La política catalana es un asunto muy previsible que ha dejado a los futurólogos de la tribu sin oficio ni glamur. El nuestro es un presente neoautonómico alérgico a los spoilers y cualquiera de mis queridos lectores sabía que, tarde o temprano, el centroderecha catalán especularía con el retorno de Convergència. El manual del buen opinador nos dice que la Catalunya de orden no se acaba de fiar de Junqueras, a pesar de su continua genuflexión al PSOE, y se afana por resucitar un pal de paller encorbatado, business friendly, con el aval de Foment y La Vanguardia, que pueda adaptar la decaída llama soberanista al bipartidismo español. Las élites soñarían con ver refundada Convergència, en definitiva, anticipándose a un posible retorno de un PP radicalizado con el aliento de Vox en el cogote y así poder pintar de nuevo la postal de un encuentro al Majestic entre factótums de la derecha peninsular.
La apuesta se encuentra con dos problemas. El primero, puramente circunstancial, se encuentra en la actual configuración de los herederos naturales del pujolismo. En primer término, el grupo parlamentario de Junts pel Sou, una amalgama asilvestrada donde conviven Laura Borràs (con su ego catedralicio y todos los friquis de Twitter que la veneran), Jordi Sànchez y el Espíritu Santo de la Crida (la de los años ochenta, aclaro) y los puigdemontistas reunidos sin mucho entusiasmo por el vicepresident Puigneró. Después tenemos al PDeCAT, comandado por Àngels Chacón, con más inteligencia que sus antecesores, liberándose de la sombra desventurada de Artur Mas y con los ojos puestos en las municipales del 2023. Como es comprensible, incluso el votante más centrista del país prefiere el estalinismo organizativo de Esquerra a tener que apuntarse a un curso de politología para aclararse en este embrollo.
Refundar Convergència no podrá hacerse en torno a una mesa de politólogos y vendedores de motos, por el simple hecho que el 1-O desmontó todo el engranaje de la política autonómica, y este es un cambio que no lo podrá parar ni el establishment catalán ni Junqueras haciendo de muleta al progresismo rígido de Pedro Sánchez
Pero toda esta ensalada de nombres (finalmente alguien ha entendido que eso del PDeCAT, como estrategia de naming, era una boñiga) es un asunto menor si elevamos la situación a la categoría. Porque mientras la mayoría de políticos pasan el tiempo haciendo metafísica sobre cómo ocupar el centro electoral en Catalunya, la mayoría de ellos son inconscientes que la historia no puede repetirse idénticamente, rebobina-y-pon-play, y que los ciudadanos encaran el nuevo tiempo de autonomía con una conciencia cada día más aprendida de las mentiras del procés. El hecho ya se vio en las últimas elecciones en el Parlament, donde el soberanismo perdió más de medio millón de votos, pero se certifica mucho más en el espíritu individual de una ciudadanía a la que no se podrá hacer tragar ninguna fiesta mayor más como el 9-N o un referéndum no aplicado. La historia no puede repetirse igual, pues ni el cinismo más grande elimina la memoria de la gente.
Refundar Convergència, por lo tanto, no podrá hacerse en torno a una mesa de politólogos y vendedores de motos, por el simple hecho de que el 1-O desmontó todo el engranaje de la política autonómica, y este es un cambio que no lo podrá parar ni el establishment catalán ni Junqueras haciendo de muleta al progresismo rígido de Pedro Sánchez. En Convergència todavía queda alguien con una neurona en el casco que quiere domir al partido para que parezca que pasa alguna cosa en el campo. Como siempre, el síntoma para verlo claro es Barcelona, la ciudad donde los herederos de CiU y el conde de Godó han organizado una manifa contra Colau para mañana mismo, una concentración que quiere aprovechar la tirria a la alcaldesa para resucitar el soberanismo de orden en la capital, pero que continúa acomplejada de decir que mientras tenga una alcaldesa española la ciudad sufrirá una decadencia tan lógica como imparable.
Ahora se entiende, en definitiva, por qué la esquerrovergència puso tantas pegas a la celebración del 1-O y lo militante que es el actual perfil bajo del gobierno Aragonès. Los mentirosos del procés y su corte de comodones sólo tienen una salida para preservarse; la táctica, mal disimulada, consiste en dormir a la peña con una rutina soporífera para olvidar el hecho de que la gobernabilidad de España no sólo dependerá de qué pase en Catalunya, sino que, pese a quien le pese, el conflicto volverá y la secesión sigue siendo posible. Hace unos cuantos años, Convergència se habría refundado con una simple comida, incluso antes de la irrupción de los puros. Ahora pide muchos más esfuerzos porque, a pesar de las piruetas de los contorsionistas, estamos en un país fatigado y faltos de moral, pero mucho más clarividentes.