El hecho de que cuatro presidentes de la Generalitat se hayan reunido en una mesa redonda para celebrar el 45 aniversario de una organización política como es la JNC, y hayan ensalzado el catalanismo político como el necesario hilo conductor de una acción política unitaria en Catalunya, demuestra que las cenizas del oasis catalán aún siguen existiendo. Allí estaban José Montilla, Artur Mas, Pere Aragonès y, por videoconferencia desde Waterloo, el president en el exilio Carles Puigdemont. Todo ellos con posiciones políticas muy alejadas, casi diría que abiertamente confrontadas en el pasado, pero mucho más ahora, cuando parece que solo se pueden defender posiciones propias desde el desencuentro y la falta de acuerdos.
Hubiera estado también Jordi Pujol, de 95 años, si la salud se lo hubiera permitido y no tuviera por delante el juicio en la Audiencia Nacional, que se iniciará el lunes 24, por la famosa herencia de su padre, Florenci Pujol, en un banco de Andorra. Al president Pujol le pide la Fiscalía Anticorrupción nueva años de prisión por asociación ilícita y blanqueo de capital, en un nuevo espectáculo mediático que ha durado diez años y que tenía como principal objetivo destruir una figura capital en la historia de Catalunya. Ahora sabemos todas las irregularidades que ha habido, como se obtuvo aquella información bancaria y la persecución que ha padecido. Pero, pese a todo ello, aún no se le ha eximido por su estado de salud de acudir a Madrid al juicio en el que difícilmente será condenado, si lo es, a algo más que una irregularidad administrativa. Por suerte, el paso de los años, ha hecho tan evidente la persecución que ha padecido, que su figura ha sido restituida tanto política como socialmente.
En el minifundio político en que se está convirtiendo la política catalana elección tras elección se tendrán que tejer nuevas alianzas y tener una mirada larga, más allá de las propias fila
El acto en el Born Centre Cultural de la JNC, lo que en su día fue la organización política de Convergència —los cachorros de Convergència, se decía—, y asociada desde 2020 a Junts per Catalunya, es, en parte, un destello de aquel país denostado entonces y que con ánimo insultante se definía como el oasis catalán. Aquel país permitía actos con todos los presidentes de la Generalitat abogando por la unidad del catalanismo, columna vertebral del país, aunque muchos no lo quieran ver así. ¿Es posible acaso un acto así de Felipe, Aznar, Zapatero y Rajoy en el centro de Madrid en un aniversario de las juventudes del PP o del PSOE? Evidentemente que no, porque allí la única política posible es ir a degüello.
En el minifundio político en que se está convirtiendo la política catalana elección tras elección se tendrán que tejer nuevas alianzas y tener una mirada larga, más allá de las propias filas. Estamos muy lejos de las épocas del bipartidismo en Catalunya y actualmente ya hay ocho partidos en el Parlament de Catalunya. No habrá más partidos en el futuro inmediato, pero es probable que los grandes lo sean menos y las alianzas para gobernar sean mucho más difíciles. El acto del Born demuestra que se puede seguir hablando y que el diálogo nunca cae en saco roto. Es más difícil negociar, claro. Pero no habrá otra y el que no sea capaz de hacerlo será excluido, ya que solo no llegará a ningún sitio.