Ni las criaturas que viven con sus padres ni las que están a cargo de la administración pública tienen garantizado estar sanas y salvas a lo largo de su desarrollo, porque convivimos con lacras sociales importantes, más extendidas de lo que queremos admitir, que ponen en riesgo y quiebran la vida y el bienestar de los niños; pero, a pesar de este contexto, lo que se ha hecho público estos días sobre la DGAIA no tiene ningún tipo de justificación.
No me refiero tanto al problema del dinero, y no porque no sea grave, como al desamparo de los menores tutelados que ha puesto en evidencia el caso de la niña de 12 años, a cargo de la Generalitat, que ha sido prostituida sin que ningún responsable de la institución se haya dado cuenta de ello y/o haya hecho algo para sacar a esta criatura del mismo infierno. Ahora todo son declaraciones grandilocuentes, especialmente de las y los políticos, pero el caso es que no solo el sistema ha fallado, sino que ha colaborado en la explotación de la menor. La omisión de funciones, negligencia, malas praxis o cualquier otro diagnóstico que se haga de la institución en términos administrativos han tenido unos efectos directos sobre el sufrimiento y el desamparo de esta menor. Eso no es poca cosa, aunque lo más fácil es cargar las tintas contra los agresores, que se merecen, evidentemente, mucho más que lo que la justicia hará con ellos.
Los problemas vienen de aquellas personas en las que confías
La consellera de Drets Socials i Inclusió, Mònica Martínez Bravo, ha salido al paso hablando de la necesidad de transformación del servicio, que es evidente, pero la pregunta es toda otra: ¿cómo es que hace falta un escándalo para que esta transformación se plantee, cuando es evidente que hay graves interrogantes sobre su diseño y funcionamiento global desde hace tiempo? No sirve de nada, cuando menos a esta menor y a muchas otras como ella que no conocemos, decir que el sistema tiene un diseño obsoleto, o que la sociedad ahora es mucho más compleja; cuando lo que ha quedado bien claro es que estas criaturas y sus derechos no han estado ni atendidos ni respetados.
Cuando eres madre, uno de los grandes miedos que te acompaña es no saber con quién dejas a las criaturas y, la mayoría a veces, los problemas vienen de aquellas personas en las que confías, porque, de hecho, del resto, si sospechas, los apartas. Los niños y adolescentes que quedan bajo la tutela de la DGAIA no tienen, a veces no por voluntad de los mismos padres y madres de estas criaturas, la protección y vigilancia de sus progenitores, pero la administración pública suple, en principio con profesionales formados y responsables, esta situación. Nunca eso es una buena solución, y tendría que ser la última posible, pero ya que es necesaria tiene que ser exquisita en forma y manera.