Siempre que atravieso la Porta Catalana, en La Jonquera, tiendo a cagarme en todo. No únicamente porque el café que hacen es bastante malo o porque el racionalismo de Josep Lluís Sert no me haga demasiada gracia, sino por el nombre del área de servicio: Porta Catalana, como queriendo decir que en el otro lado de la 'puerta', se venga de donde se venga, hay algo que ya no es Catalunya. De más jovencito incluso envié una carta al Avui e hice una llamada al programa del Basté en Rac1 quejándome. Mi propuesta era que la 'puerta' pasara a llamarse Arc de les Catalunyes, pero nadie me hizo nunca caso. Por eso, para intentar argumentarlo, he hecho un "30 minutos" que se emite esta noche en TV3.

La génesis del reportaje no nace exactamente en la Porta Catalana de La Jonquera, sin embargo, sino un poco más arriba. Concretamente en Banyuls de la Marenda, ahora hace tres meses, una mañana de finales de marzo, cuando Toni Piqué y yo fuimos invitados en la 1.ª Muestra de Vinos de la Costa Roja. Allí asistimos a una masterclass titulada Les 20 ans du Collioure blanc, a cargo de los vignerons más veteranos de la zona, pero la charla fue cien por cien en francés. En un momento dado levanté la mano, avisé que je parle pas français y pregunté, en catalán, cómo es que en Catalunya los vinos de Cotlliure y Banyuls son tan difíciles de encontrar. Uno de los señores que hablaba, con apellido catalanísimo, un simpático bigote y cara de hacer unas fondues para lamerse los dedos, me respondió, pero en francés. Mi sorpresa fue doble cuando pocos minutos después, con la masterclass acabada, se me acercó en privado y me habló perfectamente en catalán.

En aquel momento no entendí absolutamente nada. ¿Por qué me había hablado en francés, si domina el catalán? ¿Lo consideraba una indiscreción o incluso una prohibición? ¿Y sobre todo, por qué, de cincuenta elaboradores en la feria, solo los campesinos más viejos allí presentes y los más jóvenes me habían hablado catalán? Aquella tarde escribí a mi amiga Maria Fortuny para marearla a preguntas. Como vive en Perpinyà y es profesora en La Bressola, pensé que me daría alguna clave para comprender todo aquello. Su respuesta es uno de aquellos whatss que ahora, visto con el tiempo, creo que me imprimiré para enmarcarlo en la pared: "Francia ha matado el catalán haciendo creer a la gente que hablarlo es una cosa vergonzosa, pero eso está cambiando y los jóvenes de ahora ya no tienen vergüenza". Lo más normal sería haberle dicho "Eres un flipe, Maria," pero para flipado no me gana nadie, así que unos días más tarde me limité a reenviar el mensaje a mi cabecilla, Jofre Llombart.

Lo hice, también, porque justo al principio de abril se supo que cinco ayuntamientos de Catalunya Norte estaban citados ante la justicia por utilizar el catalán en los plenos municipales. Había toda una República Francesa personándose ante cinco pobres alcaldes por hablar catalán, estaba el whatsapp de mi amiga y había, también, otra cosa. Este verano pasado, con un catalán macarrónico, el marido de mi prima de Font-rabiosa (Capcir) me había explicado que sus chiquillos van a La Bressola porque él no aprendió nunca la lengua catalana en la escuela, pero quiere que la hablen sus hijos. Lo quiere porque el catalán es, más que una lengua, el recuerdo vivo de la lengua que hablaban sus abuelos de Ur, ya muertos. "Cuando oigo catalán, pienso en mi abuela y las tardes de verano merendando pan con chocolate" me había dicho mientras paseábamos después de cenar y yo le explicaba que caminar por aquel pueblo también era como conectar íntimamente con alguna parte de mí que no he conocido. Antigua y muy maternal, quizás porque mi madre es la última de la familia que todavía conserva en el DNI el apellido norcatalán del bisabuelo Josep que nunca conocí y que emigró del Pirineo al Penedès ahora hace cien años.

