“Comer bien en la Rambla de Barcelona”. Podría ser el título de una historia de aventuras, un juego para lograr una misión imposible, quizás. Pero no lo es. Entre autodenominadas patatas bravas que harían llorar de vergüenza a Tomàs, tortillas de patatas sin sabor y paellas malas, recocidas y caras, hay vida. Poca, y pocos locales no han sucumbido al buen negocio que generan los turistas que visitan la capital de Catalunya, pero los hay. Entre otros locales, el Centonze, una apuesta del restaurante del Hotel Le Méridien, en pleno epicentro turístico de la ciudad de Barcelona, en el número 111 —que da nombre al restaurante—, y que permite no solo aislarse del bullicio que estos días es la Rambla de Barcelona, sino también comer la mar de bien, con una oferta de platos de estilo mediterráneo que, aseguran, sale directamente de la Boqueria para acabar en los platos de los comensales.
Platos cuidados, bien elaborados, pensados para sentarse a la mesa o hacer una comida rápida para seguir descubriendo la ciudad, pero con la elegancia que marca el lugar, con un espíritu renovado y cuidando todos los detalles. Almuerzan algunos de los clientes del hotel, pero también turistas y transeúntes que, ahora que un cartel exterior anuncia los platos, entran. Por el lugar, evidentemente, es un espacio donde los turistas tienen más entrada; pocos vecinos de Barcelona se atreven a bajar a la Rambla desde principios de abril. Pero la aventura vale la pena. El servicio es excelente, el espacio perfecto y la comida que llega a la mesa, de nivel. Para comer o cenar, si acabas —queriéndolo o por obligación— en la Rambla, el restaurante Centonze, que ahora lidera el chef venezolano Carlos Novo, es una muy buena opción.

El restaurante está a nivel de calle; entre grandes ventanales y plantas, no parece que sea el restaurante de un hotel, habitualmente más recogidos y más impersonales. Es un espacio muy amplio, con mesas que remontan, y el modelo de comida que ofrecen, informal, pero cuidado, permite dedicarle un buen rato o picar algunas tapas. Pero tapas buenas. El servicio va en sintonía con la apuesta. Lejos queda el corbatín y el traje que llevaban los camareros hace años. Ahora, zapatillas y un trato mucho más cercano, sin perder, eso sí, el buen hacer. No hay muchas cosas más placenteras en la vida que te recomienden qué comer en un restaurante, tener que pensar poco y saber que no te perderás los platos imprescindibles.
Tapas de calidad en la Rambla de Barcelona
La carta destila una apuesta mediterránea sin duda. Con toques catalanes —lo descubriremos durante la comida— pero también con influencias latinas, como el chef, y apostando fuerte por países bañados por el Mediterráneo. Para empezar: un gazpacho de cerezas negras con un refrescante sorbete de pepino; una crema de burrata con physalis y mermelada de tomate; una ensaladilla cremosa con gambas al ajillo. Y, para cerrar este primer asalto, una de las joyas de la corona: un refrescante bocadillo de calamares. Reinventando el bocadillo madrileño con un brioche con una salsa de melocotones fermentados y los calamares muy bien rebozados. Excelente opción. La carta denota esta mezcla mediterránea con los toques latinos del chef. También hay otras propuestas para arrancar, como ceviche, pulpo marinado o el tradicional patacón. Habrá que volver para terminar esta primera parte de la carta.

La segunda parte de la comida, reservada para los platos fuertes. Pescados, carnes, pasta o paella. Uno de los platos nuevos, de la nueva carta de verano del restaurante, son unos raviolis de queso fresco, espinacas y queso grana padano con una salsa de mantequilla a la salvia y pera a la brasa que necesita pan para mojar. La apuesta es ganadora. La mezcla, interesante. Contundente, pero elegante. Entre las carnes, pato. Lo presentan a la brasa, sobre un puré de guisantes y una tagliatelle de zanahoria marinada con naranja. También, una buena elección.

En el Centonze también apuestan por cerrar bien la comida. Un pastelero se encarga de elaborar los postres. La carta ofrece crema catalana y un pastel de quesos catalanes con una mermelada de melocotón a la brasa. También una mezcla de helados de manzana ácida, yogur y mató. En los tres primeros, la marca catalana no falla: la crema, los quesos y el mató. Pero el pastelero también tiene una sorpresa: un pastel de chocolate con fresas y nueces garrapiñadas. Es obligatorio incluir algunos postres de chocolate en la carta. Y si es como este, tienes el cielo ganado. Para rematarlo, unas catànies del Penedès.
Un refugio en la Rambla de Barcelona
El Centonze no es un restaurante que nos permita catalogarlo como uno de aquellos que servirán para mantener la cocina tradicional catalana, ni tampoco para hacer que los turistas sepan qué es un capipota o un fricandó, ciertamente. Pero el buen tratamiento del producto autóctono, en un lugar donde sería más fácil optar por unos platos más impersonales y sin vínculo con la gastronomía de nuestro país, también es de agradecer.
