La sectorial socialista del Tribunal Constitucional acaba de filtrar a la prensa que se reunirá a finales de junio para aprobar la constitucionalidad de la amnistía pactada entre el PSOE y los partidos catalanes. En un estado en el que Montesquieu suena solo en el nombre de una salsa francesa, la cúpula judicial votará bajo la disciplina de los partidos que la justifican y tira que pasa. Finalmente, Pedro Sánchez podrá sellar el pacto con el que alcanzó la poltrona de la Moncloa; la presidencia a cambio de un indulto general (incluidos los policías que golpearon a la madrina, que han sido exculpados de sus agresiones con una velocidad similar a la de los misiles yanquis). Finalmente, se cerrará el acuerdo entre las estructuras ideológicas españolas y los partidos catalanes para afianzar el régimen del setenta y ocho y convertir el independentismo en una creencia política más, equiparable a salvar a las focas antárticas o a los vástagos de Gaza.

Como se han apresurado a decir los asesores legales del president Puigdemont, la decisión del alto tribunal español todavía no implicará el retorno de todos los exiliados, incluido el mismo 130. A partir de esta decisión, el Tribunal Supremo podrá dilatar los tiempos elevando la decisión de sus teóricos compañeros a los magistrados del Tribunal de Justicia de la Unión Europea; al parecer, no tiene pinta de que Manuel Marchena y adláteres puedan convencer a las civilizadas togas europeas, pero, al menos y de cara a sus intereses, todo el lío provocará que algunos exiliados aún tarden unos meses en rever sus paisajes de niñez. En cualquier caso, la crisis que se espera en la cúpula de la judicatura española será una mera traducción del bipartidismo estatal, con lo que el foco mediático de la amnistía será puramente español y los partidos catalanes quedarán protegidos en la sombra del PSOE.

Pese al mambo judicial, la amnistía acabará aprobada con algunas consecuencias políticas que ya intuíamos desde su aprobación parlamentaria; a saber, que el órgano perdonador de los políticos catalanes (es decir, España) acabaría dominando el futuro de los perdonados (es decir, convergentes, republicanos y otros animales de compañía). Ha pasado, en definitiva, lo que ya hemos escrito muchas veces; España se lavará la cara democráticamente frente a Europa y el independentismo perderá fuerza porque cualquier movimiento o persona que apele a la clemencia termina, por decirlo en términos lingüísticos procesistas, descargándose de razones. A su vez, la amnistía convertirá el regreso del president Puigdemont en un encuentro de peña similar a las últimas manifestaciones del 11-S y la figura del president solo estorbará a todos los convergentes que intentan reflotar un partido centrista estatal.

Mas y Puigdemont intentaron una independencia negociada con el Estado para acabar pactando su liberación con las mismas estructuras que dicen combatir

Paralelamente, este larguísimo compás de espera no habrá sido en vano. Ante todo, más allá de salvar la investidura de Sánchez, la amnistía constitucional ha puesto de manifiesto que, pese a poner fin al procés, los españoles no han podido mantener a los políticos catalanes en el trullo o en el exilio durante los años que les hubiera gustado. De cara a futuras aventuras, esta es una realidad a considerar, no solo porque demuestre cierta impotencia del Estado con sus efectos represores, sino porque también matizará la demagogia victimista de los independentistas. Mas y Puigdemont pueden parecer políticos distintos en términos de ardideza, pero ambos intentaron una independencia negociada con el Estado… para acabar pactando su liberación con las mismas estructuras que dicen combatir. No es casualidad que Mas haya vuelto a la palestra pública, reclamando un pedazo de pastel de la rendición.

Mientras ocurre todo esto, el president Salvador Illa se afana por pacificar el país intentando hacer una extraña pizza con la rémora del catalanismo, resucitando iniciativas maragallistas como el Pla de Barris o simulando que impulsa medidas (claramente insuficientes) para el salvamento del catalán. La persistencia de Illa en la Generalitat no es una mala noticia, porque certificará que la Catalunya autonómica solo puede sobrevivir con un PSC debilitado con escaso apoyo electoral y unos partidos independentistas que, tras la rendición amnistiadora, solo podrán fingir que son un poco más radicales que el actual Muy Honorable. De momento, el independentismo pervivirá en los márgenes y en iniciativas como Aliança, que pronto demostrará que puede crecer espectacularmente, pero con un techo que la convertirá en inservible. En cierto modo, el independentismo será patrimonio de los ciudadanos.

Por mucho que nos incomode, hace falta celebrar esta amnistía constitucional; deja las cosas bien claras y, por lo tanto, se permitirá avanzar. Lentamente, pero avanzar.