Hoy estamos más informados que nunca pero vamos totalmente desorientados. Es la conclusión del filósofo Byung-Chul Han, que en La crisis de la narración (Herder), uno de sus últimos ensayos sobre la sociedad actual, analiza como todo el mundo habla más que nunca de "narrativas" porque, paradójicamente, hemos perdido la "narración", es decir, aquellas historias que dan sentido y proporcionan identidad. Todo es o narrativa o storytelling, o sea, el arte de narrar historias como estrategias para transmitir mensajes de manera emocional pero detrás de los cuales solo está el vacío, argumenta. La política, añado, hace un uso y abuso de esta técnica: solo hace falta recordar la famosa carta de Pedro Sánchez de ahora hace un año en que insinuó una dimisión como presidente del Gobierno con un discurso de lagrimilla que apelaba a las emociones del electorado socialista ante el asedio mediático, político y judicial por las acusaciones a su mujer, Begoña Gómez. Que el trapicheo epistolar de Sánchez coincidiera con el inicio de la campaña electoral catalana que llevaría a Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat solo fue pura coincidencia.
Han explica que las narraciones generan comunidad, encienden fuegos de campamento en torno a los cuales la gente se reúne para escuchar historias, mientras que el storytelling solo crea communities, comunidades-mercancía, grupos de consumidores, personas aisladas ante la pantalla digital. De acuerdo con el esquema del pensador coreano afincado en Alemania, podríamos decir que el catalanismo habría pasado de ser una narración potente, que articuló la recuperación del autogobierno catalán y tuvo su clímax en el procés independentista, a una narrativa desfibrada, sin ánimo. Las apelaciones al espíritu del 1 de Octubre que se hacen desde Junts, la ANC, Òmnium, así como desde el independentismo abstencionista, fastidiado y desconectado de los líderes y los partidos, o las alusiones retóricas de ERC a la independencia, remiten a una mera narrativa gastada, a un storytelling que ya no vende; que no moviliza sino más bien todo lo contrario. Que Junts invistiera a Pedro Sánchez y que ERC hiciera lo mismo con Salvador Illa mientras la amnistía sigue sin aplicarse y los trenes de la Renfe ni funcionan ni han sido aún traspasados a la Generalitat tampoco ayuda a rehacer el guion de la independencia y remuscular el movimiento y el relato. Un relato poderoso y efectivo, que no hace tanto tiempo movilizaba a centenares de miles de personas en la calle y que activó todos los aparatos represivos del Estado español contra la pretensión mayoritaria de los catalanes de decidir su futuro como nación en las urnas.
Puede parecer cursi, o casposo, pero, para mucha gente, la Catalunya del Barça y la Moreneta era una Catalunya perfectamente reconocible como país, como proyecto y como relato, una historia y un motor en marcha
Las victorias del Barça de este fin de semana en la final de la copa de Sevilla, ante la soberbia del Real Madrid, y la lección de fútbol del equipo femenino al Chelsea en su feudo de Stamford Bridge; así como la histórica salida en procesión de la Virgen de Montserrat, la primera del siglo XXI, recapitalizan la catalanidad y la narración del catalanismo porque reconstruyen la comunidad. He ahí el poder de los símbolos. El Barça significa victoria, deportiva y de país, seas o no blaugrana; la Moreneta religa el presente con una tradición milenaria, seas o no cristiano. El club blaugrana y la patrona de Catalunya dan continuidad a una historia, con principio y final, que es lo opuesto al bombardeo fragmentario y acumulativo de información sin dirección del que habla Han. El Barça triunfante y la Moreneta viva permiten, de nuevo, hacer fuego de campo. En los años setenta, muchos críos teníamos en la habitación un póster del Barça de la final de Basilea y un mapa ilustrado de las comarcas de Catalunya con la Moreneta en posición destacada (creo que los regalaban las cajas de ahorro). Puede parecer cursi, o casposo, y se ha hecho befa de ello en muchos momentos y, en cierta manera, es bueno que se haya hecho; sin embargo, para mucha gente, la Catalunya del Barça y la Moreneta era una Catalunya perfectamente reconocible como país, como proyecto y como relato, una historia y un motor en marcha.
De la desvaída narrativa independentista de ahora mismo se espera más bien poca cosa, poca capacidad de transformación real. El reto para Junts, ERC, la CUP, Òmnium o la ANC es recuperar el hilo de una historia con principio y final, la legítima aspiración a la plenitud de Catalunya, una narración y un relato claramente ganador. Ni la deriva etnicista en la que parece haber caído una parte del movimiento independentista, que mira hacia Aliança Catalana como presunta nueva herramienta rupturista, ni, por motivos obvios, la narrativa desnacionalizadora del Govern de Salvador Illa, permitirán recuperar la unidad civil en torno a un proyecto de país que no renuncie a nada. El abrasivo storytelling antiinmigrantes de Orriols y el desacomplejado programa reespañolizador de Illa no construyen comunidad, sino que añaden fracturas a una sociedad ya lo bastante dividida y desorientada.