En el mismo día se han dado a conocer dos datos que vuelven a demostrar la importancia del turismo en la economía catalana. En primer lugar, el sector hotelero ha registrado los mejores datos de un mes de julio, con 2,6 millones de clientes y 141 euros por habitación. Con estos datos, los hoteles de Catalunya encadenan cuatro meses consecutivos con récords mensuales, habiéndose alcanzado cifras históricas todos los meses, excepto marzo. La segunda noticia tiene que ver con los cruceros en la ciudad de Barcelona, siempre objeto de discusión si el número de visitantes es o no excesivo. Pues bien, el puerto de Barcelona lidera la recepción de visitantes en barco del Estado español con un tercio de los cruceristas: 2,1 millones en el primer semestre del año.

Aunque los datos del sector hotelero son parciales y falta el siempre deseado mes de agosto para el sector, nada apunta a que no se haya seguido el mismo camino. De los 2,6 millones de viajeros que se han alojado en hoteles catalanes, Barcelona se lleva casi la mitad de los visitantes y todas las demarcaciones mejoran sus registros del año pasado, con la excepción de Tarragona. Los años duros de la pandemia es obvio que han pasado y el turismo aporta entre el 12% y el 14% del PIB —un porcentaje similar del total de ocupados—, con una contribución notable a la economía catalana y, por más que sea denostado por diferentes sectores, sin que tenga un sustituto en la aportación que supone para la creación de ocupación y el bienestar de los catalanes.

El tema va a formar parte de la agenda con las contradicciones que se producen entre lo óptimo, lo posible y lo necesario. La pregunta es ¿cómo actuar sin matar la gallina de los huevos de oro?

Pese a ello, es evidente que la creciente masificación del turismo va a estar presente de una u otra manera en el debate político de los próximos tiempos, con una posición muy extrema de algunos partidos de izquierda, que ha cuajado en sectores de la sociedad catalana. Solo hace falta ver las protestas que se han trasladado a la calle y la asistencia que han tenido, muy superior a las del pasado. El tema, por tanto, va a formar parte de la agenda con las contradicciones evidentes que se producen entre lo óptimo, lo posible y lo necesario. La pregunta es ¿cómo actuar sin matar la gallina de los huevos de oro?

El alcalde de Barcelona anunció recientemente la eliminación de 10.000 pisos turísticos en la capital en cinco años para que vuelvan a tener uso residencial. Es una buena medida. Como también lo es el incremento de las tasas turísticas. En un mercado en crecimiento es obvio que aún hay margen y mucho mejor si son acordadas con el sector, que debe ser sensible a las nuevas realidades para que el tema no se escape de las manos. El mismo criterio se debe aplicar en muchos municipios costeros. Más vale medidas quirúrgicas ahora que actuar con medidas drásticas en el futuro. Aún se está a tiempo de lo primero.