José María Aznar mandó a la cárcel a Pedro Sánchez en el arranque del congreso del PP el viernes, como hace 30 años, en 1994, señaló a Felipe González la puerta de salida de la política, con aquel famoso "¡Váyase!". Ha pasado  mucho tiempo y han cambiado muchas cosas entre una y otra exhortación, entre ellas, que el Papa negro de la derecha española hoy no aspira a llegar a la Moncloa como entonces aunque mantiene incólume la determinación de orientar el rumbo de su partido, y de la política española: “el que pueda hacer, que haga”. El otro gran cambio es que, a diferencia de Felipe González en 1993, que frustró la embestida electoral de Aznar y que de nuevo podría haberle cortado el acceso a la Moncloa en 1996 si hubiera repetido el pacto con la CiU de Jordi Pujol pero prefirió respetar al ganador de las elecciones, el mismo Aznar, hoy, el líder del PSOE, el presidente a batir, Pedro Sánchez, no es el problema de Alberto Núñez Feijóo. El principal problema que tiene Feijóo es que al PP aún le cuesta asumir que no es, ni debe ser, Vox. Ese es el secreto de la ecuación que propuso Aznar: armar una mayoría electoral que abrace desde la izquierda del PP, o sea, parte del electorado del PSOE, a su derecha, es decir, parte del electorado de Abascal. La vieja receta del centro amplio aunque en la era del algoritmo y la política fake

El presidente Sánchez es un zombie político, un no-muerto. El único sentido que se le puede encontrar a su empecinamiento por atornillarse a la silla de la Moncloa es el de convertirse en algo así como un banco tóxico para un PSOE en ruinas. Si se presenta de nuevo a unas elecciones, sean cuando sean, será él quien cargue con las consecuencias del desastre. Pero eso sería admitir que Sánchez piensa en algo más que en él mismo. Paradójicamente, y en una situación que es justamente la inversa del PP, el PSOE no hace caer a Sánchez porque, valga la redundancia, la mayoría de los dirigentes socialistas no tienen donde caerse muertos más allá de los puestos y responsabilidades que dependen del Gobierno Sánchez. Solo hay dos excepciones: una es el president Salvador Illa, y la otra, el presidente Emiliano García-Page, quienes, en este momento representan el principal punto de apoyo y el principal elemento discordante en el extraño patio sembrado de minas y socavones súbitos en que la corrupción de los Cerdán y compañía ha convertido al PSOE. El PSOE solo ostenta ahora mismo la presidencia de 4 de las 17 autonomías (Navarra y Asturias además de Catalunya y Castilla-la Mancha). Illa y García-Page, pese a estar a años luz en su diagnóstico sobre el futuro de Sánchez —o, por lo menos, eso es lo que transmiten—, en ningún caso podrían sostener por si solos la estructura de un PSOE que pierda la Moncloa a manera de refugio de cargos desahuciados. Incluso García-Page teme por poderse mantener en el poder en las elecciones autonómicas de 2027. Las filas prietas en torno a Sánchez en el triste comité federal de este sábado lo son entorno a un capitán exangüe que, en un clima cada vez más pestilente, maneja un timón podrido, a punto de precipitar la nave en el insondable abismo marino, en el gran remolino que lo engulle todo.

El principal problema que tiene Feijóo no es Pedro Sánchez, sino que al PP aún le cuesta asumir que no es, ni debe ser, Vox

Por eso Sánchez no es, en realidad, el problema de Feijóo para alcanzar la Moncloa como sí que lo era para Aznar el González del paro y la corrupción —y no tanto de los GAL, puesto que la derecha española, la política y la sociológica, siempre perdonó el terrorismo de estado, y más aún, en los tiempos duros de ETA—. El principal problema que tiene Feijóo es que al PP aún le cuesta asumir que no es, ni debe ser, Vox. Ese es el secreto de la ecuación que, contra lo que pudo parecer, propuso Aznar en el inicio del congreso de los populares: armar una mayoría electoral que abrace desde la izquierda del PP, o sea, parte del electorado socialista, a su derecha, es decir, parte del electorado de Abascal. Para ganar, para obtener esos 10 millones de votos que se propone alcanzar Feijóo, es decir, los que sumaron Mariano Rajoy en las generales del 2011 y el mismo Aznar en el 2000, el PP debe invertir el aforismo y exhibir un puño de seda en un guante de hierro. Ese esquema permite conciliar el discurso más duro contra los nacionalismos catalán y vasco con la aspiración a entenderse con ellos, la Junts de Carles Puigdemont incluída, una vez el Tribunal Constitucional ha validado la amnistía recurrida por el propio PP. Resuenan los ecos, aunque los tiempos no son los mismos, del “Pujol enano, habla castellano”, previos al gran pacto del Majestic de 1996 entre Aznar y Pujol. Pero esa es la consecuencia, el fruto. Primero hay que crear las condiciones de posibilidad. Lo importante son los votos para garantizar un gobierno en solitario de Feijóo que devuelva una derecha normal a la Moncloa. El PP puede ser una CDU a la española que ya ha prometido que solo levantará un único cordón sanitario, a Bildu, como Merz lo ha hecho con los ultras de AfD. O, si lo prefieren, el PP puede ser el Partido Republicano de los Estados Unidos pero sin Trump. Una derecha normal.

El mensaje, muy potente, que emite del congreso del PP, es que Aznar (el guante de hierro) y Feijóo (el puño de seda) no son antagónicos, sino complementarios

De momento, el mensaje, muy potente, que emite del congreso del PP, un congreso de factura impecable en su diseño y puesta en escena, es que Aznar (el guante de hierro) y Feijóo (el puño de seda) no son antagónicos, sino complementarios. El PP puede permitirse recuperar para su ejecutiva un ex alto cargo franquista y colaborador de Manuel Fraga, José Manuel Romay Beccaría, de 91 años, en el mismo congreso donde hizo sonar el estribillo de un himno punk, el Blitzkrieg Bop de los míticos Ramones, porque rima con Feijóo: "Hey, ho, Let's Go" - "Fei, Jó, Let's Go". He ahí la regla capaz de poner firmes a todos los generales y generalas, desde el moderado Moreno Bonilla a la trumpista Isabel Díaz Ayuso. He ahí la clave, la horma del zapato. El sábado, Feijóo pidió libertad a los compromisarios del conclave popular. El PP no puede ganar las elecciones, ni mucho menos negociar un gobierno, marcando el paso de Vox. Esa bota es demasiado recia, luce mucho en los desfiles, pero no sirve para correr. Y, sobre todo, da miedo. Y el miedo es enemigo de la confianza.