El título más importante que el Barça ha conseguido este año no es la Liga, ni la Copa ni la Supercopa. El trofeo más valioso de la temporada es el de haber cambiado la mentalidad del equipo, del club, del socio y del aficionado. Todas estas capas han pasado de sufrir a disfrutar, de la acritud a la sonrisa, del pesimismo a la confianza, del miedo a perder a la certeza de ganar. Hay dos ejemplos, que expresaré públicamente a modo de penitencia por el pecado de dudar, que lo muestran claramente. Con los dos goles de Mbappé hace una semana en el Clásico, solo unos pocos contemplamos la posibilidad de perder el partido y, de rebote, una parte de la liga. La realidad, sin embargo, era más tozuda, mayoritaria y joven. Era tanto el convencimiento en la remontada del equipo, que pasar del 0 a 2 al 4 en 2 pareció la ejecución de un guion perfectamente planificado. Y eso que el remontado era el Madrid.
El segundo ejemplo, segundo mea culpa, llegó el miércoles por la noche. Hablo en primera persona pero creo que somos unos cuantos más: con el gol in extremis de Jacobo contra el Mallorca y la consecuente victoria blanca, me cogió un ataque de tribuneritis aguda. Mi cerebro casi boomer se empezó a imaginar una derrota en el campo del Espanyol, que la psicosis acabaría en empate en casa contra el Villarreal y que la liga nos la jugaríamos en el último partido contra el Athletic Club en San Mamés. Y este es el elemento clave: éramos nosotros, los sufridores, los que estábamos alejados de la realidad: lo más normal era ganar en Cornellà-El Prat y punto. Como así pasó.
El Barça de Lamine es el Barça de Flick, y el Barça de Flick es el Barça de Laporta
La brillante temporada contrasta y se complementa con la derrota del Madrid. Ahora hace un año, los contrapuestos fichajes de Kylian Mbappé y de Hansi Flick se anunciaron con quince días y un mundo anímico de diferencia. El mejor jugador de Europa se añadía a un equipo que había ganado Lliga y Champions y Hansi Flick aterrizaba a un Barça en cenizas, hundido económicamente y a diez puntos de distancia de los blancos. Sin dinero para fichar más que a Dani Olmo con VAR judicial, el club parecía condenado al desierto mientras la prepotencia y soberbia chiringuitera profetizaban a los cuatro vientos una época de hegemonía blanca inasequible. Pero el fútbol, gracias a Cruyff, sigue siendo un deporte de juego colectivo y no de suma de superestrellas. El Barça de Lamine es el Barça de Flick. Y el Barça de Flick es el Barça de Laporta. Este hilo rojo, blaugrana en este caso, explica el éxito deportivo porque no es coyuntural, es estructural, es una manera de entender el fútbol, el deporte, el club, y el país.
El que el viernes se paseaba sin ninguna clapa visible de asfalto por todo el recorrido del desfile es el Barça más culé de la historia, basado en chavales de la Masía que cantan como un aficionado más, que van a Canaletes, que silban el himno del Madrid, que ven un plus épico al ganar la liga en el campo del Espanyol y que, la misma madrugada que han ganado la Liga, van en bicicleta a ver —y a despertar— su amigo ingresado en el hospital. Es decir, que cualquiera de ellos podrían ser uno di noi. Por todo ello, este Barça ha acabado para siempre con las últimas resistencias del "ja hi tornem a ser", del "avui patirem" y de firmar el empate en el minuto 80. Y todo ello con un juego y un espíritu que deja medio mundo maravillado; el otro medio es el que no le gusta el fútbol. El triplete más importante de la temporada ha sido el de cambiar la mentalidad, enterrar miedos y devolver la sonrisa, el que nos ha hecho pasar del ay, ay, ay, al oh, oh, oh.