Vomité todo este cóctel filológico, político, sociolingüístico y emocional a Jofre, que aparte de ser responsable audiovisual de ElNacional.cat, también es el productor ejecutivo de Frame CreativeMedia, la productora televisiva y agencia creativa del mismo grupo empresarial que este diario donde tengo el privilegio de escribir artículos como este. Faltaban pocos días para el juicio en Montpellier contra los cinco ayuntamientos catalanes y había que actuar deprisa. "Vamos allí, hacemos un documental sobre el juicio a la lengua y después ya veremos quién lo puede emitir o qué hacemos", me dijo. Cinco minutos más tarde ya teníamos el teléfono de Pere Manzanares, el concejal del ayuntamiento de Elna que había hablado por primera vez en catalán en el pleno, e inmediatamente después también el de Nicolas Garcia, alcalde del municipio. Los dos estaban de acuerdo en hacerles un seguimiento individualizado el día del juicio, entrando incluso en su coche. Pero la tercera llamada clave fue a Jordi Escofet, director de la productora vilafranquina PuntTV y con quien tantas veces ya he tenido el honor de trabajar anteriormente. Me hicieron falta dos minutos de conversación para convencerlo. "Hagámoslo juntos y haremos una cosa guapa, Pep," me dijo.

Jordi, aparte de ser un villafranqués atípico que es capaz de marcharse de vacaciones por Sant Fèlix, es más mayor que yo y siempre sabe cómo reconducir mi tozudez, por eso tantas veces ha sabido mejorar la forma de lo que, dentro de mi cabeza, era solo una idea. Si queríamos hacer una cosa guapa, sin embargo, teníamos que incorporar al equipo al mejor realizador que he conocido nunca: Roberto Lázaro, hasta aquel momento coordinador de vídeo de ElNacional.cat. Como con Roberto me entiendo con una sola mirada, le expliqué el proyecto y le dije que solo lo haríamos si él se subía al carro. Además, era la persona perfecta para codirigir el documental con Jordi y yo, ya que cuando le hablé de Catalunya Norte, lo primero que dijo es que le hacía gracia rodar en Francia, dicho así. ¡"En la Catalunya perteneciente al estado francés, cabronazo! Falta te hace, hacer este docu," le dije yo con un tono de voz propio de un bulldog muy enfadado.

Fue así como el 17 de abril, con una furgoneta cargada de ilusiones, el equipo de Frame CreativeMedia y PuntTV cogimos la AP-7 arriba con la certeza de que queríamos grabar el documental sobre Catalunya Norte que permitiera hacer entender a los catalanes del sur qué pasa en el otro lado de La Jonquera. Por suerte, meses después, Carles Solà, director del 30 minuts, creyó también en el proyecto, por eso hoy Catalunya Nord: el català, a judici se podrá ver en TV3, aquí, en el sur, por la televisión del comedor de casa. Arriba, en el norte, desgraciadamente solo por internet, ya que TV3 no se puede ver en el estado francés.

Esta es una de las pocas fronteras que todavía existen, de hecho, aparte de la que siempre me recuerda el móvil cuando, justo por debajo del fuerte de Bellaguarda, recibo el típico SMS que me anuncia el cambio de red telefónica y el roaming en el extranjero. Es inevitable que el año 2023 hay una Catalunya administrativamente dentro del estado español, pero también lo es que hay una dentro del estado francés, por eso la Porta Catalana no es puerta de entrada o salida de nada, y por eso he hecho el 30 minuts que, si fuera un libro, un catalán desgraciadamente de España como yo habría querido dedicar con la misma dedicatoria que Jacint Verdaguer escribió en Canigó: "A los catalanes de Francia". Porque les guste o no a España y Francia, a pesar de la represión y con un pasaporte administrativo de un estado o el otro, continuamos vivos.