En un tuit de hace tres o cuatro días, el MH President Salvador Illa exhortaba a los catalanes a "aspirar a ser la gran referencia europea de la prosperidad compartida". Parece que es uno de sus lemas. De esta "prosperidad compartida" algo no me cuadra, o, bien mirado, me cuadra demasiado. Sobre la "prosperidad" no hace falta decir nada: todos los políticos, de una forma u otra, la proclaman, como deseo (a menudo con escasa plasmación práctica) para sus pueblos. El problema radica en el adjetivo "compartida", claro. La pregunta es bien obvia, diría: ¿por qué ha de ser "compartida" la prosperidad catalana? O, bien mirado, ¿por qué ha de serlo, cualquier "prosperidad"? Y lo que es más: una "prosperidad" como la de Illa, que se quiere "compartida" desde un inicio, ¿puede realmente llegar a ser "próspera"? Quede dicho, de entrada, que no quiero contraponer, reflejar, al "compartir", un "retener" egoísta y autárquico, sino algo muy diferente y muy saludable, diría: el "autocentramiento". Porque, sí, creo (esta es la tesis del artículo) que a Catalunya le conviene mucho más, ahora mismo, autocentrarse que compartir.
¿Por qué autocentrarnos? Hagamos un poco de metapolítica. Vivimos no solo polarizados, sino, me atrevería a decir, un poco estupidizados: constantemente tenemos sobre la mesa temas de actualidad de altos vuelos. Ahora mismo, por ejemplo, Gaza, Ucrania, inmigración y vivienda. La alienación consiste en la asunción acrítica de que hay que posicionarse, necesariamente, respecto de todos los temas, y que tienes que hacerlo no solo con decisión e intensidad (que debes dejarte la piel, vamos) sino, sobre todo, de forma coherente con la etiqueta ideológica que previamente te hayas autoadjudicado o te hayan atribuido, la que sea: si eres de izquierdas, debes posicionarte, con uñas y dientes, contra Israel, contra Putin, a favor de los inmigrantes y a favor de los topes de los alquileres. Si eres de derechas, solo tienes que cambiar los "en contra" por un "a favor" y los "a favor" por un "en contra" y ya lo tenemos. Cuál sea el sentido de tu opinión es relativamente indiferente. Lo importante es que sea clara, extrema y coherente (fácilmente reproducible, vaya, así generas más metadatos). Huelga decir que un planteamiento absurdo como este tiende a impedir entrar en los detalles y la complejidad de los problemas.
¿Por qué ha de ser "compartida" la prosperidad catalana?
Pero remontémonos más atrás: ¿por qué uno (o un país, por ejemplo, Catalunya) debe posicionarse, necesariamente, sobre todos estos problemas, incluso cuando tiene muy poca capacidad de incidir materialmente en ellos? Y aún más: ¿es, de hecho, responsable dedicarle mucho tiempo y esfuerzos, dejarse la piel? ¿Tiene algún precio, hacerlo? ¡Desde luego! Somos seres finitos. En tiempo (somos mortales) y en recursos. También tienen limitaciones los pueblos. Y el catalán, diría (ahora que celebramos los ocho años del 1-O), limitaciones tiene muchas. La cuestión es muy clara: si centras buena parte de tu tiempo y esfuerzos en temas como Gaza o Ucrania, por ejemplo, dejas de hacerlo, necesariamente, en otros que quizás son más urgentes o cercanos (con esto no quiero, en absoluto, relativizar su importancia: ¡estoy haciendo metaanálisis! Pienso, de hecho, que Israel está cometiendo, en efecto, un genocidio, pero no tengo tan claro que quiera dedicarle, a este tema, buena parte de mis limitados recursos, o que me convenza de que el Parlament deba suspender sus sesiones por el último tsunami digital que sobre el tema nos llegue a los terminales móviles). Si, además (saltando, ahora, a los temas que sí te son más cercanos), te obsesionas con tener que definir posturas monolíticas y poco matizadas sobre cuestiones como la inmigración y la vivienda, un territorio como Catalunya, donde operan variables complejas y a menudo contradictorias, se expone a profundizar el harakiri económico, social y cultural en el que ya se encuentra inmersa.
Es por todo esto que a Catalunya le conviene ahora, creo, más que compartir, centrarse en ella misma, pensar quién es, dónde se encuentra, qué puede hacer y, también, dónde no le conviene dedicar esfuerzos. Bien mirado, si observamos la historia, todas las naciones quieren, por supuesto, prosperar, pero ninguna ha querido, nunca, compartir su prosperidad. ¡Eso ni se lo plantean! Los ingleses, por ejemplo, que desde siempre han prosperado mucho, han compartido bien poco. Nos lo ilustra Domenico Losurdo (en su Contrahistoria del liberalismo): el Liverpool Courier del 22 de agosto de 1832 calculaba que las 3/4 partes del café británico, las 15/16 de su algodón, las 22/23 de su azúcar y las 34/35 de su tabaco eran producidas por esclavos. Todo el aumento de la riqueza británica que hubo entonces proviene en gran medida del trabajo esclavo en las plantaciones. El imperio británico, en conjunto, no sería más que una magnífica superestructura de aquel comercio, que puso en movimiento la rueda. Por lo tanto, la prosperidad británica, más que en compartir, se basó en el expolio de otras vidas humanas. El aprendizaje parece claro: no es necesario tomar de ejemplo, evidentemente, el caso británico, pero sí ser conscientes de que refleja el talante de todas las naciones, en todos sitios y siempre. Y, sobre todo, no nos obsesionemos tanto (¡no hace falta!) con la idea de compartir. Centrémonos primero en ser y después ya veremos qué hacemos con lo que somos. No seamos tampoco inocentes: los que se centran más en los "otros" temas y en "compartir" es que ya les va bien la situación actual en Catalunya, por más preocupante que esta pueda ser. Pero, volviendo al tuit de Illa, creo que la pregunta que deberíamos hacernos es aún más básica: ¿qué es, exactamente, lo que tenemos que compartir? ¿El déficit fiscal? ¿Con quién? ¿Con Madrid? Podríamos enviarle, anualmente (o trimestralmente, da igual), un 1% del 6 o 8% anual del PIB que supone. ¿Lo acogerán? ¿Querrán "compartirlo" con nosotros?