Mientras ustedes disfrutan del mar y montaña estival, Madrid va encontrando el punto de fractura que tiene que servir para encaramar a un nuevo caudillo y hacer pagar los platos rotos en Catalunya. La autonomía surgida del 155 estaba diseñada para volver a ahogar, a través de la inmigración, las pulsiones independentistas del país. El régimen del 78 se sostenía sobre los valores liberales y pluralistas europeos. En el fondo se nutría de la Alemania derrotada y apolítica que acogió a los refugiados de la guerra de Siria. Cuando Catalunya desafió al Estado, la retórica democrática se esfumó y la única idea que quedó de pie fue la fachada de buenismo que sostiene, todavía hoy, la libre circulación de bienes y de personas dentro de la Unión Europea.

Hace un siglo España resolvió el problema catalán multiplicando hasta el paroxismo la lucha de clases —una lucha que ya desestabilizaba entonces el conjunto de Europa. Catalunya tenía una economía más productiva que la castellana y el Estado lo aprovechó dos veces (con Primo de Rivera y Franco) para atizar la violencia y establecer un régimen dictatorial que pusiera orden. Ahora todo lleva a pensar que el papel nacionalizador de la lucha de clases lo tendrá el choque de civilizaciones. No es solamente que la mayor parte de la inmigración que recibe España se concentre en territorios de habla catalana. Es que, además, los políticos autonómicos se empeñan en equiparar Aliança Catalana con VOX, como si el 1 de Octubre y las olas migratorias del franquismo no se hubieran producido.

Para borrar la historia, o evitarse problemas, la mayoría de los políticos del país pretenden que la izquierda y la derecha española tienen objetivos diferentes con respecto a Catalunya. Mientras ERC promueve frentes populares de carácter guerracivilista, a través de figuras que mintieron el país sobre la independencia, silencia el provecho que el empresariado del PSC y la vieja CiU ha sacado de la inmigración descontrolada. A mí me parece muy bien que ERC se acerque al PSC y mire de catalanizarlo, pero siempre que acepte el desgaste que eso comporta. Gabriel Rufián y Joan Tardà no pueden pretender salvar la silla a costa del país que ya enredaron una vez. La CUP no puede demonizar Aliança Catalana y después no abrazar ideas que Sílvia Orriols ha socializado toda sola contra el sistema.

Cuando allí se pelean por el poder, aquí lo acabamos pagando con persecuciones al catalán

Oriol Junqueras tuvo la astucia de regalar los votos de ERC a Pedro Sánchez para forzar el PSOE a intentar una reforma de España, y eso se le tendrá que reconocer. Carles Puigdemont también fue hábil, no dejándose atrapar por los intereses de la vieja a CiU, ni por la policía española. Pero aquellas jugadas ya no darán más frutos si el país se deja arrastrar por las guerras ideológicas de Madrid. Ahora mismo, Aliança Catalana es el único partido que se interpone en el esquema guerracivilista que nos quiere hacer escoger entre el nacionalismo castellano de VOX y la reconciliación por cojones que propugnan las izquierdas madrileñas. Si nos dejamos llevar por el maniqueísmo, el Estado utilizará la fuerza de África para aplastarnos en un sentido o en el otro.

Ya no es que la Catalunya de los 10 millones prevista por el PSC no se aguante por ningún sitio, como dicen ahora algunos intelectuales progres, para evitar que sus partidos pierdan más votos. La Catalunya de los 8 millones ya era excesiva. De hecho, el país ya estaba al límite cuando lo cogió Jordi Pujol con 6 millones, y bastante que supimos llegar al 1 de octubre sin violencia interna. La mitad de los estudiantes de las escuelas catalanas deben ser hijos de madres extranjeras. Mientras los políticos pronuncian discursos con esquemas de hace 30 años, hay alumnos de la Catalunya interior que hacen los deberes a hijos de inmigrantes literalmente a punta de navaja. VOX sube entre los jóvenes porque promete utilizar la fuerza del estado para poner orden. El interés por mezclar su discurso con el de Aliança Catalana solo tiene base para aquellos que intentan utilizar la inmigración para castellanizarnos.

Catalunya necesita dejar atrás la vieja cultura autonomista. Los políticos tienen que trabajar para crear un orden nacional nuevo, que será siempre menos autoritario que el que venga impuesto de fuera. Los partidos tendrían que pedir unidades catalanas al ejército español mientras no puedan restituir el Estado de manera democrática. Tienen que atreverse a explicar, de una vez, que un idioma es un mercado y que España también nos expolia cuando impone el castellano con una fuerza demográfica extranjera, que en buena parte es ilegal o extractiva. El país no cambiará si los líderes de la nación no se lo ponen en la espalda y dan ejemplo. Desde que se aplicó el artículo 155, el único ejemplo que han dado la mayoría de los políticos del país ha sido de hipocresía y cobardía incluso retórica. Todo eso tiene que cambiar, porque los anhelos independentistas del país han dividido Madrid en dos mitades en un momento dificilísimo para Europa.

Y cuando allí se pelean por el poder, aquí lo acabamos pagando con persecuciones al catalán —sin el cual ni el imperio español ni la revolución industrial habrían sido posibles—, asesinatos fratricidas y muchísimo dinero.