Jaguar-Land Rover atraviesa una de las crisis más severas de su historia reciente, tras un ciberataque de gran envergadura que ha obligado a detener la actividad en varias de sus fábricas. El impacto ha sido inmediato: líneas de montaje paralizadas, interrupción de las operaciones comerciales y una pérdida económica que ya supera los 1.170 millones de euros. La magnitud del incidente ha afectado a instalaciones clave en Reino Unido, Eslovaquia e India, comprometiendo tanto la producción como la gestión logística y comercial de la compañía.
El ataque ha desactivado los sistemas informáticos que controlan la planificación, ensamblaje, ventas y relaciones con proveedores. Esto ha impedido no solo la fabricación de vehículos —que habitualmente ronda el millar de unidades diarias—, sino también la entrega de pedidos y la configuración de nuevos modelos. El número de empleados inactivos se estima en unos 200.000, una cifra que refleja el alcance de la parálisis operativa. En este sentido, el colapso digital ha generado un efecto dominó que ha puesto en jaque la estabilidad de toda la estructura empresarial de Jaguar-Land Rover.
La suspensión de la actividad afecta especialmente a plantas estratégicas como las de Solihull, Halewood y Wolverhampton, en Reino Unido, además de otras en el extranjero. Desde hace más de diez días, la producción está completamente detenida y la compañía no ha podido establecer aún una fecha concreta para reanudarla. Aunque los equipos informáticos trabajan para recuperar la operatividad, los daños en la infraestructura digital son considerables y el proceso de restablecimiento se está desarrollando con lentitud, dada la sensibilidad de los datos comprometidos.
Un ataque crítico en un momento clave para el grupo
Lo preocupante de esta situación no es solo la interrupción puntual, sino su coincidencia con un momento clave para Jaguar-Land Rover. El grupo se encuentra inmerso en un proceso de transformación estratégica, con el objetivo de renovar su gama de productos, electrificar su catálogo y reposicionar sus marcas. La paralización de las fábricas y el colapso del sistema de pedidos comprometen directamente ese calendario, con consecuencias potenciales a medio plazo tanto en términos financieros como de imagen de marca.
Cabe destacar que el ciberataque se suma a una cadena de dificultades recientes: retrasos en el desarrollo de modelos eléctricos, tensión en mercados como China, problemas logísticos derivados del Brexit y fluctuaciones en la demanda global. El resultado es una acumulación de frentes abiertos que deja al grupo británico en una posición muy delicada. Las pérdidas económicas son solo una parte del problema; la falta de producción impide generar ingresos, mientras que los costes fijos y logísticos siguen acumulándose.
El desafío inmediato pasa por reactivar la operativa de forma progresiva, garantizar la seguridad de los sistemas y mitigar los efectos sobre la cadena de suministro. Sin embargo, el impacto reputacional y financiero ya está consolidado. Esta crisis pone a prueba la resiliencia de Jaguar-Land Rover en un entorno altamente competitivo, donde los márgenes de error se han reducido al mínimo.