamos del independentismo de segundos quien, siempre nos acabamos silenciando desde nuestras propias inseguridades. "Y yo qué sé si es o no independentista". "Y yo quién soy para ir señalando al personal". "Y yo qué sé de quién es y de cómo se siente". Pero sí que conozco qué ha hecho su partido y cómo se proyecta en campaña electoral. La semana pasada publiqué un artículo duro sobre Míriam Nogueras —bien leído, se entendía que no era estrictamente contra ella— porque nacía del malestar de ver a independentistas, aquellos a quien los convergentes describen como "independentistas de corazón" —vaya, los que no reniegan de ello en cuanto pueden— hacer la pantomima para ir a Madrid a provocar todavía no sabemos exactamente qué. Cuando Nogueras realiza afirmaciones como la que he citado, la cosa ya no va de intenciones porque, si hablamos de 2017, hablamos de hechos. Unos hechos que, por cierto, acabaron con el presidente Puigdemont y algunos consellers exiliados y otros encarcelados.

Reconocer que blandiste el estandarte de la independencia para conseguir más pasta es admitir que, como mínimo, hubo un poco de mala fe

¿Qué credibilidad tiene un partido como Junts y qué credibilidad tiene su discurso independentista si, tras haber visto la peor cara de España, hoy hablan de 2017 como una propuesta de pacto fiscal? La afirmación de Nogueras en el debate televisivo culminaba así: "en cambio, en 2021, con el PSOE, de cada 100 euros, a Catalunya solo han llegado 35." La costra discursiva de Junts ya empieza a ser tan frágil que el espíritu convergente asoma si no se le sujeta bien. Hacer juicios de intenciones es una marranada, pero reconocer que blandiste el estandarte de la independencia para conseguir más pasta o insinuar que, a pesar de todo, del follón al menos sacamos un dinerito, es admitir que, como mínimo, hubo un poco de mala fe. Cuesta creer que el independentismo de la clase política catalana no es más que un autonomismo que quiere apretar a España con propuestas radicales. Si este es el estado de la cosa, si 2017 no fue más que el final del reniego de Artur Mas, el día del enésimo portazo al pacto fiscal, no tienen nada para defender que no defienda Roger Montañola.

Esto no es solo una maniobrilla de la Catalunya convergente. Lo sabemos porque ERC y la CUP se han aprovechado de ello todo lo que han podido

Nogueras no es el artífice de nada y quizás es injusto que sea el cabeza de turco, sobre todo si no es lo bastante buena para defenderse —y para defendernos, a los "independentistas de corazón"—. Que, además, esto no es solo una maniobrilla de la Catalunya convergente lo sabemos porque ERC y la CUP se han aprovechado de ello todo lo que han podido. Todavía lo hacen, de hecho. Gabriel Rufián se ha pasado la legislatura siendo un diputado más de Podemos o del PSOE, depende de cómo sople el viento, y en el debate se dedicó a repartir revistas para denunciar la censura lingüística que sufrimos los catalanohablantes. O la CUP, que antes abordaba con serenidad el debate sobre su presencia en según qué instituciones y hoy ha comprado a pies juntillas el discurso español de los "privilegios" contra quien el 23-J se abstendrá porque los partidos catalanes no están a la altura.

Junts no puede renunciar a ningún actor político a pesar de sus disonancias ideológicas. Porque sin una propuesta de país clara no se les acerca nadie

Es una especie de juego de espejos en el que cada cual calcula hasta qué punto tiene que ser o no independentista para conseguir algo de España, y hasta qué punto y cuánto tiempo puede permitirse no parecerlo para que no tenga consecuencias irreversibles ante los electores catalanes. La independencia es el contrapeso que ponen en la balanza para diferenciarse del mal, pero también la misma balanza donde después calculan los costes de haber ido contra el sistema. No son juicios de intenciones. Es que en 2017 queríamos la independencia y hoy llevamos a Artur Mas a los mítines para que comparta su experiencia hablando del pacto fiscal como si fuera un tertuliano de Ràdio Primavera Sound que comparte su experiencia sentimental. Permitidme que os diga, a los "independentistas de corazón" y a los "independentistas convencidos", que no costará mucho juzgar vuestras intenciones si sois capaces de tragaros esta campañita, que, para variar, no es más que la evidencia de que en Junts no pueden renunciar a ningún actor político —Mas, Trias, Borràs, Madaula, Alsina, Giró, Dalmases y el resto de la macedonia— a pesar de sus disonancias ideológicas. Porque sin una propuesta de país clara no se les acerca nadie.